La futbolista | Toni Galmés

Afterwork

La futbolista

La futbolista | Toni Galmés

Alba tenía cinco años cuando fue por primera vez al estadio de su ciudad. Fue uno de esos domingos mágicos que acabó en goleada. No se perdió ni un solo detalle en todo el partido. Quedó maravillada con el juego, los jugadores, la adrenalina y el público entregado. Al finalizar, agarró con fuerza la mano de su padre, intentando no ser arrastrada por la riada de gente. En la puerta de salida, su padre saludó a un trabajador del estadio. Ambos fumaban Farias y reían a carcajadas. Tickets y cáscaras de pipas sobre el asfalto. De repente, aquel señor que parecía no haberse dado cuenta de la presencia de la pequeña se dirigió a ella: “Joan, ¿esta es tu niña? Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?” Y ella, con timidez, agarrando la mano de su padre, dijo: “fu... futbolista”. Los dos hombres estallaron en una mezcla de ternura y condescendencia. Como si hubiera dicho “astronauta”.

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El patio de la escuela tiene un orden indivisible: los chicos juegan al fútbol y las chicas hacen un corro y hablan entre ellas mientras meriendan. Siempre ha sido así, y siempre lo será. Pero Alba miraba con envidia esas pachangas de los chicos mientras disimulaba interés en la conversación de las chicas. Sabía que salirse de ese papel le acarrearía alguna burla o comentario. No era la primera vez que le habían llamado “marimacho” o “bollera” cuando en la clase de educación física demostró su talento para el fútbol, y no quería volver a pasar por eso. Menos mal que, en casa, podía jugar con la pelota sin miradas indiscretas. Aunque no la tomaron muy en serio cuando dijo por segunda vez, ya en bachillerato, que quería ser futbolista profesional.

Y ella, con timidez, agarrando la mano de su padre, dijo: “fu... futbolista”

En la universidad, sin embargo, las cosas cambiaron. Estudió el Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (CAFD) en otra ciudad y se apuntó a la liga universitaria femenina con el equipo de la facultad. No hicieron falta ni tres partidos para demostrar que había nacido para esto. Muy pronto llegaron las ofertas para jugar en un club importante. Su sueño estaba al alcance. Por las mañanas, asistía a clase; luego trabajaba en un centro de tecnificación y fisioterapia donde, ironías del destino, acudían los jugadores que tanto admiraba. Por las tardes, iba a entrenar con su equipo. Esa temporada, a pesar del cansancio, marcó una veintena de goles. El presidente del club, en la cena de final de temporada, la condecoró y dijo que ellas eran el futuro del fútbol. Después, ellos se fueron con sus coches deportivos hacia una discoteca. Ellas tomaron el metro.

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En ese club no paraban de ganar títulos, y de jugar los sábados al mediodía bajo el sol y con la grada vacía, empezaron a jugar por la noche, con el estadio lleno hasta la bandera. Y eso mismo ocurría en todos los clubes, mientras los partidos de las ligas femeninas empezaron a ser televisados en prime time. A la salida del estadio, las niñas y los niños les pedían autógrafos. Hacían estampar el nombre de Alba en las camisetas. La prensa empezó a prestarle atención, y “no se cortó” cuando tuvo la oportunidad de decir que el camino para un hombre es más directo que para una mujer.

A la salida del estadio, las niñas y los niños les pedían autógrafos

Esta mañana, Alba ha vuelto al estadio de su ciudad. Hay mucha expectación. Ha subido al despacho del presidente. Ha firmado un contrato por tres temporadas con su club. Se ha hecho una foto con la camiseta. Ha dado una rueda de prensa. Ha hecho unos toques de balón y, al salir, el guardia de seguridad que la abordó cuando era pequeña, fumando un puro, le ha pedido tímidamente si puede firmarle un autógrafo para su nieta, que de mayor quiere ser futbolista.