La profesora de secundaria | Toni Galmés

Afterwork

La profesora de secundaria

La profesora de secundaria | Toni Galmés

Marta, amante de las letras desde muy pequeña e incondicional fan del universo de Harry Potter, quería ser escritora. Por eso, cuando tenía 18 años, pensó que la vía más lógica para conseguirlo era estudiar filología catalana. Cuando terminó la carrera -y abrumada por ese futuro incierto que tienen todos los que estudian humanidades- hizo el máster de profesorado, y concluyó que esa también era la vía más lógica. Además, se le daba bien tratar con niños (había sido monitora en el esplai), podría enseñar los grandes nombres de la literatura: Verdaguer, Espriu, Maragall, y al mismo tiempo reivindicar a las grandes olvidadas: Rodoreda, Clementina Arderiu, Víctor Català. Así disfrutaría de una seguridad laboral por las mañanas y podría dedicar las tardes a la nobilísima y poco remunerada creación literaria. En esa fantasía vislumbraba la cara de orgullo de su padre por haber tomado la decisión más acertada.

Marta disfrutaría de una seguridad laboral por las mañanas y podría dedicar las tardes a la nobilísima y poco remunerada creación literaria

Han pasado ocho años desde que Marta empezó en un instituto del Maresme y desde entonces, la interinidad hace que cada curso -o menos- tenga que desplazarse por toda la provincia. El año pasado tenía que coger el tren y llegaba tarde cuatro de cada cinco días. Este año ha tenido suerte. Le ha tocado un instituto a 10 minutos en moto.

Més info: ¿Enseñar con IA o con estupidez natural?

Hoy comienza el nuevo curso. Con una mezcla de la ilusión naíf de quien estrena libreta nueva y la nostalgia de un verano que se le ha hecho demasiado corto por todo el agotamiento del año pasado, se pone el casco y sube a la moto. Piensa que estaría bien que le tocara este instituto, dentro de su pueblo, si a final de año aprueba las oposiciones. Sí. Tendrá que estudiar también. Pero es pesimista, ya que no tiene los puntos necesarios para tan pocas plazas convocadas.

Marta coge la cartera, entra en el recinto y se deja el casco puesto. Jura que no se lo quitará en todo el curso.

Aparca delante del instituto mientras observa cómo los jóvenes púberes arrastran los pies hacia la entrada con las mochilas colgando de una sola asa. El corazón le late a gran velocidad. Mira la entrada del centro y le aparece como una selva, llena de árboles, de zonas oscuras y de animales salvajes. Y los más inofensivos son, contra todo pronóstico, los alumnos. Tendrá que lidiar con unos compañeros cada vez más quemados y apáticos. “La culpa es del alumnado, que ya no tiene interés por nada”, comentan dos profesoras que van entrando entre los adolescentes. “¿Has visto que en una escuela de Gran Bretaña han sustituido a los profes por inteligencia artificial?”, dicen otras. Con un currículum que cada vez se empobrece más y los grandes nombres de la literatura quedan en el saco del abandono. Y para echar más leña al fuego, un grupo de padres, afuera, manifestándose porque las clases son en catalán. ¿Dónde se ha visto… en catalán?

Así que, ahora sí, Marta toma la decisión más acertada de su vida. Saca las llaves del contacto de la moto. Coge la cartera, entra en el recinto y se deja el casco puesto. Jura que no se lo quitará en todo el curso, por su seguridad.

Lo de escribir su novela, lo dejaremos para el curso que viene.