En ciudad no hay sequía
Durante la primavera del 2023 se habló de fuertes restricciones pero estas se vieron atenuadas por cuatro lluvias y unas elecciones municipales
Todo el mundo ha oído hablar de la sequía en este último año o dos. Pero la situación no se ha vivido con la misma intensidad en los dos entornos que dividen Catalunya: el urbano y el rural. A lo largo de estos dos años, desde las áreas rurales, la preocupación, tensión e incluso angustia han acompañado a sus habitantes debido a la situación de escasez de agua. En el Solsonès, por ejemplo, solían caer lluvias de 20-30 litros con cierta regularidad y ahora celebramos incluso las de dos litros. Desafortunadamente, no podemos decir lo mismo de las ciudades. En el área metropolitana de Barcelona, la población no ha estado inmersa en la sensación de falta de agua en ninguno de estos últimos meses, ya que en su día a día no se ha experimentado ninguna alteración.
Durante la primavera de 2023 se habló de fuertes restricciones, pero estas se vieron atenuadas por cuatro lluvias que dieron cierta esperanza, aunque fueran insuficientes, y unas elecciones municipales inminentes que bloqueaban cualquier medida restrictiva. Por lo tanto, el titular de sequía en la capital duró dos días.
La situación hídrica actual es que nos encontramos bajo los mínimos históricos de 1989
Uno de los factores que ha contribuido a esta inconsciencia urbana han sido las desalinizadoras. ¿Por qué preocuparnos si tenemos agua? La desalinizadora del Llobregat, desde el inicio de la sequía, produce 2.000 litros de agua potable por segundo, en comparación con los 230 por segundo que solía producir anteriormente, y según palabras de su jefe de planta, así continuará: "Mientras la situación se prolongue, mantendremos la producción para compensar la pérdida de nivel de los embalses". Esta herramienta puede ser muy útil en situaciones de emergencia, pero no debería utilizarse como solución a largo plazo. Dejando de lado los costes económicos y ambientales que conlleva, el uso de este sistema no contribuye a mejorar la conciencia de la población y, por lo tanto, a tener la opción de reducir el consumo y aumentar la capacidad de los embalses, dando una falsa sensación de estabilidad hídrica y tranquilidad frente a la situación que estamos viviendo.
Dada esta inacción colectiva y, sobre todo, institucional para reducir el consumo de agua (ningún veraneante ni turista se ha quedado sin piscina este año) hoy volvemos a oír hablar de restricciones. La situación hídrica actual es que nos encontramos bajo los mínimos históricos de 1989.
Alejándonos de nuevo de la metrópolis, la aplicación de restricciones se vive con mayor sufrimiento, ya que a menudo pueden comprometer las fuentes de ingresos familiares, si éstas son agrarias o ganaderas. Las medidas deberían afectar a todos los catalanes por igual pero hay que estudiar la idiosincrasia de cada sector, si no, podemos encontrar medidas tan sorprendentes como la de reducir a la mitad el consumo de agua de una explotación bovina sin tener en cuenta que el ciclo de engorde mínimo de estos animales pasa del año de vida y no pueden desaparecer de un día para otro.
También sorprende la velocidad al aplicar restricciones en el sector primario y la lentitud al aplicarlas al sector turístico. Los turistas extranjeros en hoteles de lujo consumen cinco veces más agua que un habitante de Barcelona. Todos estos turistas ni saben que estamos en período de sequía. Por el contrario, en el sector primario, debido a las restricciones de riego, se han dañado estructuras productivas que llevaban años dando frutos y que pueden tardar muchos tiempos en recuperarse.
La gestión ante esta problemática es muy compleja, no lo negaremos, pero las medidas si no van acompañadas de su aplicación real quedan en papel mojado y la situación no deja de agravarse. Las actuaciones no pasan sólo por sanciones económicas ya que, de este modo, Matadepera y la Cerdanya continuarán regando el césped porque económicamente pueden permitírselo. Es necesaria una acción colectiva, coordinada y real para reducir el consumo diario, reaprovechar las aguas, almacenar la de la lluvia (toda la que se pueda, no solamente la que cae en los embalses) y sobre todo lo que hace falta es solidaridad.
Los turistas extranjeros en hoteles de lujo consumen cinco veces más agua que un habitante de Barcelona. Todos estos turistas ni saben que estamos en periodo de sequía
Iniciar los primeros años duros (de los muchos que vendrán) del cambio climático, con los embalses, el suelo y los acuíferos de Catalunya en este estado es menos esperanzador, pero si tomamos conciencia desde todos los medios, urbano y rural, que sin agua no tenemos alimentos, ni paisaje, ni vida, ni economía de país al final de todo, estamos a tiempo de actuar y tenemos las herramientas para hacerlo. Si conseguimos superar esta situación conjuntamente, habremos hecho un muy buen aprendizaje para superar todas las que vendrán en este siglo de tensión climática que hemos iniciado y que ya no se detiene.