Una sucursal de Bankia, en una imagen de archivo | iStock

El ANÁLISIS

CaixaBankia

Enric Llarch analiza la negociación de la fusión entre Caixabank y Bankia

"¡Aparta de mí este cáliz!" El cáliz lo servía Rodrigo Rato, que después iría a prisión, pero entonces quería mandar. Iba apadrinado por el Banco de España y por el Ministerio de Economía. Pero en vez de vino bueno, el cáliz en realidad contenía los activos tóxicos de CajaMadrid que, en su huída, se había cargado con la valenciana Bancaixa y otras cajas de ahorros menores.

El intento de fusión con la entonces Caixa de Pensions era la etapa culminante de la cursa alocada del pollo decapitado que ya era Bankia, aunque nadie, o sólo Rodrigo Rato y quizás Fainé, lo sabía. Una cursa que había dado un paso significativo cuando Rato tocaba la campanilla por la salida de Bankia a bolsa, pero que lejos de ser su salvación, acabaría llevando a Rato a la prisión.

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Ocho años después, supuestamente regenerada por el oxígeno del Estado y con los activos tóxicos del tocho traspasados a la Sareb, volvemos a estar en el mismo punto. Fainé todavía remueve los hilo desde su refugio de la Fundació La Caixa, a la que Sáenz de Santamaria lo empujó, a pesar de la brillante hoja de servicios de octubre de 2017. El Estado necesita recuperar alguna parte mínimamente relevante del mayor rescate bancario de la historia de España. Hasta ahora, sólo ha recuperado migas y una fusión con la antigua competencia catalana reforzaría un "nuevo campeón español" (en terminología aznariana) y permitiría en un futuro no muy lejano la entrada de un socio o la salida a bolsa que se quedara el voluminoso paquete accionarial -un 16%- que todavía conservará el Estado en la entidad fusionada. Esta mañana la bolsa ha reaccionado con euforia, sobre todo con Bankia. Una euforia que se ha encomendado al resto del sector.

El Estado necesita recuperar alguna parte mínimamente relevante del mayor rescate bancario de la historia de España

Si ahora va de verdad, culminaría pues la dilatada vocación española de La Caixa y la Fundació intentaría mantener el control de la nueva entidad con el 30% del nuevo capital. De hecho, los Botín controlan el Santander con una porción ínfima del capital en sus manos. La sede dicen que continuará en València, acontecida punto intermedio entre Barcelona y Madrid, a pesar de que desde Madrid van con AVE y desde Barcelona todavía pedimos el Corredor Mediterráneo. La dirección ejecutiva la mantendrá el actual director general de CaixaBank.

Es curioso que en el momento de escribir estas líneas, todavía no haya trascendido el nombre de la futura entidad fusionada, que siempre es una de las primeras cosas que se pacta y se filtra. CaixaBankia podría ser una solución fácil y cómoda. Hasta ahora, a todas las fusiones aparentemente entre iguales, cuando se juntaban los nombres de las dos entidades fusionadas -como por ejemplo Santander CentralHispano-, quería decir que era la primera quién mandaba y el segundo nombre acababa, pues, decayendo con el tiempo. Atención, pues, porque el nombre esta vez sí que importará.