La economía colaborativa sale de la adolescencia
Operadores como Airbnb, Uber y Wallapop han evidenciado un cambio en las formas de consumo, pero generan debate sobre su modelo de negocio y los beneficios y perjuicios que ocasionan
Durante el 2016, los apartamentos en territorio español anunciados a Airbnb acogieron 5,4 millones de viajeros. Por su parte, Uber cerraba el año ofreciendo sus servicios en 334 ciudades de 59 países; y la aplicación de compraventa de objetos de segunda mano Wallapop contaba ya con 20 millones de usuarios. La economía colaborativa se ha convertido en algo más que una alternativa a los modelos de consumo tradicionales. El mejor ejemplo es su impacto en la economía y en la vida diaria de los ciudadanos, que ha obligado las Administraciones a desarrollar regulaciones específicas como la creación del "hogar compartido", la nueva modalidad de oferta turística no profesional aprobada este martes por el Gobierno catalán.
La realidad es que según el Informe sobre las cifras de la economía colaborativa en España de la Fundación EY, el 55% de los españoles ha utilizado plataformas vinculadas a este modelo en los últimos 12 meses, especialmente en servicios de compraventa, alojamiento y transporte. De hecho, su crecimiento es tan relevando que ya representa el 1,4% del PIB nacional.
La definición de economía colaborativa todavía no es muy clara, puesto que engloba todo tipo de servicios que, en una primera mirada, tienen poco en común. Los une el papel de la compañía como intermediario entre particulares para la compraventa, compartimento o alquiler de un bien o servicio y el papel fundamental que juega la tecnología. "De hecho, podemos decir que estos proyectos no son más que una parte de la economía digital, donde no se requiere una gran inversión para obtener beneficios si la idea es buena", explica el profesor del departamento de Ciencias Sociales de Esade, David Murillo.
El investigador es coautor del estudio Nosotros compartimos. ¿Quién hambre? Controversias sobre la economía colaborativa?. Y esta es una de las grandes preguntas alrededor del sector: los usuarios compartimos, pero quién son los grandes beneficiados? Según el estudio, el 95% de los beneficios de la economía colaborativa cae en manso del 1% de las plataformas. Un reparto desigual que da como primeros ganadores un grueso de sólo 17 empresas. Murillo señala como los otros beneficiados a los cuales denomina 'profesionales de las plataformas'. "No el usuario que alquila una habitación a Airbnb, sino quien controla el alquiler de 45 viviendas a través de la aplicación".
El 95% de los beneficios de la economía colaborativa cae en manso del 1% de las plataformas
Por la banda de los perdedores encontraríamos la Administración pública –con dificultades para grabar la actividad de estos nuevos modelos de negocio- y los competidores tradicionales, como los del transporte, el alojamiento o el reparto expreso, que juegan con una legislación mucho más regulada. "La economía colaborativa está creciendo en una zona legislativa gris que los está dando ventajas competitivas momentáneas, pero que puede hacer peligrar su futuro", apunta Murillo.
Un conflicto no resuelto
En la actualidad encontramos varios casos que lo ejemplifican, como el conflicto entre ciudades como Barcelona con Airbnb o las tensiones entre el sector del taxi y servicios como Cabify o Uber. Una lucha entre los actores tradicionales, que buscan la regulación de los nuevos operadores para jugar bajo las mismas reglas, y las plataformas innovadoras, que retan la competencia con el clásico renovarse o morir.
"El que está pasando con Airbnb es un ejemplo de como la solución es llegar a un punto medio. La plataforma contaba con el favor de los usuarios, hasta que se ha visto que su actividad impacta en el mercado inmobiliario de la ciudad y que tienen una voluntad explícita de eludir la normativa, por ejemplo, negándose a listar los alquileres turísticos ilegales por una supuesta protección de la privacitat. Estas actitudes, junto con los abusos laborales y la tendencia al monopolio de algunas de estas compañías, genera un consenso social que juega en contra suyo", argumenta Murillo.
Del mismo modo, el profesor de Esade considera inevitable que sectores como el taxi se abren a las novedades que ofrecen las nuevas alternativas, acepten la competencia y se equiparen en calidad.
Función social en entredicho
En origen, la economía colaborativa estaba íntimamente vinculada a un compromiso social. Los usuarios ponen a disposición sus bienes para hacer un uso común. Con esta máxima, servicios para compartir vehículo en trayectos similares o de alquiler de plazas de aparcamiento por horas, por ejemplo, tendrían que reducir el número de coches en circulación a las ciudades y minimizar así las emisiones de CO2. La realidad, pero, no es tan cartesiana.
"No queda muy claro que la economía colaborativa sea buena, por ejemplo, por el cambio climático. Si la opción de compartir coche o de utilizar servicios colaborativos de movilidad acaba desplazando una red pública de mediados de transportes verdes, salimos perdiendo. De hecho, es el que ya está pasando en países en vías de desarrollo, que descartan el desarrollo de opciones públicas por el crecimiento de estas plataformas", argumenta el profesor.
"El que está pasando con Airbnb es un ejemplo de como la solución es llegar a un punto medio"
Hechos como este hacen que Murillo reclame un análisis para establecer la distancia entre "la prometida que supuso la economía colaborativa y el que ha sido hasta ahora".
Cambios en los patrones de consumo
El que sí que han puesto de relevo estas plataformas es un cambio en los patrones de consumo de las nuevas generaciones. Si hace unos años el objetivo vital de los adultos era tener en propiedad una casa, segunda residencia y coche, ahora el valor de la pertenencia ha caído. Los millennials utilizan las apps para compartir coche, plazas de aparcamiento, habitaciones, espacios de trabajo y para vender los objetos que ya no utilizan. El profesor, pero, considera que los nuevos operadores de la economía colaborativa son más una consecuencia de este fenómeno que no una causa.
"La renuncia a la propiedad es un cambio cultural muy identificado desde hace años. Los humanos nos ajustamos a los patrones sociales y económicos que vivimos, y el contexto actual no es favorable para acumular propiedades. Estas plataformas lo han identificado y han dado opciones para que, a pesar de no ser propietarios, los consumidores tengan una vía de acceso a todo tipo de productos y servicios".
La puesto-adolescencia de la economía colaborativa
El sector de la economía colaborativa digital es bastante reciente porque muchos expertos lo consideren un adolescente en plena pubertad. En estos primeros años, los usuarios han aplaudido las opciones y alternativas que ofrecían, pero el discurso se está volviendo cada vez más crítico. Cada conflicto laboral, vecinal o estudio sobre su impacto negativo en la fiscalidad parece afectar la credibilidad y prestigio de las plataformas.
"La renuncia a la propiedad es un cambio cultural muy identificado desde hace años"
Murillo considera que ha llegado el momento que estas plataformas abandonen esta pubertad y pasen a la siguiente fase. "La puesto pubertad servirá para poner orden al sector y la madurez definitiva no llegará hasta que haya una regulación absoluta de estas iniciativas que permita una competencia en igualdad de condiciones con el resto de actores".