laboral
"Ya lo haremos en septiembre": el fenómeno de aplazar el trabajo invade a las empresas
Los expertos alertan de que, cuando se acercan las vacaciones, la productividad baja y se aplazan los proyectos más complejos para después del verano
Imaginémonos que hoy es 1 de julio. En la calle, las temperaturas ya superan los 30 grados y, en la oficina, no hay nadie que no sepa cuántos días le quedan para marchar de vacaciones. La mayoría de ellos no son conscientes, pero ya hace unas semanas que su productividad ha empezado a bajar paulatinamente. Posiblemente, están trabajando menos desde finales de mayo. "El placer de notar las vacaciones cerca hace que empezamos a posponer proyectos para septiembre", advierte Carlos Martínez Lizama, profesor asociado de la Facultad de Economía y Empresa de la UAB y experto en estrategia y comportamiento organitzacional. "Todo el mundo que haya pasado por una empresa sabe que en julio y agosto son meses que se trabaja muy poco", subraya también Joan Tubau, profesor asociado del Departamento de Economía de la UPF y cofundador de Cardinal, una empresa de diseño de carreras profesionales.
Este fenómeno, sin embargo, no es nuevo y tiene un nombre: procrastinar. Si la abuela siempre decía aquello de "no dejes por mañana el que puedas hacer hoy", procastrinar es hacer todo el contrario: ir aplazando aquellos asuntos que no son urgentes y que hace pereza abordar. Hace años que el concepto se ha ido estudiando desde la óptica filosófica o de la psicología, pero allá donde ha causado más furor ha estado dentro del ámbito económico. De hecho, el síndrome del "ya lo haré más adelante" ataca de pleno a los niveles de productividad de las empresas. Ya lo alertó en 1991 en un ensayo George Akerlof, ganador del Premio Nobel de Economía. Para el economista, aplazar las tareas no nos aporta nada de bueno y, además, es irracional: cuando chutamos la pelota adelante sabemos que tarde o temprano nos la volveremos a encontrar y que tendremos que resolver el encargo con mucho menos tiempo de margen.
En Catalunya, así como al resto de España, ya hace años que el fantasma de la procastrinaciónn ronda por las oficinas. "No sólo pasa en verano -alerta Martínez Lizama-. También se procrastina para Navidad, para Semana Santa, para los puentes largos y, incluso, cada viernes", asegura. De hecho, por el experto se trata esencialmente de un tema cultural. "Tenemos la habilidad de hacer las cosas siempre a última hora -explica-. Pero a pesar de que salimos adelante, nuestra productividad se resiente mucho", apunta. Según Martínez Lizama, mientras que en los países nórdicos o en el centro de Europa las dates límite de entregas de proyectos son sagradas, a casa nuestra son mucho más laxas. Y este es uno de los principales problemas que nos empujan a aplazar las tareas. "Cuando se procrastina no pasa nunca nada, excepto con Hacienda", concluye con una sonrisa.
Un antídoto para evitarlo
De hecho, el experto se atreve a plantear un antídoto para acabar con el fenómeno: fijar fechas inaplazables de entrega de proyectos y penalizar quienes no las cumpla. "Si la nómina llegara tantos días tarde como días se ha tardado a entregar un proyecto, el fenómeno se aboliría de golpe", vaticina entre risas.
Pero más allá del aspecto cultural y de la carencia de compromiso con las fechas, los expertos también identifican otros motivos que nos empujan a procrastinar. "Está comprobado que los países donde hace más calor son menos productivos y, por lo tanto, menos ricos", recuerda Joan Tubau, profesor de la UAB. Para Tubau, sin embargo, la esencia del fenómeno rae en las ansias inmensas que tienen los trabajadores para marchar de vacaciones. "Hay que andar hacia un modelo económico en el cual las personas puedan trabajar más tiempo desde casa, con un horario mucho más flexible y con unas vacaciones más repartidas", explica el experto.
Martínez Lizama: "Es un momento en que, en el fondo, se trabaja bien: muchos clientes están de vacaciones y no hay tantas distracciones ni urgencias"
Ante un fenómeno que parece imparable, tanto Tubau como Martínez Lizama recomiendan a las empresas aprovecharlo para hacer el trabajo que no se hace durante el año. "Cuando llega el agosto, siempre sentimos alguien que dice que aprovechará para asear el garaje -ejemplifica Martínez Lizama-. Pues las empresas pueden destinarlo a abordar asuntos internos", apunta. Para Tubau, es la época perfecta para reorganizarse y planificar estrategias de cara al nuevo curso laboral que empieza el septiembre. "Es un momento en que, en el fondo, se trabaja bien: muchos clientes están de vacaciones y no hay tantas distracciones ni urgencias", recuerda. Pero remacha: "A veces el trabajo es tan bajo que incluso las empresas tendrían que plantearse cerrar".
Aun así, la procrastinación hay que combatirla y no aceptarla como un hecho. Al menos así lo cree Carlos Martínez Lizama, que recuerda que las tareas de reorganización interna de las empresas también se podrían hacer a lo largo del año, dedicando unos días cada mes. De hecho, para el experto, el fenómeno es una aberración: "En un mundo globalizado, no nos podemos permitir levantar el pie del acelerador durante todo un mes si los otros países no lo hacen", concluye.