El algoritmo del amor

Está muy bien que la tecnología nos ayude a tomar decisiones y hacernos la vida más fácil, no tiene que ser una manera de poner distancia y barreras entre personas

Se estima que este 2019, el 40% de las parejas que se han conocido, lo han hecho por Internet | iStock
Se estima que este 2019, el 40% de las parejas que se han conocido, lo han hecho por Internet | iStock
Gina Tost | VIA Empresa
especializada en videojuegos, tecnología y tendencias digitales
Barcelona
20 de Diciembre de 2019

Se estima que este 2019, el 40% de las parejas que se han conocido, lo han hecho por Internet. Ya sea en redes sociales destinadas a este fin (Grindr, Tinder, Brenda, Happn...) o redes "más convencionales" (Instagram, TikTok, Linkedin...).

 

Internet ha roto barreras a la hora de conocer gente para enamorarse, teniendo en cuenta que en 1995 este porcentaje bajaba hasta el 2%.

Ligar desde una app te permite ser más atrevido, ir más directo y no tener que mostrar ciertas emociones o inseguridades. Ya vendrá el momento del frente a frente, pero el primer paso es mucho más seguro desde que Internet ha permitido que llevemos ruedecitas durante estas primeras interacciones. Ahora, cuando alguien de mis amigos se queda soltero, se baja Tinder y "que sea lo que Dios quiera".

 

Pero antes de empezar a descargar una app de flirtear, quizás tendríamos que ser conscientes de cómo funcionan para poder tomar mejores decisiones.

La periodista Judith Duportail escribió un libro denominado El Algoritmo del amor, donde se informaba de cómo Tinder escondía todo el que cocinaba con los datos de sus usuarios, y la va esgarrifar. Una app pensada para gustar a los hombres, donde se nos clasifica en función de cómo de guapos o feos que somos, el nivel de estudios y los amigos que tenemos.

Pero claro, si detrás de todo tipo de conexión entre personas hay algoritmos, y estos son funciones matemáticas... Cómo se puede calcular sin datos? No puedes clasificar que todo el mundo con todo el mundo, porque el sistema se volvería loco. Se tiene que elegir, y esta elección quizás no es lo que nos gusta. Un sistema de castas encubierto en el que nosotros mismos damos la información clasificada.

"Cuando la tecnología incorpora el factor humano, que habitualmente es blanco, hetero y cis, entonces la caga"

Que nadie me malinterprete. Estoy completamente de acuerdo que la buena tecnología me ayude a decidir ciertas cosas: las listas de Spotify recomienden música según lo que me guste, se apaguen las luces de casa si estoy a más de un kilómetro de casa y me las he dejado encendidas, el supermercado online me recuerde que siempre compro una docena de huevos y que esta vez quizás me lo estoy olvidando. Es buenísimo. Del mismo modo que a veces me toca dividir con la calculadora para repartir el precio de la cena con amigos, la tecnología me ayuda a tomar decisiones y hacerlo más rápido, pero cuando incorporamos el factor humano (que habitualmente es blanco, hetero y cis), la caga.

Antes quizás íbamos a una agencia matrimonial, y ahora la agencia tiene servidores y no apesta a Thierry Mugler.

El problema viene cuando en pleno siglo XXI, no sólo buscamos un tipo de relación. No todo es heteronormativo. Hay gente que busca una cosa esporádica, otras una pareja para toda la vida, el poliamor, el amor libre, matrimonios grupals, la poligamia, o incluso las tribus. Para elegir y remover. Hay tantos tipos de necesidades y parejas como personas hay en el mundo.

"No todas las opciones amorosas son heteronormativas, pero parece que a estas opciones la industria tecnoamorosa no le interesa"

Este tipo de deseos no son ajenos a todos los que se dedican en esta industria tecnoamorosa, pero parece que no haga falta ayudarnos a encontrar pareja.

La genética del amor

La semana pasada se supo que el genetista George Church, de la Universidad de Harvard, está trabajando en una aplicación en la cual te empareja con aquella gente con quien tu información genética es más compatible con la suya para evitar que vuestra descendencia tenga algún problema que se podía haber evitado.

Tengo que decir que me parece fatal que venga un señor de 65 años, o una app, a decirme de quien puedo y de quien no tendría que enamorarme. I ni que la finalidad final de las relaciones fuera la de tener hijos! Este 2019 la natalidad es de las más bajas a nuestro país, y la gente se sigue juntando y enamorando precisamente porque el problema y la finalidad no es la genética o la descendencia.

Soy una gran defensora que la tecnología ayude a hacernos la vida más fácil, pero para que esta app sea útil tendría que tener el genoma secuenciado. Y una vez lo tenga secuenciado, hay mil alternativas para que no tenga que descartar posibles parejas y podamos tener una descendencia sana, como por ejemplo el diagnóstico preimplantacional, que selecciona los mejores embriones que no tienen la modificación genética que queremos evitar.

Aparte, hay enfermedades genéticas que sólo necesitan uno de los dos progenitores para desarrollarse, y por lo tanto sería indiferente juntarnos con unos u otros.

"La app de George Church empareja personas según sus genes para que no transmitan problemas a la descendencia y esto sólo crea más barreras entre ricos y pobres"

No aprendimos nada de la película Gattaca? Esta distopia donde los niños y las niñas genéticamente seleccionados estaban en una posición privilegiada socialmente, y el resto los relegaban a trabajos y responsabilidades secundarias. Evidentemente todavía no estamos ahí, pero si estamos luchando por la inclusión social de personas con alguna discapacidad, lo que no quiero es poner más distancia y aprovechar la tecnología para acercarnos y no para separarnos.

Secuenciar el genoma ahora mismo no es barato. Hace años costaba alrededor de los 3.000 euros, pero ahora podemos encontrar tests por 600 euros. No todo el mundo se puede permitir pagar 600 euros para hacérselo (y se tiene que multiplicar por los dos progenitores) y por lo tanto, es añadir una barrera entre ricos y pobres a la hora de concebir.

Quizás me creo muy moderna, pero en el fondo soy muy clásica y me gusta pensar que la información genética que nos pasamos cuando nos damos besos, o el olfato que detecta el olor corporal son suficientes para que nuestro sistema tenga suficiente información para permitirnos enamorarnos o no. Es lo mismo que la app del Sr. Church, pero me da a mí el control, y no a su juguete.