Opinión

Exiguas ayudas al sector hostelero: ¿por qué?

Cuando gobernaba el tripartido me invitaron a una comida donde asistían varios empresarios turísticos. A lo largo de la conversación descubrí, escandalizado, que la Generalitat subvencionaba la instalación de aire acondicionado en los establecimientos hoteleros. Mostré mi desacuerdo. Les dije que las administraciones públicas nunca tienen que subvencionar las necesidades ordinarias que tienen las empresas. Y les manifesté que si no tenían suficiente dinero como para mantener unos establecimientos decentes para satisfacer a la clientela (que quiere decir, habitaciones con aire acondicionado) más valía que plegaran. Y, como se vanagloriaban de que Catalunya era una potencia turística, les pregunté dónde estaban las compañías de aviación catalanas. Y las cadenas hoteleras de nivel internacional. Evidentemente, nunca más me han invitado a ninguna reunión con ningún empresario turístico.

Nuestro sector hostelero (hoteles, restaurantes y bares) ha vivido, hasta ahora, de unas administraciones que le han reído todas las gracietas, y que lo han ayudado en todo -con subvenciones, pero también haciendo la vista gorda-. Desde las Olimpiadas de 1992, Barcelona optó para convertirse en la capital del turismo meridional europeo. Y el hecho, lamentablemente, ha arrastrado a todo el país.

Ahora ha llegado la pandemia. Y han salido muchos establecimientos reclamando un trato como el que han recibido sus homólogos de, por ejemplo, Francia. Cada uno, individualmente, tiene razón. "Si las autoridades públicas no me dejan trabajar, que me compensen". Parece lógico. Es lo que han hecho en Francia, Alemana, Italia, etc. Pero esto que parece razonable para cada establecimiento, individualmente, no vale cuando los consideramos a nivel agregado. ¿Por qué? Mirémoslo.

Desde las Olimpiadas de 1992, Barcelona optó por convertirse en la capital del turismo meridional europeo. Y el hecho, lamentablemente, ha arrastrado a todo el país

Los establecimientos hosteleros catalanes no han recibido el nivel de ayudas de sus colegas franceses porque no hay dinero para hacerlo. Pasemos cuentas cogiendo a Francia como ejemplo. Vayamos al Eurostat y miremos las cifras. Para hacerlo corto: el PIB francés es de unos 34 billones de euros, mientras que el de España es de unos 24 billones. El PIB español es un 70% del PIB francés. Primer dato. Ahora vayamos a nivel catalán y miremos el Idescat. Resulta que el sector hosteler catalán representa el 9% de la facturación del sector servicios, mientras que wn Francia (lo dice el Idescat, también) la misma actividad representa el 3,5% de la facturación del sector servicios. Haciendo unos cálculos rápidos de estas grandes cifras, nos encontramos con que las ayudas que se podían dar al sector hostelero en España durante la pandemia podían llegar, como mucho, al 20% de las que se daban en Francia (si combinamos el menor PIB que tenemos con el muy mayor volumen de facturación que nuestros establecimientos representan sobre el total del sector servicios). Por lo tanto, si en Francia se les ayudó con el 70% de los ingresos que los establecimientos habían facturado en el año precedente, aquí solo se les podía ayudar con un 15%, como mucho.

Alguien dirá que he hecho unos cálculos rápidos y grosso modo. Cierto. Ignoro si fueron el 15% o el 17,5%. Pero las cosas han ido por aquí. No lo duden. Somos un 30% más pobres que Francia y tenemos tres veces más establecimientos hosteleros que ellos. No hay cajón que lo resista.

Los lobbies son herramientas de doble filo. Y pueden hacer daño si se descontrolan. Es peligroso estar en manos del lobby farmacéutico, es malo estar en manos del lobby bancario, también lo es depender en exceso de los metalúrgicos, etc. Ahora bien, estar en manos del lobby de terrazas de bar (como lo ha estado el Govern) resulta ridículo y provoca una vergüenza enorme. ¿Quién puede confiar en un país así? Todo ello daría risa si no es porque hace llorar. Hemos dejado que el sector hostelero, gracias a un turismo desbocado, acontezca un cáncer sectorial con una metástasis de dimensiones insoportables. Las autoridades catalanas tendrían que estar absolutamente asustadas del desastre en que se ha convertido la distribución de nuestro PIB. Y ver en qué vergonzosas manos hemos caído.

Estar en manos del 'lobby' de terrazas de bar (como lo ha estado el Govern) resulta ridículo y provoca una vergüenza enorme. ¿Quién puede confiar en un país así?

Los próximos años tendrían que estar orientados a llevar a cabo una auténtica depuración y reconversión. Hemos creado un monstruo que empobrece a la economía, que practica una fiscalidad dudosa, que es poco transparente, que crea puestos de trabajo de escasa calidad y que destroza el hábitat humano y el territorio. Y ahora tenemos una oportunidad para domesticarlo y ponerlo en su sitio. Solo necesitamos políticos con suficiente coraje. ¿Los tenemos?