Josep M. Ganyet

Opinión

El vinilo gana las descargas. 'Hipstèria' o usabilitat?

Acaba de pasar un hecho insólito en la industria musical: en Gran Bretaña, por primera vez las ventas de música en vinilo han superado las ventas por descarga. Según el Entertainment Retail Association (ERA) la semana 48 del 2016 los vinilos generaron 2,4 millones de libras mientras que las descargas sólo 2,1. En el mismo periodo del 2015 las cifras fueron de 1,2 y 4,4 millones respectivamente.

Las cifras han cogido todo el mundo por sorpresa, incluso a los entusiastas del vinilo. Pero, son creíbles? Es una burbuja o es una tendencia? Tantos hipsters hay?

Si nos fijamos en la oferta, veremos que los grandes distribuidores de discos en vinilo ya no son los Fnac, Virgin, Ameba Recuerdos y Tower Recuerdos sino que son, a escala mundial, Urban Outfitters —una cadena de ropa— y en Gran Bretaña Tesco y Sainsbury —los Caprabo y Bonpreu de allá—. A esta oferta le tenemos que añadir las tiendas especializadas, las de segunda mano y las webs de coleccionismo de discos.

Pero los cambios más grandes se han producido en la demanda. El primero gran sacudida fue en 1982 con la aparición del CD. El CD fue por la industria musical la gallina de los huevos de oro y a la vez su verdugo. Por un lado y bajo una pretensa mejora de calidad las discográficas nos volvieron a vender el mismo contenido que ya teníamos en vinilo a un precio superior. Pero del que ninguna discográfica no se dio cuenta es que, por primera vez en la historia de los medios, un CD no era una copia de la obra sino que era el máster digital.

En un entorno digital no existe la copia, sólo existe el duplicado y, por lo tanto, un CD y su copia son indestriables. La industria musical se había vendido el alma al diablo que resultó traer auriculares y decirse Napster. Con unas cuántas líneas de código en forma de pequeño programa de intercambio de archivos el Shawn Fanning acabó en 1999 con el modelo de negocio de la distribución de música. De repente la música era inacabable y de balde.

Con Napster pasamos de la economía de la escassedat a la de la abundancia, de sabernos los cuatro discos de casa de memoria a no poder escuchar todo el que habíamos bajado, y cómo que cada medio crea su audiencia nos acostumbramos en el catálogo infinito y a la distribución inmediata. iTunes, Spotify y Google Music son el resultado de la audiencia que creó Napster.

Parecería que un viejo disco de vinilo —coste elevado y distribución no inmediata— no tendría nada a hacer ante el bajo coste y la inmediatez de la música digital pero según los datos de la ERA seguimos comprando vinilos y cada vez más. Y de costes va la cosa. Hay tres costes ocultos que explican el porque de esta resiliencia del vinilo.

El primer coste tiene que ver con el dilema de la elección en uno en torno a oferta infinita y la percepción subjetiva de error. Si hay (virtualmente) infinitas canciones para escuchar también hay (virtualmente) infinitas de mejores —por definición nunca podré escuchar la mejor y esto de manera subjetiva afecta mi experiencia—. Es por eso que nos cuesta tanto decidir qué grupo/disco/tema escuchar. También nos pasa a la hora de decidir qué película miramos a Netflix o a Movistar . Si las opciones son pocas —mi discoteca de vinilos— la probabilidad de error baja sustancialmente y el dilema de la elección queda fuera de la ecuación.

El segundo coste tiene que ver con la pereza. El ritual de sacar un disco de la funda, ponerlo, cambiar de canción, cambiar de cara tiene un coste aparente infinitamente mucho más alto que los dos clics de poner en marcha Spotify y poner la lista recomendada. Y este coste, que en principio jugaría contra el vinilo, es uno de sus grandes ventajas: escuchamos la cara entera y el disco que queda al plato suena a la próxima sesión antes no nos decidimos de escuchar otro. El resultado es que escuchamos más música. Es también este alto coste de poner un disco que a menudo nos hace escucharlo sin hacer nada más cuando la música digital se escucha conduciendo, haciendo deporte o trabajando. Cuando hace que no escuchas música sin hacer otra cosa?

El coste de la pereza tiene una segunda derivada: la tecnología digital no es bastante invisible ni bastante fácil de utilizar. La mayoría de nosotros sentimos la música digital al móvil, al ordenador, a la Play o al mediacenter y no en las mejores condiciones de calidad. Para experimentar la música digital en la sala de casa tenemos que poner en marcha la tele o un ordenador o el móvil o la Play (en algunos casos todo) y en general tenemos que tener unos conocimientos y una infraestructura infinitamente superiores a los que los que se necesitan para poner un disco.

El tercer coste es el de la metainformació. En el paso de la música a formato digitales —a los libros también los pasa— no sólo perdemos la información visible cómo serían la cubierta de los álbumes, las letras, las fotografías interiores o las notas de producción sino que perdemos la información física propiamente. Un disco de los Beatles editado en 1969 no es el mismo que una reedición actual, y si lo compré de estudiante a Portobello de segunda mano tampoco. Esta metainformació se pierde. Incluso los defectos pueden añadir valor a un vinilo: un disco de Apache de The Incredible Bongo Band guixat y con gomets enganchados (al vinilo) a las marcas de corte del pionero del hip hop Grand Master Flash es evidente que no es el mismo que una reedición actual.

Un disco de vinilo no es sólo la música que trae impresa, el diseño de la cubierta, las fotos y las notas sino que es una experiencia que empieza en el momento en que, escapando de los algoritmos de recomendación, removemos una tienda de discos de segunda mano, una experiencia que dura hasta que sentados al sofá se acaba la cara A y nos quedamos mirando las fotos de la cubierta por pereza a levantarnos a cambiar de cara.

Acabo de escribir este artículo y veo que lo ERA ha publicado los datos de las ventas de música de la semana 49. El vinilo también supera las ventas de música digital.