Opinión

Elecciones europeas: algunos mensajes

A raíz de las elecciones europeas se ha producido una avalancha de consecuencias. Algunas han sido pura palabrería, como las que refleja buena parte de la prensa. Otras han sido trascendentales, como la convocatoria de elecciones legislativas en Francia. En general, sin embargo, parece que esta vez la llamada de atención ha sido recibida seriamente. Quiero decir que crear cordones sanitarios es como censurar. Y censurar, en democracia y en el mundo actual, tremendamente conectado y público, acaba volviéndose en contra.

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Las sociedades económicamente desarrolladas y democráticas en el mundo no son tantas. Se pueden contar con los dedos de una mano: América del Norte, Europa Occidental, Japón y Oceanía (Australia y Nueva Zelanda). En resumen: Japón y los descendientes de Europa. De estas, América del Norte y Europa están sufriendo corrientes populistas de ambos bandos: la extrema derecha y la extrema izquierda. Y es que estas sociedades a las que, por suerte, pertenecemos, sufren una serie de hechos insólitos. Una larga paz interna, lo que ha permitido que la formación bruta de capital no haya sido destruida desde 1945. Un sistema de protección social y de bienestar medio envidiable. En general, podemos decir que, si nos limitamos a estos dos aspectos, no habría motivos para el desencanto.

"La mensaje lanzado por los europeos, especialmente aquellos que han votado extrema derecha, es una llamada de atención. Seguramente equivocada, pero es una llamada que habrá que escuchar"

Pero, he aquí que, simultáneamente, tienen lugar dos otros hechos importantísimos y que juegan en contra. Y que, además, son paradójicos. Por una parte, es la primera vez, en siglos, que una generación de gente no vive mejor que la precedente. Las razones son diversas, pero podríamos decir que la combinación de tecnología y globalización han llevado a esta situación. Para decirlo en pocas palabras, si alguien pensaba que sacar del hambre a millones de personas gracias a la globalización –por ejemplo, que millones y millones de asiáticos pudieran comer– saldría gratis, estaba equivocado. La solidaridad tiene un precio. Y así ha sido a escala mundial. Es una cuestión de nivelación. Y si un obrero chino tiene que subir su nivel de vida, eso significa que el de uno occidental tiene que bajar. Porque la globalización significa eso: lo que tú hacías, ahora lo puede hacer otro. ¿Es que esto no había pasado nunca? Sí, siempre. Pero a una escala manejable. ¿O es que no recordamos las inversiones que empresas extranjeras hicieron en la España empobrecida de Franco? ¿Hemos olvidado cuando los agricultores franceses quemaban la fruta que entraba a Francia?

Ahora todo parece indicar que hemos sido miopes. Hemos caído del caballo. Se han puesto demasiados huevos en la cesta china. La codicia global –la de los capitalistas, cierto; pero la de los consumidores, también– nos ha impedido ver más allá. Intentábamos ver lejos, pero sobre hombros de enanos. Ahora quizás toca rebobinar. Y no será sin tensiones.

El otro hecho importantísimo está ligado a la tecnología. Esta globalización de la que hablo ha generado monstruos tecnológicos de dimensiones nunca vistas. Y con esto se han generado unas riquezas personales que dejan por los suelos el concepto que, hasta ahora, se tenía de lo que era una persona rica. Frente a los actuales Bezos, Musk, Zuckerberg, Gates..., y tantos y tantos otros, los históricos Ford, Rothschild, Rockefeller, Hearst, etc. serían mendigos. El motivo ha sido la dimensión del mercado. Aquellos ricos a caballo de los siglos XIX y XX vendían las unidades a millones de clientes. Y se hicieron muy ricos. Los de ahora venden las unidades a un mercado de miles de millones de personas. Su riqueza es inconmensurable.

"¿O es que no recordamos las inversiones que empresas extranjeras hicieron en la España empobrecida de Franco? ¿Hemos olvidado cuando los agricultores franceses quemaban la fruta que entraba a Francia?"

Hay demasiada gente en Europa y en América del Norte que está asustada con todo esto que he explicado. Y quieren acciones. Básicamente, hay dos. Establecer un cierto proteccionismo frente a Asia, ya que las reglas del juego no son equiparables -China no tolera, ni siquiera, que se investigue si las cumple-. La otra consiste en evitar que la gente se vuelva demasiado rica, ya que disfrutar de un mercado tan enorme -un mercado mundial de difícil regulación- es, también, una especie de distorsión de la economía de mercado. Habría que revisitar, actualizándolas, las acciones de gobierno de Theodore Roosevelt y el caso de Standard Oil.

Tengo la sensación de que el mensaje lanzado por los europeos, especialmente aquellos que han votado extrema derecha, es una llamada de atención. Seguramente equivocada, pero es una llamada que habrá que escuchar -como lo era el voto a los revolucionarios de principios del siglo XX-. Si, como dice Thomas Piketty, las élites votan izquierdas, se debe buscar a alguien que plante cara a estos desajustes creados por un mercado inmanejable. Y ese es el reto. Y mejor no hacer aspavientos. Más vale arremangarse y ponerse a trabajar. No hay otra solución.