Opinión

La tecnología divide

Llegan días de Navidad, de encuentros familiares, de comidas y de sobremesas interminables donde inevitablemente se hablará del tema que divide los catalanes: el proceso, el proceso de transformación digital.

"Este es el tema que divide los catalanes: el proceso, el proceso de transformación digital"

Familias, grupos de amigos, compañeros de trabajo, de fútbol sala, gente de todo tipo de clase y condición divididos por culpa del proceso. Los tecnooptimistas afirman que el proceso nos tiene que llevar a una sociedad mejor, donde la tecnología —liberadora— garantizará el libre acceso a la información a todos los ciudadanos, la igualdad de oportunidades para todo el mundo y nos liberará de los trabajos tediosos y poco creativos. Vaticinan que el bienestar que genera el capitalismo digital llegará a todo el mundo en forma de una Renta Básica Universal (RBU) que garantizará una vida digna a las personas. Las personas que ya no se tendrán que preocupar por su subsistencia, podrán trabajar en aquello que más les guste, realizándose a nivel personal y a la vez generando más bienestar para el conjunto de la sociedad.

Los tecnopesimistas dicen que esto llevará a la distopia del Mundo feliz de Aldous Huxley donde todo aquello que nos gusta nos destruirá. Aducen que la tecnología es opresora por naturaleza y que ya empezamos a tener indicios que el proceso nos lleva hacia el mal camino. Facebook, Twitter, Instagram, Netflix, Google y Amazon saben más de nosotros que nosotros mismos, controlan qué buscamos, qué leemos, qué vemos, dónde vamos de vacaciones y cuándo salimos a correr, con el único objetivo de que consumamos más.

"Facebook, Twitter, Instagram, Netflix, Google y Amazon saben más de nosotros que nosotros mismos"

Ponen como ejemplo la reciente aprobación de lo que se conoce como el #DecretazoDigital del Gobierno, una ley que permite sin el concurso de un juez la limitación de derechos básicos digitales a los ciudadanos del Estado español. Recuerden que las políticas represoras del Estado han sido puestas como ejemplo en Turquía y China.

Més info: El ancho digital ibérico

Los dos bloques no son, pero, homogéneos. Entre los tecnopesimistas hay los neoluditas; un grupo de radicales nostálgicos del pasado que abogan por un regreso al tiempo en que la información era controlada por el Estado, un tiempo en el que todo el mundo tenía trabajo —dicen— y los robots no nos amenazaban de quitárnoslo. Los tecnooptimistas también están divididos. Por un lado, hay los que tienen prisa para culminar el proceso y ya querrían ser cíborgs (siempre ponen como ejemplo Neil Harbisson, el primer cíborg reconocido que además es catalán). Por la otra, hay los que creen que todavía no ha llegado el momento, que no somos bastante conscientes de lo que implica el proceso y que hay que estar más y más preparados. Entre sus proponentes está Bill Gates, que propone que los robots que sustituyan una persona paguen seguridad social, en un intento de retrasar el proceso para ganar tiempo para ensanchar la base de conocimientos sobre las implicaciones del tal proceso.

"El proceso de transformación digital ha hecho realidad la visión orwelliana de que todo aquello que detestamos nos destruirá"

El argumento tecnopesimista definitivo contra el proceso lo encontramos en el uso de la tecnología que hace China en la región uigur de Xinjiang. Cámaras en la calle y dentro de los establecimientos con reconocimiento facial; obligación de instalar aplicaciones de seguimiento, grabación de llamadas y mensajes al móvil; prohibición de enseñar el Corán en casa bajo pena de confinamiento en campos de reeducación; identificación facial en controles aleatorios en la calle o revisión indiscriminada de móviles por parte de la policía. Según datos del 2018 en China hay unos 200 millones de cámaras de vigilancia. En Londres solo, entre públicas y privadas, más de 700.000. Las tecnologías digitales nos ha traído el capitalismo de vigilancia, ha hecho crecer populismos y ha alimentado el fascismo, dicen. El proceso de transformación digital ha hecho realidad la visión orwelliana de que todo aquello que detestamos nos destruirá.

Buena sobremesa.