OPINIÓN
Una historia con pista
Estas últimas semanas, viajando por Asia, coincidí con un viejo amigo con el cual nos encontramos de vez en cuando. Él ha sido político destacado, por lo cual me permitirán que esconda su nombre y el de su país para no ponerlo en un compromiso. Es, para hacerlo fácil, un político retirado de uno de los partidos medianos. El caso es que, charlando, me explicó una historia curiosa.
Resulta que una de las ciudades importantes de su país tiene un aeropuerto de tamaño medio. Quiero decir que no es como el de Hong Kong, Singapur o Bangkok, no. Más escaso. Resulta que el organismo de aeropuertos del gobierno se ha empeñado a ensanchar una de las pistas de este aeropuerto. Un hecho absolutamente innecesario, dice él, dado que con el que tienen en esta ciudad pueden ir tirando. Además, asegura él, este dinero hace falta para otras cosas -ya se sabe que gobernar quiere decir asignar prioridades, también-.
Bien, el caso es que nadie entiende la tozudez del gobierno de su país en esta operación. Lo han querido vender de mil maneras. Inventándose todos los bulos que quieran. Tanto los políticos, como los economistas, los empresarios ad latere y la prensa que, allí, está toda comprada. Y aquí empieza la historia que él me explica.
Él ha sido político destacado, por lo cual me permitirán que esconda su nombre
Resulta que, en los últimos años, en su país han proliferado los escándalos de corrupción. Muchos políticos han sido juzgados, pero pocos enchironados. El caso es que, de nuevos casos de corrupción, últimamente parece que no se ven. Con la honestidad que lo caracteriza me dice: "Claro, antes aquello era un sálvese quién pueda. Todos los organismos públicos, todas las administraciones iban arañando dinero de, sobre todo, la obra pública. Quiero decir que desde los organismos centrales de los partidos se había perdido el control de la financiación. La locura fue tal que los jueces de guardia, los de primera instancia, empezaron a investigar y a condenar. Y así, el tema pasó a ser incontrolado. Total, que los grandes partidos del país se reunieron con las grandes constructoras y les dijeron que, a partir de ahora, el tema de la financiación iría centralizado".
Yo le pregunté que quería decir con "centralizado", no lo acababa de entreverlo. "Sí hombre, sí! El partido A y el partido B necesitarán, por ejemplo, dos mil millones. Pues las grandes adjudicaciones de obras ya contemplan esto. Y los contratistas elaboran sus presupuestos sin sustos territoriales. Ahora la cosa ha quedado controlada".
Empecé a pillar el problema. "¡Ah, ya lo veo! ¿Necesitan licitar obra fresca?". "¡Exactamente! Resulta que a la hora de hacer las estimaciones, los del partido A, el que ahora gobierna, hicieron mal los cálculos. Resulta que, entre pitos y flautas, hacen falta unos cuántos millones porque el próximo año tenemos elecciones". Me explica que la cosa se ha ido enredando.
El Partido A necesita este dinero para sobrevivir con comodidad. Pero la gente de la calle no entiende nada. Y los otros políticos no quieren escuchar ni hablar. Tienen miedo de salir en los diarios, como en el pasado. Total que la cosa se está complicando. El Partido A amenaza de bloquear los presupuestos de otras administraciones donde está en coalición, o bien donde hacen falta sus votos.
Mi amigo, al que tengo por honesto, porque nunca ha hecho fortuna y a menudo ha salido malparado cuándo ha querido sacar agua clara, está retirado. Ya me ha invitado varias veces para ir a verlo. Me pide que le haga un arroz como los que hacemos en Catalunya. "Sí, que le contesto.
Hacer un arroz catalán en Asia, me parece un atentado contra el buen gusto
El país entero, el mío, todo él, parece que, permanentemente, venga de echar el agua al arroz". Me viene a la cabeza la visita que Josep Pla hizo a Andreu Nin en los años veinte en Moscú. Todo terminó con un arroz torpe que Pla cocinó como pudo un domingo en la dacha que tenía asignada Nin -personaje de alto nivel en la municipalidad de Moscú-.
"Sí, vendré. Pero antes ven tú. Hacer un arroz catalán en Asia, me parece un atentado contra el buen gusto" que le digo. "Además", remato, "te sentirás alejado de estos problemas de tu casa. ¡Allí, de donde yo vengo, estas cosas no pasan!".