Opinión

De los 'influ-papis' a las 'influ-escuelas'

Las redes sociales se encuentran en medio de una revolución constante, pero el sistema parece encallado, resistiéndose a cambiar. Por fin, el 2024, nos ha golpeado con una realidad que ya no podemos ignorar: así no podemos continuar. Somos esclavos de los algoritmos, de los términos y condiciones de empresas privadas, y de los caprichos desmesurados de sus directivos. Su huella se percibe claramente en las políticas que aplican y en los problemas que eligen resolver (o ignorar).

Pensémoslo un momento: nos recomiendan a quién seguir en TikTok, Instagram, o Twitter (me resisto a llamarlo X, como el Petit Suis al Danonino). Pero mientras tanto, el spam continúa descontrolado, la pornografía que glorifica la cultura de la violación inunda los feeds, y la protección de los menores contra los peligros en línea continúa siendo ignorada. Todo esto bajo la atenta mirada de unos algoritmos devoradores, que se benefician de nuestro tiempo y atención.

"Somos esclavos de los algoritmos, de los términos y condiciones de empresas privadas, y de los caprichos desmesurados de sus directivos"

"Es que no saben más", dicen algunos. No, perdona. Saben exactamente qué hacen y dónde está la clave que regula el flujo de usuarios. Cada día, millones de personas entran en estas plataformas, sea para comunicarse, alimentar su ego, compartir momentos personales o profesionales, o, en el caso de muchas empresas, para promocionar sus servicios. Y es aquí donde quería llegar: Quizás no todas las empresas tendrían que tener presencia en redes públicas, especialmente cuando hay niños de por medio.

Més info: ¿Y si el aliado para hacer détox digital es justamente un teléfono "poco inteligente"?

En los últimos meses se ha hablado mucho sobre si los niños deberían tener móvil antes de los 16 años. Parece que cada vez hay más consenso en la respuesta, pero al mismo tiempo, vemos situaciones contradictorias.

Cuando los influ-papis y las influ-mamis comparten momentos íntimos de sus hijos en la playa, en casa, en la escuela, o los utilizan para hacer publicidad de productos que se los han enviado gratis, o los han invitado al último parque de bolas de la comarca (el infierno en vida, todo se tiene que decir). El sharenting está absolutamente normalizado.

O en las escuelas, vemos normal que en medio de una actividad uno de los maestros coja un teléfono para hacer fotos (habitualmente el móvil personal porque es lo que hay) y las comparta con las familias a través de las redes de la escuela. ¿No estamos enseñando a los niños que tenemos que disfrutar del momento y que no tienen que conducir nuestra vida? ¿Y si estamos pasando por alto un problema más profundo?

Guarderías, escuelas, institutos y centros de ocio utilizan las redes sociales para mostrar la calidad de sus servicios educativos y, de paso, para atraer nuevas familias. Es innegable que estas plataformas ofrecen una gran visibilidad, y es natural que quieran hacer publicidad para diferenciarse en un mercado competitivo, pero, cuando se trata de compartir imágenes o información de niños, hay que pararnos a pensar. ¿Está justificado este uso público o, en realidad, estamos poniendo en riesgo la seguridad y la privacidad de los más pequeños? Me han llegado historias de padres y madres de auténtico pánico. Historias que si salieran de una serie de televisión no nos las creeríamos, pero que ponen en contexto que no todos los seguidores son tan buenos como nosotros.

En un mundo digital donde la seguridad de la información es cada vez más delicada, las familias y las escuelas tienen una gran responsabilidad. Y aquí no vale aquello de "tenemos el consentimiento de los padres". A pesar de que este sea un requisito, tenemos que ser conscientes que una vez en la red, las imágenes pueden ser utilizadas de maneras inesperadas o acabar en manos indeseadas, que escapen del control de las instituciones educativas.

"¿Está justificado este uso público o, en realidad, estamos poniendo en riesgo la seguridad y la privacidad de los más pequeños?"

El Departamento de Educación (página 215, "Protección de Datos"), o la guía de Centros Escolares de la Asociación Española de Protección de Datos, tienen una hoja de ejemplo de autorización para los derechos de imagen de los menores y son muy claros en cómo se aplica la ley, no todos los centros ponen la prioridad donde toca y tratan a los niños como actores de unos pastorcillos de actividades idílicas para la promoción del negocio. Y sinceramente, la prioridad tendría que ser no contradecir los principios básicos, y el pacto no escrito que nos hemos marcado este último año para decir a los jóvenes que "los móviles no son tan importantes y no dirigen nuestra vida".

Si preguntáis un poco a vuestro alrededor, veréis como esta hoja se ha llegado a usar como excusa del "o todo o nada" para los más pequeños: Si quieres que tu criatura participe en la orla de la clase, tienes que firmar que tiene que poder salir en las redes sociales de la escuela. Si la familia no acepta salir en las redes, este niño deja de participar en algunas actividades ante la mirada de sus compañeros y compañeras. Y no quiero hablar de cuando hay una sola familia que pide poner fin al tema de las redes, y las otras veinte-y-muchas no ven ningún problema, porque entonces es tu criatura la única que tiene unos padres "exagerados e histéricos".

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Afortunadamente, en la era digital hay alternativas seguras que permiten mantener informadas a las familias, sin el objetivo de vender ninguna imagen al mundo exterior. Plataformas que, bien gestionadas, protegen a los más pequeños en vez de exponerlos. Y dejadme poner el énfasis en el "bien gestionadas", porque si no cambiamos los permisos o las contraseñas de serie, el problema se mantiene.

Los grupos de WhatsApp son una tortura digital para muchas familias ("¿Alguien ha encontrado la bata de la Aitoooooooor?" "Yo no" x345), pero también nos podemos encontrar con grupos de Teams abiertos, con enlaces abiertos a cualquiera que tenga la dirección. Se tiene que vigilar que no todo lo que compartimos en entornos cerrados se quede realmente ahí. Y repito la idea que planteaba al principio: ¿Qué necesidad hay de tener diariamente una fotografía de dudosa calidad artística de tu hijo o hija? ¿Por qué necesitan algunos centros las fotografías de los niños para promocionar en las redes las actividades que realizan?

"¿Por qué necesitan algunos centros las fotografías de los niños para promocionar a las redes las actividades que realizan?"

Antes de acabar, dejadme decir que no quiero poner a todos los centros educativos en el mismo saco. Al contrario, hay algunos que pasan el test con nota, y de hecho nos hacen falta más ejemplos de buenas prácticas para contagiar a todos los que faltan para incorporarse a la ola del buen ecosistema digital infantil. Quizás podríamos hacer un listado de estas buenas maneras de tratar el tema, y todos podríamos aportar nuestro grano de arena. Desde el maldito documento de cesión de imágenes, hasta el protocolo de la contraseña del Wifi. La lista de mejoras es infinita.

En la era que nos ha tocado vivir, las escuelas e institutos tienen ya suficientes cosas sobre la mesa, pero como instituciones que tienen la responsabilidad del bienestar de los niños, hace falta que adopten políticas claras y estrictas sobre la privacidad y la seguridad en el entorno digital. Esta responsabilidad no es opcional, implica tener personal formado en la gestión de datos, usar herramientas tecnológicas seguras y, lo más importante, implicar a las familias en este proceso.

Y aquí la gran pregunta: ¿qué es más importante? ¿La promoción de un negocio que involucra niños y jóvenes en las redes o su seguridad y privacidad? Donde ponemos la prioridad define claramente cómo una institución trata a sus alumnos y les enseña a tener una mirada digital más crítica o más laxa de cara a los otros ámbitos de la vida y en su futuro.