OPINIÓN
Es la hora de los optimistas cabreados
Siempre me he considerado una persona optimista y cada vez tengo más la sensación de pertenecer a una especie en vías de extinción, porque ciertamente ser optimista empieza a ser algo muy extraordinario.
En contra de lo que se acostumbra a pensar una persona optimista no es alguien que confía en el azar y espera tener suerte, sino alguien que piensa que aún se puede hacer algo, que queda margen para actuar, que cree que lo podemos sacar adelante y que está dispuesto a ponerse a ello con una cierta alegría o al menos con un estado de ánimo positivo. En el fondo un optimista es alguien dispuesto a intentarlo.
En el fondo un optimista es alguien dispuesto a intentarlo
Una alternativa al optimismo es el pesimismo. Verlo crudo y complicado, dudar de las opciones y dar más fuerza a los problemas que a las soluciones. De manera casi inevitable esto lleva al desánimo, a bajar los brazos y a desconfiar del futuro. De la misma manera que el optimismo genera energía el pesimismo la destruye. La otra opción es cabrearse. Enfadarse con todo y con todo el mundo, buscar culpables por todas partes, quejarse por todo y crispar las situaciones. Hay personas que saben cabrearse sin gritar ni montar escenas de violencia, pero viven igualmente con una acidez que aniquila cualquier esperanza de vida animada.
Una persona optimista no es alguien que cree que este 22 de diciembre le tocará la lotería, sino alguien que cree que podremos superar la dinámica de los partidos políticos, mejorar la calidad de las cámaras de representantes, tener un sistema judicial justo y una fiscalidad equitativa, con una administración eficiente y unos servicios públicos al servicio del ciudadano. La alternativa es deprimirse y acabar pensando que la especie humana no tiene ningún sentido, o cabrearse e ir a la sede del Tribunal Constitucional y empezar a repartir bofetadas. Pero afortunadamente soy una persona optimista, y sinceramente creo que hay camino y estoy dispuesto a continuar intentándolo, aunque no descarto convertirme en un optimista cabreado dispuesto a empezar a enviar al carajo a más de uno. Los delincuentes, tóxicos y malnacidos que ocupan demasiadas posiciones relevantes en la sociedad se han aprovechado de la tendencia natural de los optimistas a ser amables y buenas personas, pero que vayan con cuidado porque la evolución humana está dando lugar a una nueva mutación de la especie: los optimistas cabreados.
Que tengan cuidado los delincuentes, tóxicos y malparidos porque la evolución humana está dando lugar a una nueva mutación de la especie: los optimistas cabreados
Probablemente los graves problemas que vivimos, desde el clima hasta la justicia pasando por la gobernanza, los derechos humanos y el papel de la mujer, piden que los optimistas nos cabreemos. Que los que aún pensamos que hay margen para actuar dejemos de ser tan amables y echemos fuera a los inútiles que ocupan lugares críticos. Sin acidez, sencillamente con contundencia. Claramente, es una idea optimista.