La Purísima Constitución y la ética del trabajo
Ya hace unos años sentí una entrevista radiofónica que hicieron al señor Valentí Fuster, insigne cardiólogo e hijo adoptivo de Cardona. El señor Fuster está más fuera que dentro de nuestra casa. Y por lo que tengo entendido se ha formado profesionalmente en Estados Unidos que, digan lo que digan nuestros esnobs, constituye un centro de formación formidable. El caso es que el periodista en cuestión le hizo una pregunta de un gusto dudoso desde la perspectiva del país. Le preguntó, nada más y nada menos, que qué era, según su parecer, la diferencia que el señor Fuster encontraba entre la cultura americana y la nuestra. "La ética del trabajo", soltó el señor Fuster. Sin dudar. Es lo que tiene hacer preguntas de alto riesgo. Mientras en América del Norte la ética del trabajo es un sentimiento vivísimo, entre nosotros no es nada más que una ilusión del espíritu. Un motivo más de palabrería.
La respuesta del señor Fuster, acertadísima desde mi punto de vista, me vuelve a la cabeza cada año por estas fechas -como lo hacen los villancicos al aproximarse el final del año-. Ha acontecido una tradición. Y es que encontrar una befa más grandilocuente que la que el país le hace a la ética del trabajo cada año entre los días 6 y 8 de diciembre se hace difícil de encontrar entre el mundo que conocemos como evolucionado.
"Mientras en América del Norte la ética del trabajo es un sentimiento vivísimo, entre nosotros no es nada más que una ilusión del espíritu"
Antes, hace tiempo, se escuchaba hablar con un cierto enojo de esta enorme animalada. La prensa se hacía eco de manera recurrente, como lo hace cada vez que cambiamos de horario. O cuando se aburren con el Corredor Mediterráneo. Ahora ya no. Hemos caído en el puro estado de espíritu latinoamericano -al fin y al cabo son nuestros descendientes culturales, ¡pobres!-, es decir el fatalismo. El "no hay nada que hacer". Ahora bien, cuando las cosas pasan, o no pasan, es porque aquellos que lo pueden hacer posible, o no, ya les interesa que las cosas estén como están. Y este es el drama. Del mismo modo que Franco no mató a Manolete, tampoco es responsable de este desbarajuste que se implantó, precisamente, cuando Franco murió. Por lo tanto, estamos hablando de más de cuarenta años, periodo que podríamos considerar como un tiempo suficientemente razonable para que "la laboriosa Cataluña" de la época de Franco hubiera hecho algún gesto para cambiar el calendario laboral. De hecho, un simple decreto del gobierno español puede poner remedio a la cosa. Pero nada cambia y, como he dicho, la razón es simple: nadie quiere que cambie. En la Catalunya española tampoco. Ni la patronal oficial -la que cobra del Estado - ni los sindicatos oficiales -que todos cobran del Estado- tienen el más mínimo interés en cambiar esta aberración. De hecho, ganas de cambiar no tienen ninguna.
Las fuerzas vivas -siempre tan muertas y subvencionadas- tampoco hacen nada de provecho. Ninguna propuesta. El cambio sería fácil. Un simple traslado a lunes o a viernes... Y, está claro, ante todo ello, en medio de esta fiesta de barra libre anual, uno se pregunta: ¿existe, entre todos nosotros -altibajos, separatistas y españolistas, liberales y estatistas...- un mínimo sentido de la ética del trabajo? No se inquieten, no hace falta respuesta. No les pondré en la misma tesitura que el periodista de la radio puso al señor Fuster. Porque ante respuestas tan evidentes, tendríamos que dar equivalentes respuestas a todo aquello que de esta evidencia se desprende. ¿A alguien le quedan dudas de por qué siempre seremos un país de tercera? Todavía hay gente con bastante morro para ignorar la generosidad y la permisividad de la Europa laboriosa a la hora de abocarnos limosnas billonarias cada diez años?
Espero que en la próxima ronda de ayudas provenientes de los socios europeos se nos pidan reformas y, entre ellas, quizás, la del calendario laboral
Espero que en la próxima ronda de ayudas provenientes de los socios europeos -cómo digo, de aquí a unos diez años, que será cuando tocará- se nos pidan reformas y, entre ellas, quizás, la del calendario laboral -porque tanta sinvergüenza quizás ofende-. Mientras tanto, tranquilos. Todavía tenemos por delante años de indolencia. Años de tranquilidad para poder pasarse la ética del trabajo por la axila y ofendernos cuando alguien como el señor Fuster ponga el dedo en la llaga.