Pues sí, un territorio traicionado
Tal como comentaba en el artículo anterior, el sistema electoral español -que es el catalán y que afecta, también, a la forma cómo se eligen los ayuntamientos- acaba creando una desconexión total entre el diputado y el elector. Es decir, el trabajo queda totalmente cortocircuitado. Como sucede históricamente en España, determinado un sistema que parece que nos conviene (en este caso, la democracia) entonces se implementa de manera grosera. Y en este caso nos encontramos con listas cerradas interminables (llenas de morralla que no puedes elegir) y circunscripciones enormes (mezcla inseparable de intereses). El elector no sabe a quién vota y el elegido no sabe quién lo ha votado.
Gestionar esta desconexión, escondiendo el origen, es el trabajo permanente de políticos y medios. Equivale a ponerse permanentemente perfume para no querer pasar por la ducha. Los parlamentarios se guían por falsas encuestas y constantes suposiciones, y están permanentemente al acecho de lo que dice la prensa. No necesitan esperar premios o castigos de los electores. Es la prensa y las tertulias -medios compinchados, cuando no comprados- las que dan la relevancia a aquellos personajes que, más tarde, alguien del partido apreciará. Hablo de unos medios completamente comprados por el camino de las subvenciones públicas (ergo, los mismos políticos que buscan aplausos) o por el capital arrimado al poder (privado, que falsea las noticias en espera de, después, recibir favores de los gobernantes en forma de compensación). Y, con toda la razón, el contribuyente se siendo estafado, puesto que no puede castigar al parlamentario desvergonzado, holgazán o traidor.
Hasta aquí, me he centrado en el aspecto individual, el elector para el cual la única manera de castigar a los incompetentes pasa por castigar al sistema: no ir a votar. O bien votar por otro partido, que, a la corta, también lo decepcionará puesto que todos están viciados por el sistema. Esta decepción genera la odiosa falsa afirmación: "Todos los políticos son iguales". Por eso, la infidelidad y el trasvase de votos es tan frecuente en nuestra casa. ¡Arriba y abajo, arriba y abajo! Venga a probar a ver quién tiene la cara menos dura. El elector se ve forzado a pensar siempre en clave ideológica y no guiado por hechos y realizaciones concretas de los individuos que ha elegido -lo cual polariza la sociedad-. Pero a partir de aquí me querría centrar en el hecho de que el sistema, proyectado todo él sobre un territorio -el agregado nacional catalán, por ejemplo- da un resultado mucho más preocupante, si puede ser. La consecuencia final es que los intereses de Catalunya son traicionados. Y no hablo de nacionalismos; hablo simplemente de intereses globales del territorio.
Si la mitad, o más, de los diputados que elegimos están a las órdenes de unos que nos querrían desaparecidos (al menos culturalmente y nacionalmente), ¿cómo quieren que el país esté bien?
Y esta es la gran trampa en la que hemos caído desde la Transición. Nuestro sistema electoral hace que el diputado no cumpla con el territorio. No solo no defiende Catalunya, sino que está a menudo a las órdenes de amos que son hostiles a Catalunya. Estamos ante aquello que se llama unos botiflers. Que nadie proteste, no les estoy negando la condición de catalán -para ser botifler, antes, hay que ser catalán-. Si la mitad, o más, de los diputados que elegimos están a las órdenes de unos que nos querrían desaparecidos (al menos culturalmente y nacionalmente), ¿cómo quieren que el país esté bien? ¿De verdad creen ustedes que si el elector pudiera marcar el diputado que quiere, sería elegido Iceta, un personaje que dice que no dará subvenciones a las bibliotecas a no ser que compren el 50% de libros en español, cuando el idioma que está en peligro de extinción es el catalán? Y todo mientras las cuotas televisivas en territorio catalán son pasadas por la axila. ¿Y quién piensan que ha decidido que el líder socialista de los catalanes sea Illa? ¿Ustedes creen de verdad que morderá la mano del amo? Lo mismo sucede con el resto de partidos no catalanes.
Alguien dirá que esto no es verdad, que los diputados catalanes son libremente elegidos. Ya hemos visto que no -solo son refrendados-. Otros dirán que, a pesar de ser diputados regionales, forman parte del territorio español, de una parte de España, como sucede en cualquier región alemana, francesa o británica. No es cierto tampoco. Los diputados elegidos en Francia, en Alemania o en Gran Bretaña -aunque no sean nacionalistas- no pueden ser traidores al territorio como sí lo son los diputados catalanes. Todos ellos son localistas, son regionalistas o nacionalistas, llámenles como quieran. A pesar de ser un país de tradición centralista, cualquier región de Francia tiene sus intereses mejor defendidos que Catalunya. Los partidos no pueden hacer listas desde París, trufadas de gente obediente al partido y traidores al territorio.
Ya es suficientemente perjudicial que los diputados se deban al partido y no al elector, pero cuando el partido está fuera del territorio, el destrozo está garantizado
Este aspecto se nos ha ido pasando por alto debido a una supuesta fractura en la convivencia. A golpe de elecciones, a golpe de falta de denuncia por parte de unos medios de comunicación permisivos con los ataques contra Catalunya y a golpe de otras actitudes falsamente tolerantes. Y es una consideración fundamental a la hora de revisar donde estamos en términos de destrucción nacional. ¿Se imaginan que las listas cerradas en el Congreso de los Diputados español las hicieran en París o en Roma? ¿Se imaginan que las listas en el Parlamento Europeo se confeccionaran en Estados Unidos? ¿Se imaginan que los diputados del partido conservador o laborista en Escocia los designara Londres? ¿O que los de Baviera los fijaran en Berlín? Aquellos votantes saben que todo ello sería un nido de quintacolumnistas. Nunca votarían a individuos de este tipo. Somos un caso único.
Ya es suficientemente perjudicial que los diputados se deban al partido y no al elector. Ahora bien, cuando, encima, el partido está fuera del territorio (de cualquiera, de Provenza, de Gales, de Baviera, etc.) y es un partido foráneo quien elige a los diputados, el destrozo de aquel territorio está garantizado. Los diputados catalanes de partidos españoles dinamitan aquello que haga falta si el amo se lo pide. ¿O alguien piensa que es por casualidad que, por poner solo unos ejemplos, el famoso Corredor Mediterráneo no se acabe nunca? ¿O por qué continúa sin resolverse la sangría del déficit de balanzas fiscales entre Catalunya y España? ¿Por qué se ataca a la lengua permanentemente hasta conseguir que no podamos luchar contra su retroceso?
Sin la solución de este problema (es decir, que ningún diputado trabaje contra los intereses del territorio), todos (quiero decir todos: separatistas, unionistas, regionalistas, internacionalistas, etc.) tendremos que asumir que Catalunya irá a peor. Sin dudas.