Opinión

¿Quién había dicho que en verano no pasa nunca nada?

Lejos ha quedado aquella frase de que en verano nunca pasa nada, que el mundo se detiene y todo el mundo desaparece. No podemos negar que durante un par de meses, julio y agosto, todo parece ralentizarse un poco, incluso el aire pesa más y cuesta respirar, ciertamente. Pero ya hace años que en verano ocurren cosas, muchas cosas, y este año todo parece presagiar que batiremos todos los récords.

Este verano será recordado como el primero en la historia en el que, in extremis, un candidato a la presidencia de los Estados Unidos presenta su renuncia e inicia, en este caso, un período inédito dentro del Partido Demócrata para encontrar un candidato antes de la convención del 19 de agosto. Que finalmente la elegida ha sido Kamala Harris, y que, contra todo pronóstico, hoy la demócrata supera a Donald Trump en las encuestas a nivel nacional y parece encaminada a revertir los resultados en los siete estados clave.

"Ya hace años que en verano ocurren cosas, muchas cosas, y este año todo parece presagiar que batiremos todos los récords"

Hemos vivido también el intento de asesinato del expresidente y candidato republicano Donald Trump, un atentado que lejos de instigar la unidad social ha avivado aún más las tensiones de un país radicalmente polarizado. El expresidente salió ileso, con una herida leve en la oreja, pero el ataque abrió un escenario incierto en la política de los Estados Unidos.

Recordamos también la caída de Microsoft a escala mundial, calificada por algunos expertos como la mayor parada informática de la historia. Un caos a escala planetaria. Decenas de miles de vuelos cancelados o retrasados por problemas en la facturación, infinidad de negocios de medio mundo sin medios para cobrar a sus clientes, consultas médicas y grandes hospitales sin acceso a los historiales. Una inyección de razón para todos los críticos de la economía de la globalización y las voces que alertan sobre los crecientes peligros de una economía en manos de pocos actores tecnológicos supranacionales.

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Y ya en casa nuestra, en Catalunya, la sacudida de noticias ha sido sin ninguna duda descomunal. Además de las altas temperaturas y la advertencia por parte del Servei Meteorològic de Catalunya (Meteocat) de determinadas situaciones de peligro por calor, la política catalana ha ardido, nunca mejor dicho, como hacía tiempo no lo hacía. Los comicios del pasado 12 de mayo al Parlamento de Catalunya significaron un terremoto en mayúsculas para el ecosistema independentista. Por primera vez los partidos secesionistas perdían la sólida mayoría parlamentaria que les había permitido gobernar desde el año 2015 hasta la actualidad. Y, al mismo tiempo, el Partido de los Socialistas de Catalunya (PSC), con 42 diputados, ganaba también por primera vez tanto en votos como en diputados.

El independentismo había liderado el Parlamento en escaños durante las últimas legislaturas, desde el inicio del proceso, y en las elecciones de 2021 logró incluso superar el 50% de los votos en las urnas. Un récord que se desvanecía ahora con un resultado que dejaba al independentismo muy lejos de la mayoría necesaria. Quedaba claro, pues, que estos resultados electorales cambiaban la dinámica política que se vivía en Catalunya desde 2012. El escenario que se planteaba era este, o pacto progresista o repetición electoral. Y las predicciones no se equivocaron. Este pasado jueves Salvador Illa era investido presidente de la Generalitat de Catalunya con los votos del PSC, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y los Comunes.

El presidente Salvador Illa, con Paneque, Parlón, Dalmau y Romero, en primera fila, así como algunos de los otros nuevos consejeros | ACN

Los republicanos se tragaban un sapo de aquellos que no se digieren ni con una triple dosis de bicarbonato inyectado en vena. La disyuntiva republicana divergía entre pactar con el PSC y exponerse al desgaste de acercarse a los socialistas, o abonar el bloqueo y afrontar el riesgo de una repetición electoral de resultado previsiblemente similar, tal como apuntaba la última encuesta del CEO.

La debilitada situación del partido, que había perdido 13 diputados, pasando de los 33 a 20 escaños, sumada al escándalo de los carteles contra los hermanos Maragall por el Alzheimer, empujó a los republicanos a alejarse de la ya cuestionada unidad independentista y a suscribir un acuerdo con los socialistas que, según hemos conocido por boca de los mismos firmantes, permitirá avanzar en cuatro ejes claros: la soberanía fiscal, la lengua, la resolución del conflicto político y las políticas republicanas.

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No hay nada tan bonito como el papel. Y es que el papel lo aguanta todo. El texto consagra que el gobierno de la Generalitat de Catalunya gestionará, recaudará, liquidará e inspeccionará todos los impuestos, y afirma también que a lo largo del primer semestre de 2025 se deberá haber esbozado el nuevo modelo de financiación en una comisión bilateral Estado-Generalitat. Ahora habrá que ver cómo pasamos de las palabras a los hechos, muy especialmente cuando este pacto ya ha nacido, de entrada, con el rechazo frontal del PP y de varios partidos de izquierda del resto del territorio español.

Nos pese a todos, y sin querer caer en el derrotismo, se dibuja un escenario poco alentador. Porque a pesar de las muchísimas promesas que se han regalado unos y otros, sea por convicción, sea por necesidad, nada puede esconder una debilidad del PSOE en el Congreso que limita esta financiación singular catalana.

Pero si con esto no teníamos suficiente, coincidiendo con la toma de posesión de Salvador Illa, el expresidente Carles Puigdemont compareció por primera vez en Catalunya después de siete años de exilio. Indudablemente, una jornada con dos grandes citas políticas en la agenda. El pleno de investidura del candidato socialista, pues, quedaba difuminado por el regreso y la posterior desaparición de Carles Puigdemont.

"Algunos calificarán la gesta de impecable ejercicio de desobediencia civil, otros, de espectáculo deplorable que ha ridiculizado a la policía catalana"

El líder de Junts Per Catalunya había insistido en varias ocasiones en que quería estar en el hemiciclo en el momento del pleno, que emprendía el regreso del exilio a pesar de la vigencia de una orden de detención nacional contra su persona. Porque si bien tenemos una ley de amnistía avalada por mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, y la teoría dice que el juez debe aplicar las leyes penales, civiles, mercantiles, administrativas y sociales que aprueba el legislador, cuando nos topamos con el conflicto catalán entramos en la galaxia de las excepcionalidades. Y, tal como muchos presagiábamos, el Supremo hoy mantiene firme su negativa a amnistiar a Carles Puigdemont y al resto de líderes independentistas.

A pesar de todo, el expresidente reapareció el jueves por la mañana en el paseo de Lluís Companys de Barcelona desde donde ofreció un breve discurso ante miles de personas. Cabe decir que todos compartíamos el mismo guion. El presidente Puigdemont sería detenido por la policía catalana antes de acceder al Parlamento y, seguidamente, sería trasladado a Madrid para declarar ante el juez Pablo Llarena. Una de esas sacudidas que sin duda entorpecería la toma de posesión del nuevo presidente.

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Pero, para sorpresa de todos, porque aquí hay que decir que ni el mejor de los guionistas de Netflix se lo habría imaginado, el día concluyó con una investidura por mayoría absoluta de Salvador Illa, dos operaciones “jaula” que paralizaron el tráfico en buena parte del país y un operativo fallido de los Mossos d'Esquadra para detener al líder de Junts. Un día para enmarcar.

Algunos calificarán la gesta de impecable ejercicio de desobediencia civil, otros, de espectáculo deplorable que ha ridiculizado a la policía catalana. Sabemos que hoy el expresidente está de nuevo en Waterloo, desde donde ha denunciado la politización de la justicia española y la complicidad del partido republicano con la ola represora. La triste realidad, sin embargo, es que algo se ha roto.

Catalunya comienza una nueva etapa en la que el eje nacional se ha visto destronado por el eje ideológico. Y en este contexto, hoy más que nunca necesitamos que las dos principales fuerzas del independentismo, Junts y ERC, se reconstruyan y retornen a la política propositiva, con fuertes liderazgos y propuestas compartidas. Rebajar la tensión y recosir heridas.