Una autónoma en cuarentena. 4 años, 7 meses y 22 días
Crónica de un corte de pelo
Primera vez en la peluquería después de dos meses y es lo más aséptico que he vivido en la vida
Son las 7am. Mi smartwatch me despierta suavemente a una hora más temprana de lo habitual. Durante el confinamiento, los madrugones han sido para preparar un webinar, un directo en Instagram o para atender una videollamada con algún cliente que empieza antes que yo su jornada laboral. Pero hoy no he madrugado para trabajar. He madrugado para ir a la peluquería.
Mientras desayuno, ojeo el newsletter de Charo Marcos. Su Kloshletter diario marina perfectamente con mi café con leche cargado y mis bizcochos bañados en chocolate (lo de los desayunos saludables lo dejo para la desescalada de verdad). Charo recoge la noticia que ya intuyo que será la más comentada durante los próximos días: según muestran los primeros datos del estudio de seroprevalencia que está realizando el Instituto de Salud Carlos III, solo un 5% de los españoles se ha infectado con el coronavirus, con una muestra de casi 70.000 participantes.
Nada más subirme al coche para mi cita capilar de las 8.30 horas, Àngels Barceló ya lo está analizando detalladamente en su programa de radio. Habla con un médico que recuerda la previsión del estudio del Imperial College de Londres que se publicó en marzo y que daba una cifra de contagio de 7 millones de personas en España. Se ha quedado bastante lejos.
Aun somos muy susceptibles de contagiarnos porque el porcentaje de las personas que han padecido la enfermedad es muy bajo.
El médico pide prudencia y calma para la desescalada porque no tenemos inmunidad de rebaño ya que no hay suficiente gente que se haya contagiado y ya esté inmunizada. Y aunque sea un argumento científico, a mí me pone los pelos de punta. Lo de “rebaño” y lo del número alto de infectados necesario para protegernos frente al virus.
Hacía dos meses que no que no cogía el coche, que no iba a un comercio. Ni siquiera he ido a hacer la compra al súper ni a la farmacia.
Empieza a llover y en apenas 8 minutos estoy en pleno centro de la ciudad.
Todo me ha parece distópico. Los anuncios de concesionarios en la radio diciendo que no es seguro coger el autobús o el metro, que mejor te compres un coche. Los maceteros verdes en la Plaza del Ayuntamiento, que anuncian la peatonalización que Ribó está llevando a cabo y que tanta polémica está suscitando en la ciudad. Y es que no hemos aprendido nada de todo esto. Como decía hace poco un propietario de hostelería, “seguiremos quejándonos del exceso de calles peatonalizadas en Valencia y de no poder llegar a la puerta de cualquier sitio en coche. Seguiremos saliendo a los bares y terrazas sin medida, y seguiremos con nuestro ritmo consumista hasta que nos carguemos el planeta”.
Son las 8:45 y diluvia en el centro de Valencia.
En la puerta de la peluquería, enfrente de la mítica “finca de hierro”, Laura me recibe y me pide que espere fuera. Hay una pegatina roja en el suelo que dice “espere aquí”, como las que hay hace años en las entidades bancarias para preservar nuestra privacidad. Pues bien, las de ahora son para proteger nuestra salud.
Laura me pide que me dé la vuelta, que levante los pies y me rocía la suela de las zapatillas con un desinfectante. Me toma la temperatura. 36,4grados. En una bolsa de basura blanca que abre para mí, he de meterlo todo: chaqueta, móvil, monedero. Me pongo la mascarilla y los guantes y entro.
En el salón hay 3 clientas y 4 trabajadores. Separados por más de 3 metros. Los lavacabezas están flanqueados por unos enormes paneles de metraquilato que separan las pilas. Aunque estoy sola.
Enseguida me recibe Rafa Girbes que, completamente protegido, está limpiando con energía el sillón en el que me voy a sentar. “Las clientas lo primero que me dicen es que se sienten muy seguras en nuestra peluquería. Y eso es lo que nos va a diferenciar ahora Susana, la seguridad”. Yo no puedo evitar pensar que jamás hubiera imaginado que la seguridad sería un valor diferencial de una peluquería. “No es obligatorio tomar la temperatura pero nosotros lo hacemos y así estáis más tranquilas”, me comenta mientras me pone una bata desechable.
Me cuenta Rafa que abrieron el lunes, con toda la plantilla y que está abierto 12 horas. “Hacen turnos de 6 horas, menos mi mujer y yo que estamos todo el día, menos un ratito que salimos para comer”.
Ha tenido que hacer una fuerte inversión para adecuar el salón a las medidas de seguridad necesarias y veo geles, pulverizadores con desinfectante y plástico por todas partes. Mucho plástico. “No podemos usar nada de lo que teníamos, ni las batas, ni las capas de corte, ni las toallas. Nada. Todo de usar y tirar. Con cada clienta genero una cantidad brutal de basura que metemos en bolsas de plástico”. Y de nuevo, no puedo evitar pensar en tanto esfuerzo por reducir el uso del plástico que ahora vuelve a inundarlo todo.
Mientras me corta el pelo ayudado por un peine que desinfecta tres veces, no puedo evitar pensar que, casi con toda probabilidad, formo parte de ese 95% de españoles que no se ha contagiado todavía de Covid19.
Rafa toma medidas en su peluquería, yo las tomo en mi día a día, pero los datos apuntan a que si no me contagio en este corte de pelo, lo hare en el siguiente.