Después de muchos meses de debates parece que sus señorías ya tienen un redactado de la ley que regirá la investigación, el despliegue y la explotación de la inteligencia artificial en la UE. El nombre no engaña: IA Act. Pese a la concisión hay que destacar que no es del todo una regulación de la IA sino que es una regulación del uso que se haga de ella. Así, la regulación distingue entre aplicaciones de "riesgo inaceptable", como pueden ser las de reconocimiento facial de personas en espacios públicos; "riesgo alto", como puede ser la discriminación algorítmica de aspirantes a un trabajo; "riesgo limitado", chatbots que no adviertan que no son humanos; y "sin riesgo", videojuegos, filtros de correo basura y similares. Todos tranquilos, podremos continuar usando ChatGPT mientras digan de dónde han sacado los datos para entrenarlo y lo limiten a mayores de 16 años.
El matiz entre tecnologías y uso de las tecnologías es clave para entender de qué estamos hablando. Primero porque la IA no es una tecnología sino un conjunto de tecnologías, disciplinas y métodos que tienen como objetivo dotar las máquinas de capacidades equiparables a las humanas. Hablo de capacidades y no de inteligencia porque este último término está demasiado connotado. Las máquinas no son inteligentes en la medida la que lo somos los humanos aunque en según qué ámbitos sean mucho más capaces (probad a hacer la raíz cúbica de un número de 20 cifras o de ganar el móvil en ajedrez). Ser competente en un ámbito concreto no te hace más inteligente. Messi por ejemplo, que es el más competente en fútbol del mundo, es incapaz de hablar un segundo idioma. Es lo que el filósofo Daniel Dennet dice "habilidades sin comprensión". Cuando el ChatGPT os dice "buscando, haciendo click, leyendo, pensando" no está haciendo nada de todo esto. Es una mera antroporfomización de un proceso automático de tratamiento de la información.
"Hablo de capacidades y no de inteligencia porque este último término está demasiado connotado"
La elusiva definición de lo que es IA y lo que no, hace que la regulación sea un reto que a priori parece inabarcable. Coged el ejemplo del ajedrez, un juego para el cual en principio hace falta una inteligencia privilegiada para dominarlo. Hasta que en 1997 el Deep Blue de IBM derrotó el campeón mundial Gary Kaspàrov, probablemente el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos. Pasado el choque y después de unos cuantos titulares apocalípticos concluimos que quizás no había que ser tan inteligente para jugar a ajedrez, que todo era cuestión de planificación, evaluación y estrategia, que sí, que hace falta inteligencia, pero que si lo puede hacer una máquina quizás no hace falta tanta.
El caso ilustra que no sólo no hay una definición clara de los límites de lo que es IA sino que su definición cambia con el tiempo. En referencia a esto, el ingeniero Larry Tessler definió la inteligencia como "todo aquello que los ordenadores todavía no saben hacer". Una vez son capaces de hacer una tarea que consideramos inteligente dejamos de considerarlo.
También son muy difusos los ámbitos de aplicación de la IA. Desde que nos levantamos hasta que vamos a dormir que la usamos, de hecho, desde antes de que nos levantemos. Si sois de los que cargáis el móvil mientras dormís y un día os habéis levantado excepcionalmente a una hora intempestiva, quizás os habréis dado cuenta que el móvil no estaba cargado del todo. Resulta que mantener enchufada una batería cargada al 100% reduce su vida útil. Es por eso que vuestro móvil "aprende" vuestros horarios y optimiza la carga de la batería para que esté al 100% cuando tengáis que salir de casa. Encontramos la IA en el GPS, en las redes sociales, en Netflix, en los videojuegos, en los asistentes de voz, en el sistema operativo del móvil, en la Roomba y en el dosificador inteligente del gato.
Parece pues importante porque nos afecta a todos, gatos incluidos. La importancia del tema, traducida en preocupación de los reguladores, la hemos podido coger recientemente en uno y otro lado del Atlántico. Hace un par de meses, invitado por la Mobile World Capital, un grupo de profesionales catalanes de la IA tuvimos la oportunidad de visitar la Comisión y el Parlamento Europeos donde varios cargos técnicos y políticos nos versaron sobre la nueva IA act. Dos cosas me sorprendieron agradablemente: el alto nivel de conocimiento del tema entre los cargos más políticos (de los técnicos ya me lo esperaba) y comprobar que la herida de las redes sociales todavía cuece. Me reafirmé en mis posiciones un mes después cuando Sam Altman, el director ejecutivo de OpenAI, creadores del ChatGPT, compareció en el Congreso de los EE.UU.. A diferencia de las veces que Mark Zuckerberg había declarado en el Congreso, sus señorías tenían la lección bien aprendida. Como los políticos del Parlamento Europeo, las preguntas que le hicieron tenían sentido, eran realistas y lejos de profundizar en las barbaridades del fin de la civilización preguntaban por la propiedad intelectual, el impacto en el trabajo, la difusión de desinformación, la propagación de sesgos, la posibilidad de manipular los algoritmos y concentración de poder. Como nos afecta ahora, no de aquí a diez años.
"Los reguladores llegaron tarde al desgarro que las redes sociales han provocado en el discurso público y por extensión en la democracia"
El cambio es relevante. Los reguladores llegaron tarde al desgarro que las redes sociales han hecho en el discurso público y por extensión en la democracia, bastante tarde como para que cualquier resistencia sea fútil. Ahora no puede volver a pasar. No hablamos de regular una tecnología —si pensamos en una tecnología en concreto el año que viene tendremos que volver— hablamos de regular sus usos; el debate no es lo que hará la IA, que no hará nada porque no tiene inteligencia, sino qué haremos con la IA. En este sentido, y por mucho que nos lo parezca, la IA no es diferente de cualquier otra tecnología. Y sí, el coste de regularla será alto pero el coste de no regularla todavía más. Lo hemos visto con las redes sociales, no en la tecnología en sí, que es fantástica, sino con sus malos usos. De momento progresa adecuadamente a pesar de que yo abogaría por cambiar el nombre de IA Act a "Usos de la Inteligencia Artificial", en Europeo: "Artificialis Intelligentia Usatici".