Me molesta cuando algunos hombres afirman ser self-made men. Esta etiqueta se utiliza a menudo para distinguir aquellos que han heredado una fortuna familiar o que han contado con el apoyo de un patrimonio que les ha permitido prosperar de aquellos que, partiendo de unos orígenes humildes, han tenido de ganarse el camino hacia el éxito o la abundancia económica. Si bien los segundos han mostrado un mayor esfuerzo por encontrarse en el lugar donde se encuentran, la ilusión de la concepción de “haberse hecho a sí mismos” no deja de ser injusta por bajos o difíciles que hayan sido sus orígenes. Hubo un momento dónde las personas que podían describirse como miembros de este grupo presumían de esta característica, y eran reconocidos por los otros como alguien que, gracias a su esfuerzo, sacrificio y valentía, se ha ganado aquello que tiene y que, por tanto, es indudablemente merecedor. Pero hace unos años que este concepto chirría, y es que pese a su uso original, esta idea perjudica gravemente la concepción contemporánea del mérito, el trabajo y, sobre todo, la justicia social.
Todo lo que hacemos siempre se encuentra conectado o bien con las personas que nos rodean o bien con nuestro entorno
Para empezar, nadie ha hecho nunca nada solo. Todo lo que hacemos siempre se encuentra conectado o bien con las personas que nos rodean o bien con nuestro entorno. Además, todo lo que creamos de forma autónoma ha sido aprendido en algún momento, hecho que hace que ya no se parta nunca del no-nada, sino de otra circunstancia inicial dónde, como mínimo, hemos adquirido alguna cosa de otro. Creer que el mérito de lo qué se tiene ahora mismo es únicamente gracias al empuje y la toma de riesgos personales no solo es ilusorio; también es injusto con aquellas personas que, a lo largo de esta trayectoria, han contribuido al éxito y la prosperidad de quién se llama a sí mismo bajo esta fachada del self-made. Todo mérito es el resultado de una suma de esfuerzos y sacrificios que no siempre son visibles o reconocidos. Cuando una persona se lleva un reconocimiento, siempre hay otras personas (familia, equipo profesional o amigos) detrás que lo hacen posible: asistiendo en tareas rutinarias, dando apoyo en los momentos de nervios o estrés o con consejos sobre cómo actuar o reaccionar ante circunstancias adversas. En el éxito siempre participan muchas más personas de las que solemos reconocer.
Cuando una persona se llama “a sí misma”, en realidad lo que está obviando es toda esa faena de retaguardia, y menospreciando todo y todo el mundo que contribuye a hacerlo posible. Por eso, cuando escucho la palabra self-made men no solo pienso en la profunda arrogancia que tiene detrás, sino también en la ignorancia de quién realmente depende del trabajo de las otras personas y del entorno. Sin una persona que asuma la limpieza de la casa, la educación de las criaturas, la preparación de todos los documentos o el cariño y el apoyo para mantener la calma, no hay éxito viable. Es más hay casos más extremos dónde considerar que todo el éxito está hecho por un solo hombre invisibiliza una realidad flamante: los sacrificios que muchas personas han hecho, voluntariamente o involuntariamente, por su causa. La gran cantidad de personas que trabajan en situaciones extremas, las noches sin dormir para tenerlo preparado en la mañana siguiente o las horas que han dejado de disfrutar con sus familias para dedicarlas al trabajo son obviadas, invisibilizadas y menospreciadas cuando afirman que este hombre, solo y únicamente por su esfuerzo y valía personal, ha obtenido.
Las nuevas generaciones ya no están interesadas en grandes héroes de la economía o de la política que levantan imperios
La era de los Grandes Hombres ha caído. Nos encontramos en el fin de la “marca personal”. Las nuevas generaciones ya no están interesadas en grandes héroes de la economía o de la política que levantan imperios en nombre de sí mismos, sinó en aquellas personas que, desde su alcance y campo, poseen su grano de arena en causas que consideran importantes: el fin de las desigualdades, el cambio climático o la lucha por un mundo más justo. Los líderes, más allá de buscar perfiles más diversos y plurales, deben evolucionar hacia roles más orgánicos, dónde su posición en el entramado organizativo responda a sus tareas y no a su valor personal. Que sean personas capaces de inspirar y proveer estrategias de éxito a la articulación de grandes proyectos en nombre del bien común. Que cuando vemos una persona de éxito entendamos que a su lado hay muchas personas que hacen que su tarea sea loable. Empezamos a decir “que equipo más bueno” tiene esta persona o “que buen trabajo que hacen, todos juntos”. Estoy segura de que si valoramos mucho más que el cabeza de pajar empezaremos a valorar no solo las pequeñas tareas, sino también incrementaremos la voluntad de compromiso y orgullo de grupo, que en última instancia enaltece, crece y construye organizaciones más fuertes.