Hay muchos momentos en la vida donde necesitamos un espacio para estar con nosotras mismas, y es difícil encontrarlo. Desde hace meses, mi espacio ha sido una bicicleta de alquiler. Más concretamente, durante las vueltas a casa sola después de un día de trabajo, un encuentro con amigos o una película en el cine. A veces incluso escojo la ruta más larga para poder estar un rato más. Pienso, escucho música, canto e, incluso, cuando pienso que no me ve nadie y la carretera es segura, bailo, a riesgo de encontrarte un holandés mirándote con cara de “¿pero a ti qué c*** te pasa?”.
Estar fuera de lo que entiendes como tu casa, tu tierra y tu tribu tiene cosas malas, como la añoranza, pero también tiene la libertad que nos facilita todo lo que desconocemos. Tiene esa extraña sensación de pensar que, por muy ridículo que sea lo que hagas, nadie tendrá constancia de ello porque nadie te conoce, ni nadie podrá decir ni pensar nada de tí más allá de lo que piensa de una forastera que canta en bicicleta y que intenta, cuando se siente poderosa, hacer piruetas conduciendo sólo con un pie.
Es bonito pensar en los distintos momentos que he pasado este año sobre una bicicleta. Riendo por una buena noticia, llorando cuando me han roto el corazón o bailando cuando por fin te das cuenta de que, en realidad, era lo mejor que podía pasarte. Pasar página sobre la bicicleta es de las cosas más satisfactorias que existen, porque la pena se va rodando mientras tu vida sigue adelante. Mirar la puesta de sol desde la velocidad de las dos ruedas inestables, viendo la inmensidad del cielo sobre ti y las casas a tu alrededor rodando para acabar entendiendo que tú, tú solita, ya tienes todas las herramientas para hacerte feliz. Y que la felicidad no debe proyectarse hacia nada ni hacia nadie, sino hacia al todo que te rodea.
La felicidad no debe proyectarse hacia nada ni hacia nadie, sino hacia al todo que te rodea
El otro día hablaba con un amigo regresando a casa. “Ari, eres una bici-icon”, bromeaba. Pero lo cierto es que, pese a los inconvenientes, no puedo dejar de pensar en las ventajas que conlleva esta forma de moverse. Y si esto es a costa de ser la defensora de las bicicletas, que así sea. Por mucha intensidad que esta frase que diré ahora desprenda, la bicicleta es mucho más que un medio de transporte, es una filosofía de vivir. Ir en bicicleta comporta estar activo, en contacto con la naturaleza, con una relación de igualdad con el resto de bicicletas y, sobre todo, con una capacidad indiscutible de adaptación frente a las situaciones adversas. Es muy fácil bajar la ventana cuando llueve, ¿ha intentado nunca pedalear en una autopista con el viento en contra y lloviendo a cántaros?
La bicicleta es la tangibilidad de las frustraciones cotidianas. Un mal día, no encuentro aparcamiento. Una buena noticia, voy deprisa como el viento. La bicicleta se moldea y adapta tanto a las situaciones adversas como a las favorables. La bicicleta es accesible, inclusiva, adaptable y transformable. La bicicleta es un pedazo de metal que rueda con lo que puedes hacer todo lo que quieras. Y una ciudad debe estar adaptada para que no sólo sea posible, sino también cómoda y prioritaria.
La bicicleta es mucho más que un medio de transporte, es una filosofía de vivir
Hay cosas malas que ir en bicicleta, pero no quiero hablar ahora. Ahora quiero agradecer la capacidad de poder montar en bicicleta de forma segura en la ciudad, durante la noche, durante el día, para ir a la universidad, al trabajo, al parque oa una cita. Quiero agradecer poder salir con la cabeza llena de nubes de casa y tener un espacio para mí sola donde enviarlo todo a la mierda y rodar, rodar, rodar hasta mi próximo destino. Y seguir teniendo la garantía de la bicicleta como espacio de liberación.