Si algo es divertido de interactuar con gente holandesa es el choque cultural que tenemos en la forma de hacer las cosas. Si no te fijas mucho, de entrada, nos parecemos. Tanto los catalanes como los holandeses son conocidos por todas partes por ser buenos con los negocios, y también por ser muy cautelosos con la forma en la que gastan su dinero. Por eso, por ejemplo, nos sentimos muy cómodos yendo a cenar con holandeses, porque tenemos clarísimo que siempre pagaremos a medias. Aún así, los catalanes no podemos obviar nuestra mediterraneidad: somos más abiertos en la parte social y más flexibles en los horarios, pero menos organizados cuando se trata de ir al grano y terminar pronto. Pese a las diferencias, hay rasgos que hacen que te sientas como en casa estando lejos del hogar.
Barcelona hace años que se consolida como un nodo empresarial de empresas emergentes a escala europea, lo que ha atraído a muchas personas a venir a la ciudad para desarrollar sus proyectos. Tanto es así que el pasado año Barcelona fue reconocida como la tercera ciudad europea más valorada entre los emprendedores para iniciar una empresa. O, como mínimo, eso mostraba el ranking Startup Heatmap Europe. Un hecho curioso es que en 2021 tanto Amsterdam como Barcelona competían por la tercera posición en el ranking europeo, con un 20% de los emprendedores afirmando que consideraban ambas ciudades como un lugar donde desarrollar sus proyectos. Ambas ciudades cuentan actualmente con más de dos mil startups y un ecosistema creciente, así como una voluntad de convertirse, en los próximos años, en centros de referencia empresarial.
En esta dirección, existen tres factores que comparten ambas ciudades. En primer lugar, la voluntad de producir y captar talento. Tanto Barcelona como Ámsterdam son ciudades atractivas por su oferta cultural y de ocio, pero también por sus centros de conocimiento. Son ciudades relativamente pequeñas pero con una gran oferta de educación superior, especialmente en estudios de posgrado e investigación. Ligada a esta centralidad educativa, también cuentan con un ecosistema emprendedor en crecimiento y elementos reguladores y de soporte creativo que facilitan esta tendencia, lo que nos lleva a la segunda consideración: la centralidad de la innovación. Ambas ciudades buscan no sólo generar espacios de gran talento y capacidad, sino también que contribuyan a generar nuevas respuestas a los tiempos que vienen. Respuestas sociales pero también climáticas, así como crear una nueva cultura de valores empresariales dirigidos no sólo al enriquecimiento personal, sino también a las consecuencias positivas colectivas. Pero esto no las hace sitios perfectos e idílicos, sino en una transición hacia condiciones más favorables para la experimentación e imaginación.
Debemos dejar de ejercer el emprendimiento como una forma de enriquecernos o contribuir al crecimiento productivo y consumista para pasarlo a una herramienta para resolver retos colectivos
Y aquí entra en juego el tercer punto: pese a su gran determinación empresarial, ambas ciudades han empezado a presentar retos de ajuste hacia esa transición. El encarecimiento del precio de los alquileres, la gentrificación o las dificultades de ajustarse a las comunidades internacionales sin perder la esencia de la propia cultura, lengua y tradiciones son algunos de los principales retos que atraviesan Barcelona y Amsterdam de forma paralela. Sin embargo, esto no es nada que no pueda regularse y garantizarse con una voluntad política. Cada ciudad, por su parte y con sus condiciones, debe buscar la forma de resolverlos y dar respuestas equilibradas a las necesidades de la ciudadanía, teniendo siempre en cuenta la centralidad que el bienestar y la vida de las personas juega en la gestión urbana.
Las empresas, en sí, representan iniciativas personales con la voluntad de cubrir un propósito social. Debemos dejar de comprender y ejercer el emprendimiento como una forma de enriquecernos o contribuir al crecimiento productivo y consumista para pasarlo a una herramienta para resolver retos colectivos que reviertan (y no compliquen) la búsqueda de soluciones para los problemas que tenemos y que vendrán. Ámsterdam y Barcelona representan ecosistemas ejemplares en su rápido desarrollo, pero también pueden liderar un movimiento que encuentre equilibrios satisfactorios entre el bienestar, la creatividad y la innovación. Si lo hacemos o no dependerá, únicamente, de quién y qué queremos que prime.