Cuando hablamos de modelo de movilidad sostenible, de un lugar donde la sostenibilidad vaya sobre ruedas, siempre pensamos con Ámsterdam. El sistema de bicicletas de la ciudad, del que hablamos hace unas semanas, es admirable y un auténtico referente para otras capitales europeas. Aun así, la ciudad todavía tiene un reto muy grande en el ámbito de movilidad, transporte y sostenibilidad cuando hablamos de lo que pasa bajo el agua de sus múltiples canales. Hace unas semanas, la noticia corría por todos los diarios: Ámsterdam prohibirá la circulación de grandes barcos de cruceros en el centro de la ciudad. Mientras en Barcelona se considera una gran regresión económica y empresarial, reducir el número de cruceros en el puerto de la ciudad, en Ámsterdam nadie movía un dedo: es normal que, con los datos en la mano, si los grandes barcos generan mucha contaminación y ponen en riesgo la sostenibilidad de la ciudad, el gobierno imponga medidas.
Y es que se había calculado, con un informe elaborado en 2021, que un gran crucero produce los mismos niveles de óxidos de nitrógeno (NOx) en un día que 30.000 camiones. Si bien hay barcos de mercancías y comerciales que necesitan continuar circulando para llevar a cabo su actividad económica o proveer la ciudad de diferentes productos, se podía modificar ligeramente la trayectoria de estos barcos para evitar un turismo masivo que ya hacía años que se definía cómo una "plaga de saltamontes". Si bien hay estructuras que se han investigado ampliamente en términos de contaminación, no podemos decir que el fondo marino sea uno de ellos. Usado constantemente como depósito de residuos y contaminado por numerosos tipos de embarcaciones, es evidente que el fondo de los canales no es exactamente el paradigma de la pulcritud ambiental. Aun así, en este contexto pasa lo que siempre pasa con todo aquello que no vemos a primera vista: cómo que no es visible, no nos parece urgente. La destrucción de la vida marina, la contaminación de las playas y el impacto en la calidad de vida de las personas ya han despertado algunas emergencias a las cuales el Ayuntamiento de Ámsterdam ya está respondiendo positivamente con medidas más contundentes por los barcos que entran a la ciudad (obligándolos a cumplir requisitos ambientales más estrictos) o en la presencia de metales pesantes o sustancias químicas peligrosas en tales embarcaciones, que generan residuos por uso y son depositadas al fondo marino de la ciudad.
El ayuntamiento también ha emprendido una serie de medidas por la sensibilización y concienciación de la población sobre la contaminación de los canales, así como ha impulsado políticas cómo la estrategia Port Vision Amsterdam 2020-2040 para convertir el puerto de la ciudad en un líder en sostenibilidad y pionero en la fabricación de energía sostenible; o la Bubble Barrier, una iniciativa para recoger plástico de los canales que se puso en marcha hace unos años. Aun así, los Países Bajos continúan teniendo una de las aguas de baño con peor calidad de la Europa Occidental, hecho que hace que, si bien las medidas mencionadas se encuentran en la buena dirección, el país tenga que repensar y reformular qué hacer en los próximos años para continuar siendo un referente en gestión hídrica sin caer en su propia trampa.