Anna es muy cotilla. No tiene nada de malo que lo sea. Al contrario, su curiosidad la ha llevado a ejercer una de las profesiones más bonitas del mundo: el periodismo.
De su infancia conserva tres recuerdos muy claros. El primero es el de la señorita Maite, su profesora de tercero de EGB, quien le soltó un "¡Anna, preguntona!" con tono de reproche durante una visita escolar a una granja escuela, cuando Anna preguntó al granjero cuánto cobraba al mes. "Hay cosas que no se pueden preguntar", la regañó la maestra. El segundo recuerdo es una vieja grabadora de su padre que funcionaba con cintas de casete. Con ese aparato, Anna entrevistó al señor del estanco de al lado de su casa, al chico que repartía el periódico (al que encontraba muy guapo), a los niños del barrio que jugaban a la pelota, a su madre mientras cocinaba, a su perro y a su abuela, quien le habló con pelos y señales de todo lo que vivió durante la Guerra Civil. Guarda esa cinta como un tesoro y piensa que algún día escribirá un libro con ella.
"Años después entendió que en la vida se puede preguntar todo, pero no siempre se obtiene respuesta"
El tercer recuerdo es la separación de sus padres. Ella no paraba de hacer preguntas mientras su madre, con lágrimas en los ojos, hacía las maletas. Preguntas que siempre se respondían con evasivas y de las que nunca obtuvo una respuesta clara. Años después entendió que en la vida se puede preguntar todo, pero no siempre se obtiene respuesta.
De esa forma tan particular de relacionarse con su entorno, Anna hizo su bandera y, como si fuera un juramento hipocrático, memorizó el código deontológico del Col·legi de Periodistes de Catalunya: informar de manera rigurosa y precisa y evitar daños por informaciones sin suficiente fundamento.
"Tan conectada que, a menudo, tenía que obligarse a desconectar. Por salud, claro"
Tiene la suerte de pertenecer a una generación que aún podía vivir del periodismo, aunque nunca haya estado bien pagado. Siempre ha trabajado en los medios tradicionales y, a lo largo de su carrera profesional, Anna ha desempeñado todos los roles imaginables. Todos. Empezó en la radio privada de su pueblo. Después entró en un diario, primero como becaria, luego en varias secciones, hasta disputarle el puesto en la sección de política a un veterano que estaba a punto de jubilarse. Fue corresponsal en Madrid. Informó sobre el 11M y sobre todas las mentiras que se dijeron en las horas posteriores a los atentados. Estuvo en Bruselas y regresó justo cuando Twitter comenzaba a ganar popularidad, pensando que era la mejor herramienta del mundo porque permitía estar hiperconectada con el presente. Tan conectada que, a menudo, tenía que obligarse a desconectar. Por salud, claro.
Con Twitter también surgió toda una corriente de personas que lo convirtieron en su estandarte: "¡Viva la contrainformación! Los medios tradicionales están comprados. ¡Los medios tradicionales son partidistas! ¡La verdad está en la red!"
"Y si el medio tradicional está comprado y la red también, ¿qué nos queda?"
Hace ya algunos años que es freelance y ha presenciado la absoluta precarización de su profesión. Escribe aquí, colabora allá, participa en tertulias en la radio, hace de corresponsal para un diario digital... y hace malabares para sobrevivir en el lodazal de la información y la contrainformación. Son muchos y muchas los periodistas que día tras día luchan con todas sus fuerzas por construir una sociedad mejor, pero últimamente están ocurriendo cosas muy dolorosas. El lamentable espectáculo que cada semana ofrece Vito Quílez en la sala de prensa del Congreso de los Diputados, un insulto para todos los periodistas del mundo; Jeff Bezos y la compra del Washington Post, proclamando, por un lado, que el periódico debe ser neutral, mientras, por otro, se reúne con Donald Trump por su proyecto aeroespacial. Neutralidad para no decir la verdad. Una censura encubierta. Qué cinismo. Y, para colmo, la transformación de Twitter en X y la incursión de Elon Musk en una red que desinforma, desestabiliza y destruye por completo la opinión veraz. Y si el medio tradicional está comprado y la red también, ¿qué nos queda?
Hace un rato que Anna reflexiona sobre esa frase de Kapuściński que leyó en la facultad y que decía: "El periodismo es una herramienta fundamental para la construcción de la democracia". Y si hay algo a lo que Anna es leal, es a este oficio de búsqueda de la verdad. Consciente de que lo que está en juego es precisamente la libertad y la democracia, ha tomado una decisión. Anna coge el móvil, accede a la galería de aplicaciones y pulsa sobre la X negra: ELIMINAR.
Anna respira. Enciende la radio y escucha aliviada que, en las últimas horas, son muchos los periódicos que han tomado la misma decisión. Enciende el ordenador para transcribir una entrevista y piensa que tiene el mejor trabajo del mundo.