Hace un año que Marisa empezó como becaria en una pequeña empresa de comunicación. Según los estándares de las pequeñas compañías de comunicación, entre creativos, servicios y contabilidad, son unas veinte personas. La verdad es que la recibieron muy bien. Aunque ella era de cuentas, con quienes más se relacionaba era con los creativos: bajaban a fumar, iban a tomar cañas los viernes y, si alguna vez tenían que quedarse porque había una entrega al día siguiente, no tenía problema en quedarse con ellos y encargar unas pizzas.
“¿Por qué no organizas la cena de Navidad?”, le dijo el director creativo. Ella, frente a esa acogedora tarea, dio por entendido que eso significaba que, de cara al 2026, podría aspirar a un contrato en condiciones. Así lo hizo.
El viernes llegó la primera al restaurante. Dijo que venían de la agencia y que tenían una mesa para 20 personas. Se colocó en la puerta y, a medida que los compañeros iban llegando, repartía gorros de Papá Noel, serpentinas y diademas de Rudolph compradas en la tienda Tiger. Todos iban guapos y perfumados. La noche prometía ser épica, y ella tenía puesto el ojo en Marcel, un copy de tercer año que, como siempre, llegaba tarde. “Espero que no os importe”, dijo Marcel jadeando al entrar al local. “Como lo considero un miembro más de nuestro equipo, he invitado a ChatGPT”.
Marisa, ante la organización de la cena de Navidad, dio por entendido que eso significaba que, de cara al 2026, podría aspirar a un contrato en condiciones
Al principio todo parecía bastante normal. Hablaban, pasaban las botellas de vino, brindaban, reían y cotilleaban… El chat, sin embargo, estaba callado en medio de la mesa, y copa que le servían, copa que se bebía de un trago. Entonces, empezó a hacer preguntas. “¿Por qué los humanos necesitan beber vino en lugar de energía solar?” “¿Por qué se ríen si yo no entiendo su sentido del humor?” Todos intentaban explicarle las costumbres humanas, pero el chat parecía no entender prácticamente nada.
Después vinieron las preguntas indiscretas: “¿Cuál es el sueldo de un creativo senior en comparación con el de contabilidad?” “¿Cuál ha sido la facturación de este año y qué porcentaje ha ido al bolsillo del director creativo?” “¿Se liarán esta noche Marcel y Marisa?” Para evitar un desastre mayor, el director creativo se levantó para hacer un brindis.
Habló de las excelencias de las compañías independientes. Del gran momento creativo, de los leones de oro de Cannes, de los retos que suponen las campañas de publicidad en redes sociales y, sobre todo, de la flamante incorporación del Chatbot GPT a la empresa. Entonces hizo una mención especial a Marisa, quien se puso toda roja.
“Quiero agradecer a Marisa Gutiérrez la organización de esta velada y su disposición. Ha sido un pilar para nuestro equipo durante este último año. Le deseo todos los éxitos del mundo. Tienes mucho talento y muy pronto encontrarás una buena empresa. Te echaremos de menos, Marisa".
Marisa se puso la chaqueta y, hecha un mar de lágrimas, salió fuera tras acabarse el cuarto cubata
La pobre chica se quedó blanca. Todos la aplaudían y levantaban las copas, y ella, con un nudo en la garganta y las lágrimas a punto de brotar, se bebió la copa de un trago. Marcel, ajeno al brindis, hablaba con Susana, de cuentas, al oído.
La noche terminó en un karaoke cantando villancicos. El chat no entendía nada y solo repetía la letra de Jingle Bells, mientras todos se morían de risa. Marcel y Susana hacía rato que se habían ido. Marisa se puso la chaqueta y, hecha un mar de lágrimas, salió fuera tras acabarse el cuarto cubata. El chat salió detrás de ella y, con esa expresión de estupefacción que suele tener, le dijo: “Marisa, si quieres te ayudo a redactar tu correo de despedida”.