Hace unos meses explicaban que en distintos puntos emblemáticos del verano holandés instalarían dispensadores de crema solar gratuita, y si algo nos une a los catalanes con la noble patria baja es el amor a las cosas gratis. La razón de esta medida es el gran número de casos de cáncer de piel en los últimos años. En la última década los casos de enfermedad se han duplicado por dos en todo el país, sobre todo en mayores de cincuenta años que se quemaron durante su infancia cuando sus familias veraneaban en zonas más calurosas, como el Mediterráneo. Así pues, ya sabemos lo que se ha hecho de los turistas quemados y su bronceado irresponsable: aquellos que durante años hemos llamado "gambas" por sus colores de piel después de largas horas en el Sol ahora pagan las consecuencias, y los suyos gobiernos se encuentran casi forzados a emprender medidas para revertir esta situación.
Fuera de los juicios médicos que claramente no domino o de hacer una apología en la quema solar que yo claramente no me pongo siempre que es necesaria, creo que el problema de raíz es, como siempre, lo que damos por supuesto. Como disfrutamos de una buena salud, no nos preocupamos por un exceso que, a simple vista, sólo deja algunas quemaduras. Dado que el Sol tiene cualidades positivas para nosotros, pensamos que no seremos nosotros, los desafortunados que tomamos una enfermedad terminal. Siempre pensamos que las cosas malas pasarán a los demás, y nos reímos de los sufridores que, obsesionados por no quemarse, se ponen crema incluso en las orejas. Y ahora, años después, es un gobierno que debe emprender medidas preventivas por un exceso hace unos años, más o menos cómo nos pasará con el cambio climático y nuestros excesos ambientales. El gobierno holandés es conocido por unas políticas frugales y por no excederse nunca en su gasto público. ¿Por qué ahora, de repente, se pone a repartir crema solar gratuita en escuelas, playas y puntos de concentración social? Porque sale más económico regalar crema solar que poner en riesgo a una población que muestra tantos casos en un período de tiempo tan corto. Las generaciones jóvenes han recibido ya cursos de concienciación en las escuelas sobre los riesgos que tiene este fenómeno. Sin embargo, a quienes hacer cursos y charlas cuesta más, regalar crema puede ser un buen incentivo, y más teniendo en cuenta los altos costes que tiene este producto en relación con su esencialidad para la salud pública.
Aquellos que durante años hemos llamado "gambas" por sus colores de piel después de largas horas en el Sol ahora pagan sus consecuencias, y sus gobiernos se encuentran casi forzados a emprender medidas para revertir esta situación
Hay varios problemas, sin embargo, que pueden surgir de esa gratuidad. Lo primero es que, por el hecho de ser gratuito, se derroche por parte de la población. El segundo es el impacto competitivo que puede tener con las marcas de crema solar y la diferencia de calidad de protección que pueden tener aquellos que pueden permitirse comprar el tubo que más les convence y aquellos que dependen de la prestación del servicio. Además, debemos tener en cuenta que, en un país como Países Bajos, con un turismo más bien limitado, el consumo de la crema solar será principalmente a sus residentes y ciudadanos, mientras que, si esta medida la implementáramos en lugares como la Costa Brava, supondría un estipendio que beneficiaría, principalmente, a los turistas y visitantes. Sea como fuere, una política pública de ofrecer productos básicos para la salud preventiva debe celebrarse y debe ser un debate que expandimos a otros ámbitos como el dentista, la ginecóloga, los productos de salud íntima y menstrual.