El
dicho índice de Carla llevaba toda la vida preparándose para el día de hoy. De los cinco dedos era, sin duda, el más vital, el más emprendedor, pero también el más "
disfrutón".
A los cinco años, cogió la costumbre no muy elegante de hurgar dentro de la nariz. Él lo tomaba como una misión: cogía aire, se adentraba dentro de la cavidad nasal y cogía todo lo que podía. Entrar unos instantes para salir con una burilla era un trabajo placentero y necesario. Con el dedo gordo, que por su medida nunca tuvo acceso a aquella gruta misteriosa, hicieron un pacto de colaboración y empezaron a hacer pelotas. Pelotas que después tiraban al aire durante las horas de clase. Pelotas que enganchaba en la pared, debajo de la silla. Pelotas que, más de un día, acabaron dentro de la boca. La madre, que era una señora de buena familia, le daba un golpe cada vez que el dedo índice salía de la nariz cargado de regalos, y con el tiempo, está claro, dejó de hacerlo.
Ay, la madre, que siempre tuvo el dedo índice en su punto de mira. "No señales. Es de mala educación". "¡A mí no me levantes el dedo!"… Frases que el pobre dedo índice había tenido que escuchar una y otra vez. ¿Pero qué podía hacer, el dedo, si él era un avanzado a su tiempo? Era ambicioso. Era rápido.
Durante la adolescencia pasó una temporada larga dentro de una férula. Jugando a baloncesto, Carla, hizo un mal movimiento y se lo rompió. Después de aquella experiencia traumática, dejó de hacer deporte y se centró en cosas más productivas como las Matemáticas. Ahí sí que triunfaba. Era capaz de teclear números, sumas, restas, derivadas, senos y cosenos con una rapidez que dejaba a todo el mundo boquiabierto. Esto le permitió forjarse un futuro muy sólido.
Al llegar a la edad adulta, Carla descubrió, en el dedo índice un firme aliado del placer y contra de la soledad. No hay que decir el aprecio que le tenía Carla cuando bajaba vientre abajo y se sumergía bajo la delicada tela de su ropa interior. O el talento que tenía el dedo índice para difuminar el pintalabios o cuando, más de una vez, quitó de la mejilla de Carla una cálida lágrima de desamor. Pero nadie es infalible, y una mala gestión de las emociones y de una ansiedad desmedida hizo que el pobre dedo índice se quedara casi sin uña de tanto de mordérsela. Ah, la ansiedad… tan buena porque te hace estar en alerta y tan nociva al mismo tiempo…
En fin, que el dedo índice tiene un propósito, y hoy lo demostrará. Hace muchos días que está navegando por la red, escogiendo y seleccionando productos de aquí y de allá. Productos rebajados. Productos que Carla no necesita, pero claro, están rebajados. Todas las aplicaciones de tiendas virtuales están abiertas y las cestas llenas. Faltan pocos segundos para que sea día 29 de noviembre. El dedo está preparado. Todo está a punto. Ordenador. Móvil. La tarjeta sobre la mesa con los códigos pertinentes. 3, 2, 1. Las webs cambian su aspecto. Confeti. El himno de la Champions. Unicornios Y arcoíris.
Ha llegado el Black Friday y con una velocidad de espanto, el dedo índice pulsa con seguridad una y otra vez. Comprar, comprar, comprar.
Porque desde siempre, el dedo índice de Carla, sabía que sería uno de los motores de la economía, no de este país, sino de la economía mundial… y lo ha demostrado. ¡Felicidades, dedo índice que todo lo compras!