Las locuras de Donald Trump tienen siempre un final imprevisible. La última subida de testosterona entre consejeros y secretarios empezó como una jugarreta que valía más ignorar y ha acabado con la anulación de un viaje oficial a Dinamarca como respuesta a la negativa de la primera ministra del país a negociar la venta de Groenlandia. Mientras la prensa y los gobernadores nórdicos se tomaban la noticia como un rumor fruto de la famélica actualidad veraniega, el presidente de los Estados Unidos ponía precio a los 56.000 habitantes del lugar y soñaba con las posibilidades de negocio que se generarían con la explotación de la isla. Pero, si se trata simplemente de comprar una isla, el gobernante tiene al alcance opciones mucho más económicas para pasar la frustración.
Trump no ha sido el primer presidente norteamericano interesado a comprar Groenlandia. Después de la II Guerra Mundial, y aprovechando la presencia militar de la superpotencia a la isla, el presidente Truman ya hizo una oferta de 1.200 millones de euros que Dinamarca rechazó. Una estimación reciente de Washington a partir de criterios empresariales que tiene en cuenta tanto la superficie del territorio (es la isla más grande del mundo) y los recursos naturales con que cuenta, indica que el actual dirigente de los Estados Unidos tendría que subir su oferta hasta los 38.500 millones de euros.
Por suerte para Trump, el mundo está lleno de islas privadas a la venta, muchas de ellas en manos de empresarios y celebridades, y que le saldrían mucho más baratas. Quizás no tienen las posibilidades de explotación de recursos de Groenlandia, pero sí que le permitirían tener un retiro en el cual encontrar la paz necesaria para darle un par de vueltas a sus proyectos más alocados.
Una isla para cada bolsillo
El mercado de islas privadas se mueve en un abanico de precios amplísimo. Las más asequibles pueden costar mucho menos que un piso, mientras que los grandes bolsillos pueden llegar a invertir decenas de millones de euros. El factor geográfico juega un papel esencial en el precio de estas islas, el que hace que una propiedad al sudeste asiático o en el Caribe sea mucho más exclusiva que una de condiciones similares a la Patagònia, pero el que acaba determinando las diferencias de precio entre islas en entornos y de medidas similares son cuestiones prácticas.
El factor más decisivo es la proximidad a núcleos poblados que faciliten el suministro. Tener una isla puede resultar muy relajante, pero comporta una serie de incomodidades como la carencia de acceso a servicios y la necesidad de contar con un vehículo náutico con el cual acercarse al pueblo más cercano por gestiones tan terrenales como hacer la compra. Si el trámite se puede hacer en 20 minutos, la isla será mucho más cara que si se requieren 3 horas.
Otro elemento clave es el acceso a recursos básicos, como el agua o la electricidad. Contar con un espacio aislado del mundo puede ser un buen elemento de marketing por los anunciantes de lotería, pero la realidad es que tener que instalar pozos de agua y generadores multiplica los costes y las incomodidades. Del mismo modo, contar con infraestructuras básicas como caminos por los cuales circular y embarcadors donde aparcar el medio de transporte puede parecer un básico, pero son accesorios que dan valor a la isla.
Finalmente, cuestiones básicas de seguridad, como la meteorología y contar con un fondo marino que garantice un buen anclaje porque la embarcación no desaparezca en el océano y nos quedamos aislados a la primera oleada también hacen subir la cotización de nuestra isla.
Y sí, existe la isla perfecta. La isla Ragkyai, en Tailandia, se encuentra a sólo 10 minutos en barca del pueblo más cercano, a 20 minutos en avioneta del aeropuerto de Pukhet, con decenas de kilómetros de playa e infraestructuras por la embarcación y para moverse con comodidad. Eso sí, su precio no baja de 153 millones de euros. Peccata minuta para Trump.