“Es una noche como cualquier otra”, se consolaba pensando Anna cuando vio que le habían puesto guardia por Año Nuevo. Pero lo cierto es que ahora que el cielo comenzaba a oscurecer y ella se prepara para ir al hospital este último atardecer de 2024, se le encoge un poco el corazón.
En fin, es el trabajo que hemos elegido, dice mientras aparca el coche en el aparcamiento del hospital, que está más vacío de lo habitual. Estos días es fácil aparcar aquí. En la planta, todos se conocen y en noches como la de hoy, se crea una especie de clima de complicidad que no se produce en otras guardias, por muy estresantes que hayan sido. Es como si fueran los “elegidos” por la mano divina de la sanidad pública.
Cuando llega a los boxes, revisa los informes de las compañeras que salen. Parece que no hay mucho movimiento. Bien alegres, entre algunos enfermeros y celadores, preparan la mesa dentro del office. Cenarán, comerán uvas y harán una copa de cava.
Anna hace la ronda por las habitaciones que tiene asignadas. Cambia una vía en la 212, comprueba la tensión de la 217 y en la 219 hay correteos. Julià, un hombre de 93 años con una mirada azul como el mar, que entró hace unos días por unas complicaciones renales, hace sus últimos alientos. Dentro de la habitación ya están los médicos que lo auscultan. El hijo de Julià está fuera. Anna no puede hacer otra cosa que agarrar la mano de aquel hombre que se marcha de este mundo con la misma serenidad con la que llegó hace casi un siglo.
Anna abraza al hijo de Julià. Implicarse emocionalmente en un trabajo es eso porque la sanidad va de personas, no de cifras. Lo aprendimos durante la pandemia y parece que poco a poco lo vamos borrando.
La velada transcurre igual que cualquier otra, solo que en el office de la planta, y por turnos, van cenando en pequeños grupos que ríen y hablan de las mejoras en las retribuciones de los sueldos y de las guardias que hace unos meses acordaron los sindicatos con el ICS. Unas mejoras que no son suficientes para la presión del sistema público ahora que, quizás, tendrán que absorber los 1,7 millones de mutualistas de MUFACE. Unas mejoras que no son suficientes para el personal técnico no cualificado y para celadores. En fin, que la última cena del año se hace entre la asepsia del hospital y la conciencia de un colectivo que parece ser, constantemente, el saco de golpeo.
Falta poco para la medianoche. A Anna le suena el busca y lo maldice. Corre pasillo arriba, deseando que sea un trabajo corto y pueda volver para tomar las uvas con las compañeras. Petra está estirada sobre la camilla. Jadea frenéticamente. Anna le agarra la mano a Petra porque ve que tendrá que actuar rápidamente. Le inyecta una vía. La doctora está avisada. No tardará en llegar.
Pero la doctora no llega y toca arremangarse. Petra se retuerce de dolor. ¿Has venido sola? Petra dice que no, que su pareja está en la sala de espera. Anna, pasillo abajo, va a buscarla. En la sala de espera solo hay una chica, Blanca, que se muerde las uñas y escribe por el móvil. Suena el cuarto. Anna y Blanca, pasillo arriba, corren hasta el box y la doctora que no llega.
Uno. Petra llora de dolor. Dos. Está muy dilatada. Tres. No creo ni que lleguemos al paritorio. Cuatro. Blanca besa a Petra, que se contorsiona y aprieta los dientes. Cinco. Anna reniega por la falta de personal: ¡yo no soy matrona! Seis. Anna prepara los utensilios al lado de la camilla. Siete. Se arremanga las mangas. Ocho. Ya le veo la cabeza. Nueve. Petra, respira y empuja. Diez. Muy bien, lo haces muy bien, preciosa. Once. Anna recuerda con claridad cómo se hacía la maniobra. Tiene medio cuerpecito entre las manos. Doce. Un llanto precioso rompe el silencio de la extenuada madre.
Petra se pone al niño en el pecho y abraza a Blanca. Anna, con las piernas temblorosas, aparenta tranquilidad, pero está hecha un saco de nervios. Ha nacido aquel niño con el nuevo año. Todo son buenos presagios. Anna se lava las manos y la ginecóloga llega. Todo ha salido bien. Estas cosas pasan, y felicita a Anna por el buen trabajo.
Horas más tarde Anna sale de la guardia. Se mete en el coche y llora. Ha recibido un gran regalo, y ha entendido cómo funciona la vida. Un año se acaba y otro comienza de la misma manera que unos se van para dejar lugar a los que llegan. Enciende la radio y comienza un vals de Johann Strauss.