Si algún cineasta quisiera afrontar el remake de “El hombre tranquilo” de John Ford, en el papel original del malogrado John Wayne podría probar con Andoni Zubizarreta. Total, si con sesenta años se ha atrevido a realizar un máster digital en la universidad neoyorquina de Columbia, tampoco se le habrá hecho tarde para debutar en el cine. De cualquier personaje público, el ciudadano de a pie se crea una idea, un estereotipo, y le coloca la correspondiente etiqueta clasificatoria, si es así o asá según dicten los prejuicios personales. De Zubi podíamos pensar de antemano que era un vasco sobrio, de palabra justa y lacónica, reservado y nada amigo del foco público. A la hora de la verdad, de conocerlo a dos palmos de distancia, la idea se mantiene, pero aparece una personalidad rica y compleja. Para empezar, y no traicionaremos el off the record habitual en la velada, las suelta tal y como las piensa de manera argumentada, sin necesidad de hablar mal de nada ni nadie, con una memoria formidable para los detalles de una biografía que merecería escribir las memorias en volumen casi enciclopédico. Al fin y al cabo, Zubizarreta mantiene algunos formidables registros personales en su largo, casi inacabable, recorrido por la élite y cuatro equipos fundamentales, Athletic, Barça, València y la selección española.. Alguien que recuerda episodios de sus casi mil partidos en primera línea de escrutinio debería escribir cómo vivió todo aquello, repasar al detalle lo que sucedió en el fútbol de su generación y en los clubs que le confiaron los tres palos de la portería, allá donde se plantan los peculiares, los distintos, los que utilizan las manos y se distinguen en el denominador común de las indumentarias.
Pero no lo hará. Lástima, nos lo perdemos. Y no escribirá este imprescindible libro porque su versión es suya y no querría ni confundir, ni entrar en rifirrafes con terceros que, en efecto, no vendrían ya a cuento de nada. Andoni escenifica el aforismo infalible de ser propietario de sus silencios y esclavo de sus palabras. En consecuencia, ni una palabra de más en público, que los eternamente famosos viven siempre con altavoz incorporado y cualquier detalle puede ser objecto de tergiversación. Convertido en abuelo gracias a Markel, su hijo director técnico del Barça femenino, al Zubi de hoy, plenamente maduro, lo distinguen la barba blanca y la bonhomía, el placer de decir las cosas tal como las piensa, las nulas ganas de quedar bien, el acento en un carácter reflexiones que da mil vueltas a cualquier contingencia con deseo de hallar la solución correcta, la que corresponde a cada momento. A priori, resultaba bastante complicado seleccionar qué incluir en el cuestionario de entrevista. El espíritu de La Milanesa de Messi queda definido por el placer ante la conversación larga, relajada, sin prisa, pero tampoco era cuestión de incluirlo todo en la transcripción anexa y acabar pareciendo una especie de Guerra y Paz, un volumen considerable de temática futbolística. Por lo tanto, nos vimos obligados a resumir a regañadientes y, aún así, la charla oficial se prolongó casi noventa minutos. Añadan otras tres horas de sobremesa agradable en extremo, consistente en tocar todas las teclas que salieron a escena cuando la grabadora ya estaba apagada. Y la sensación, agradable naturalmente, de que aún podríamos estar ahora mismo sentados en el Fishhh de Lluís de Buen si hubira sido por él y la comitiva involucrada, Bien, si alguien en el grupo no era devoto del balón, sufrió a buen seguro un considerable empacho, aunque la sensación de velada tan distendida como agradable dominó el sentimiento general de los presentes. Y todo, a la Zubizarreta, bien meditado, trabajado, de confirmación y plusvalía evidente de tu a tu expuesta por un personaje capital en los últimos cuarenta años del fútbol español.
Para comenzar, Andoni esgrime una suave ironía que transmite su sonrisa traviesa, esos ojos que se tornan minúsculos cuando la deja caer sin voluntad de molestar, ni de herir ni caer en el chismorreo. Descendiendo a terreno concreto, imposible contar los episodios, las personas que salieron a palestra. En cualquier caso, empecemos por aclarar que Zubizarreta es del Athletic Club y ese hecho diferencial le distancia de realizar valoraciones exhaustivas sobre el actual Barça. Ningún comentarioo sobre Rosell y Bartomeu, los presidentes que confiaron la secretaría técnica al ex portero, persona absolutamente independiente y desmarcada del cruyffismo por razones casi obvias con el paso del tiempo. Simplemente, no era de su cuerda, ni se avenía de modo incondicional a los postulados del entrenador holandés, a quien no resta méritos, aunque tampoco olvida algunos pasajes vividos en primera persona. Al fin y al cabo, aquel regreso de Atenas, con Gaspart negando de entrada anunciarle que hasta allí había llegado defendiendo la portería azulgrana por decisión expresa de su técnico de entonces, todavía consta en su biografís como una de las cicatrices vitales de vez en cuando aún recuerdan cómo llegó a sangrar la herida. Tiene gracia recurrir a Astérix para comentar que Atenas no existió, no fue, quizá sea apenas fruto de la imaginación de un guionista con mala uva.
Si és leo y guipuzcuano, aunque formalmente nació en Vitoria, resultaba natural realizar un recorrido por la historia de su singular club, con arranque y final en una totémica figura de referencia como el Chopo Iríbar, de quien heredara la pose y la sapiencia bajo palos. Aquel Iríbar que imitaba a los pelotaris de cesta punta, tan inequívocamente vascos, cuando lanzaba el contraataque con balones colocados al pie del compañero distante en sesenta metros. Una exageración. Como hiperbólica resultaba aquella definición de los arqueros acuñada por el gran Di Stéfano, rogándoles que pararan lo que iba adentro y no se metieran, por favor, las que iban fuera. El estilo de Zubizarreta seguía a pies juntillas la recomendación del astro argentino. Por lo tanto, no venía a cuento interpretar de cara a la parroquia, a la galería, con estiradas inútiles, teatrales, que ni antes ni ahora casaban con nuestro personaje. Mirando atrás en el tiempo, sorprende que cambiara las críticas del Camp Nou a partir de un dedo elevado como peineta que respondía a los pitos de los más atrevidos, aquellos que nunca entendieron la apuesta de relegar al estimado Urruti en beneficio del recién llegado.
Nos habría encantado, claro, hablar de Panizo, de los once aldeanos rojiblancos, de Mauri y Maguregui en la media, y nos dimos por satisfechos con la saga de los Blasco, Carmelo, Iríbar que cubrieron la portería a lo largo de dos generaciones de simpatizantes. Y del Barça actual, ningún comentario sobre el liderazgo de Laporta, apenas una constatación de tipo zen: Imposible llegar a la cumbre con un simple saltoo desde el campo base. Por tanto, paciencia. Y nada de llamar 'declive' a los años que siguieron al pletórico 2009 del sextete. Simplemente, las obras de arte y las conjunciones astrales acostumbran a ser únicas, irrepetibles, tanto como aquel equipo azulgrana dell que ya sentimos indisimulada nostalgia. Con Zubizarreta abandonaríamos las entrevistas largas, género periodístico en desuso que nos entusiasma practicar, para abrir una sociedad gastronómica de aquellas típicas de su tierra en las que, una vez por semana, el tiempo no cuenta cuando charlas entre gente de confianza sobre todo lo divino y humano que nos ofrece el fútbol. Así, no escribiría sus memorias, seguramente, pero nos las verbalizaría a cada encuentro y de cada velada saldríamos felices. Que el fútbol es más fútbol todavía cuando te lo recrea Andoni, no Zubi, la persona que se ha mantenido firme en sus postulados después de ser personaje casi único, irrepetible. Y los focos, lejos. Y el escaparate, para quien lo desee. A él le cae mejor la discreción propia del vestido oscuro, discreto, que siempre han lucido los porteros vascos.