Joan Mas Cantí habría podido ser un pijo de la Diagonal, como hay tantos. Pero ni ahora que tiene 94 años ni cuando tenía 20 y pensaba en aquellas largas tardes de verano que pasaba en Camprodon con su amigo Carles Ferrer Salat qué podían hacer para sentirse más cómodos como futuros dirigentes económicos del país, nuestro personaje ha dejado de participar activamente y discretamente en todas las grandes operaciones de modernización de la sociedad civil que tanto ha contribuido a construir.
Un montón de operaciones, en gran parte gestadas en el laboratorio del
La burguesía ilustrada y sus responsabilidades
Joan Mas Cantí y Carles Ferrer Salat provenían de familias industriales que hablaban catalán, pensaban en mejorar un país que no les gustaba y conversaban, a menudo, sobre cómo cambiarlo. Ferrer era un buen estudiante que acabó tres carreras (IQS, Económicas y Filosofía y Letras). A Mas, según explica él mismo, no le gustaba estudiar y acabó haciendo un peritaje en la Escuela Industrial de Barcelona. Pero los dos consiguieron reavivar, del brazo y con la ayuda inestimable de Carles Güell de Sentmenat y Artur Suqué, entre otros, las energías de una clase social atrapada en aquel ambiente apolillado, que fluctuaba como almas en pena entre el nacionalismo emergente, una izquierda clandestina que todavía no había renunciado al marxismo y una nueva clase rica y descatalanizada de recién llegados sin demasiadas inquietudes sociales ni culturales.
Joan Mas Cantí y Carles Ferrer Salat provenían de familias industriales que hablaban catalán, pensaban en mejorar un país que no les gustaba y conversaban, a menudo, sobre cómo cambiarlo
Esto no quiere decir que Mas Cantí, todo un culé que había jugado de delantero centro en el juvenil del Espanyol, y compañía no montaran a caballo en la Cerdanya o el Ripollès, no esquiaran en La Molina, no jugaran a tenis en el Polo o no hicieran de vez en cuando el aperitivo en el Bagatela. Pero ellos, desde su posición, eran conscientes de su papel. No hacían la política clásica de resistencia de su tiempo, pero impulsaban políticas sociales homologables en Europa. Joan Mas Cantí nació en 1929, año de la exposición Internacional de Barcelona, en una familia textil que lo situaba en la élite de las familias más afortunadas del país. Carles Ferrer Salat venía de una familia vinculada a la industria farmacéutica. Carles era un joven inquieto, trabajador, ambicioso y distante. Joan era un tipo alegre, imaginativo y extremadamente sociable que básicamente buscaba la felicidad, propia y ajena. Un buen día de verano habían quedado los dos en el paseo Maristany de Camprodon, donde los Ferrer tenían una magnífica residencia. Pero Mas Cantí llegó media hora tarde. Se había olvidado en Barcelona el famoso salvoconducto, un documento de la policía franquista entonces imprescindible para circular por zonas fronterizas.
El Gentlemen's Club
Los dos amigos, que conocían Europa y la comparaban a menudo con el ambiente cargado que los rodeaba, se sintieron avergonzados e indignados. Carles dijo "¡Tenemos que hacer algo!" Joan respondió: "¡Hagamos un Club de Opinión!". Y en aquel entorno tan poco carpetovetónico fue donde la idea fue tomando forma. Harían una sociedad de inspiración británica dedicada al debate de ideas, capaz de sacar la caspa a aquel país que ahogaba las libertades. El grupo inicial se nutrió básicamente de algunos vecinos del paseo Maristany: Ramon Garcia Nieto, Josep Armenteras o los hermanos Ribot. Más tarde, Ferrer Salat habló con Carles Güell de Sentmenat y Artur Suqué, dos de sus mejores compañeros del Institut Químic de Sarrià, otro centro de renovación política e intelectual del momento.
Harían una sociedad de inspiración británica dedicada al debate de ideas, capaz de sacar la caspa a aquel país que ahogaba las libertades
Todo muy british, como parecía reclamar el entorno físico donde germinó la idea. Parece demostrado que el paseo Maristany, diseñado por el arquitecto Bernardí Martorell, está inspirado en el paisajismo inglés, y más concretamente, en el castillo de Balmoral, que el hijo de en Francesc Maristany, Alejandro, había conocido y hecho conocer al arquitecto, después de su estancia en Gran Bretaña. Suqué era yerno del primer alcalde franquista de Barcelona, Miquel Mateu. Carles Güell de Sentmenat era hijo de una aristocrática familia de larga tradición ilustrada. Los cuatro se constituyeron en las cuatro patas básicas y complementarias que necesita cualquier proyecto para salir adelante, inventando, quizás sin saberlo, el sistema de liderazgo compartido hoy en día tan imprescindible en la dirección de las empresas más avanzadas.
En aquella mesa donde cada cual aportaba sus mejores capacidades, los cuatro gentlemans se repartían los papeles: Ferrer representaba la imagen pública y, en cierto modo, el liderazgo. Mas, era el aglutinador imaginativo y estratega. Güell, el organizador que conectaba mejor con la más antigua aristocracia burguesa. Suqué, casado con la hija de un eminente falangista, el facilitador de contactos entre los jóvenes europeístas y el Régimen. Un régimen que los miraba de reojo, a pesar del exilio que casi todas aquellas familias habían vivido durante la Guerra Civil, con la única excepción del padre de Mas Cantí, médico, que quiso permanecer en Barcelona hasta el final de la guerra como cirujano del Hospital de Sant Pau.
Vicens Vives, el maestro
Ferrer Salat había conocido Jaume Vicens Vives cuando estudiaba Filosofía y Letras en la Universitat de Barcelona. El 30 de octubre de 1954, Vicens Vives publicaba un artículo en la revista Destino titulado Hacia una nueva burguesía, que entre otras cosas decía: "pero la burguesía es diversa y multiforme, y en cualquier momento puede iluminar un nuevo sector que recobre el timón de la nave social… cuando se pronosticaba su desaparición ha reaparecido bajo nuevas formas y con nueva pujanza, consecuente con los ideales que aportó y difundió desde sus burgos medievales: espíritu de empresa, pactismo político, tolerancia ideológica e igualdad de oportunidades sociales".
Tres años antes, siguiendo la idea de Mas Cantí, habían fundado el primer club liberal de debates de la época franquista, el Club Comodín, que hasta 1958 no pudo adoptar el nombre de Círculo de Economía. Diez años más tarde, en mayo de 1968 (momento histórico de grandes cambios en todo el mundo) Carles Güell de Sentmenat escribía otro artículo valiente, probablemente gestado en equipo, que explicaba las dificultades de aquella pandilla de jóvenes ilustrados a la hora de modernizar el país. El artículo, publicado en Información Comercial Española, órgano oficial del Ministerio de Comercio decía así: “La clase empresarial catalana, no dispone aún de la variedad de instrumentos necesarios para participar activamente en las decisiones de la política económica”. Y continuaba diciendo: "el sistema de sindicación, de contratación, reglamentación de conflictos laborales y despido, han de aproximarse progresivamente a los de los países de la Europa Occidental más desarrollados a cuyas economías debemos integrarnos… el empresario, para orientar y resolver la política social debe dialogar con interlocutores válidos, realmente representativos de los trabajadores y, por lo tanto, con autoridad para el diálogo y el acuerdo”.
Los encuentros partían del hecho que la universidad oficial de su tiempo no les servía para entender el mundo donde vivían
Toda una declaración de intenciones que difícilmente el gobierno franquista habría consentido en otros líderes de opinión sin los apellidos aristocráticos de Güell de Sentmenat, como era el caso de Jordi Pujol, otro agitador social con una significación política diferente, que justo aquel año inauguraba la sede de Banca Catalana en el Passeig de Gràcia. Pujol visitaba, a menudo, Vicens Vives, que vio enseguida la conveniencia de conectar aquellos dos mundos diversos que coincidían en buena parte de objetivos. Por eso lo invitó a asistir a una de las reuniones formativas que solían celebrar en su casa los futuros fundadores del Cercle. Todos sabían que la procedencia social de Pujol era otra, pero su alto nivel cultural (hablaba y escribía francés, inglés y alemán) no tenía nada que envidiar a nadie y los impulsores vieron que no podían prescindir.
Aquellos encuentros partían del hecho que la universidad oficial de su tiempo no les servía para entender el mundo donde vivían, de forma que acabaron convirtiéndose en unas auténticas sesiones de formación y aprendizaje, impartidas inicialmente por el mismo Jaume Vicens Vives y Josep Benet, a continuación por Jesús Pabón, que los instruyó sobre Francesc Cambó y la Lliga; el historiador monárquico, opusdeísta y antifranquista Rafael Calvo Serer; el doctor Josep Trueta, suegro de Ramon Trias Fargas, que les hablaba del exilio; el filósofo Josep Ferrater Mora; el historiador del cine catalán Miquel Porter Moix; el escritor y poeta Maurici Serrahima y el catedrático de economía Fabià Estapé, entre otros. Una auténtica universidad alternativa.
Sería justamente Estapé, un hombre decisivo, junto con Joan Sardà, en el desarrollo de los Planes de Estabilización del tecnocrático gobierno franquista, quien, años después, y ya constituido el
Un club de ajedrez
El Club Comodín fue fundado en 1951 con un nombre posibilista, que fue finalmente autorizado por las "autoridades competentes" después de unos cuantos tira y afloja, dirigidos a evitar cualquier sospecha de utilización política. Comodín era un nombre bastante polisémico porque todo el mundo se encontrara a gusto. Técnicamente, era un club de ajedrez, y, por lo tanto, "la autoridad competente" que lo autorizó fue la Delegación Nacional de Deportes, que años después sería dirigida por Joan Antoni Samaranch, con quien posteriormente tenían que coincidir en el gran proyecto de los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Las casualidades existen, porque los objetivos sociales del club coincidían con la afición de dos brillantes expresidentes del Cercle, Vicenç Oller y Salvador Alemany, grandes jugadores de ajedrez que estuvieron haciendo partidas online entre ellos hasta los últimos días de enfermedad del añorado Vicenç Oller. El Comodín tenía sus reglas, un poco curiosas vistas con los ojos de ahora. La primera era que, como antiguamente en el Cercle del Liceu y en todos los clubes ingleses de la época, las mujeres no podían ser socias. ¿Para evitar motivos de conflicto o tal vez duelos de madrugada entre celosos miembros del Club? ¿Para procurar espacios de reposo matrimonial a sus agobiados miembros? ¿Para poder hablar tranquilamente de negocios y otras señoras ausentes? ¿Para poder invitar alguna de vez en cuando?
El Comodín tenía sus reglas, un poco curiosas vistas con los ojos de ahora
No parece que ninguna de estas razones, plenamente vigentes en los clubes anglosajones y en los inicios felizmente superados del Cercle del Liceu y el Círculo Ecuestre, puntuaran en el caso del Comodín. Pero sí se trataba de hacer una sociedad filobritánica, que era una manera sutil y elegante de hacerla antifranquista. Lo tenía que ser con todas las letras. Incluso a la hora de aceptar o rechazar un nuevo socio, que se hacía por el sistema del blackballing, de origen masónico, en el cual una sola bola negra dentro del saco de las votaciones servía para negar la entrada a un aspirante. Organizar un club de ajedrez con simbología aliadófila y según como, masónica, en tiempo en que el Régimen forzaba a cambiar de nombre al Hotel de Inglaterra del Passeig de Gràcia por Hotel Majestic y los masones eran encarcelados por el solo hecho de serlo, respondía seguramente al espíritu un poco elitista de Ferrer Salat, pero también sin duda al innegable sentido lúdico de Mas Cantí, que conocía bien el estilo de vida de las élites británicas.
El chico del Eixample que no quería mandar
Joan Mas Cantí era un chico de casa buena del Eixample que vivía en el cruce de las calles Mallorca y Llúria y estudiaba en los Jesuitas de Sarrià donde los compañeros acostumbraban a elegirlo como delegado de curso. Muchos de aquellos compañeros lo siguieron también en la aventura, primero en el Club Comodín y después en el
La familia tenía una fábrica de acabados textiles en la Rambla del Poblenou y otra en la esquina de las calles de Aragó y Vilamarí. Las dos, finalmente liquidadas por el mismo Joan debido a las primeras crisis del sector. Una tercera, en cambio, fundada por él mismo en 1972 en asociación con antiguos clientes y competidores, pudo subsistir treinta años más con resultados positivos. Mas Cantí, en palabras de la gente que lo conoce bien, es un hombre feliz, constructivo y conciliador, que ha rechazado muchas veces cargos y presidencias de las entidades públicas y privadas que le han sido ofrecidas. Su influencia, siempre ejercida desde un discreto segundo plano, ha sido, en cambio, decisiva en casi todas.
La familia de Mas Cantí tenía una fábrica de acabados textiles en la Rambla del Poblenou y otra en la esquina de las calles de Aragó y Vilamarí
Entre las principales, donde su intervención ha sido decisiva, hay que mencionar la fusión de la Cambra de Comerç (liberal) y la de Industria (proteccionista), la recuperación de Foment del Treball, la fundación de la CEOE, la fundación del centro financiero Contax y del centro de control de calidad Calitax, la fundación del Banco de Europa, la fundación de Enclavamientos y Señales, primera empresa robotizada de España ideada por el catedrático Gabriel Ferraté, la fundación de la escuela Aula, la fundación del Consorci d'Informació i Documentació de Catalunya, la junta directiva del Barça y la gestación del Centre Català, un partido giscardiano (inspirado en el presidente francés Giscard d’Estaigne), que fue su único fracaso conocido.
Todas estas historias se pueden leer más documentadamente en el libro Intuición y Perseverancia editado por el Cercle con la colaboración de Jordi Alberich, la tarea ingente del periodista Andreu Farràs y el testigo de una gran cantidad de fuentes autorizadas. Pero ahora y aquí destacaremos que Mas Cantí ha sido probablemente el hombre que ha rechazado más veces la posibilidad de presidir los proyectos e instituciones más relevantes de su tiempo. "Siempre he pensado que había alguno de mis amigos más capaz que yo para ejercer aquellas responsabilidades", dice. Bien es verdad que sus amigos los pudieron convencer para ser presidente del Club Comodín, de la Jove Cambra de Barcelona, del
La contribución empresarial a los Juegos Olímpicos de Barcelona
No tuvo más remedio, en cambio, que aceptar el cargo de Comisionado de los Juegos Olímpicos Barcelona 92, a pesar de que en principio también se había negado alegando que su inglés era de "nivel turista" y habría otros que lo harían mucho mejor. La historia de los Juegos Olímpicos había empezado muchos años atrás, también con su intervención. Un buen día del año 1958, el alcalde Josep Maria Porcioles propuso que Barcelona volviera a organizar una nueva exposición Internacional para crecer y relanzar su imagen.
Al cabo de pocos días, Mas Cantí, acompañado de Ferrer Salat y Carles Güell visitaban Porcioles en su despacho de la plaza Sant Jaume para aconsejarle la candidatura de Barcelona para organizar unos Juegos Olímpicos. Todo un caso de intuición. La perseverancia vino después. Pero llegado el momento y una vez dimitido Armand Carabén, superado por la controversia constante entre el alcalde Maragall y el presidente Pujol, quedó libre el cargo de Comisionado que había que cubrir inmediatamente. Tenía que ser un nombre de consenso entre los dos grandes poderes políticos del momento, pero Pujol y Maragall no se acababan de poner de acuerdo en quién tenía que serlo … Hasta que, una vez desestimado Josep Tarradellas, el alcalde propuso Mas Cantí y Pujo lo aceptó inmediatamente. Solamente había un problema: Mas Cantí dijo que no.
Un problema que dejó de serlo una buena tarde en el domicilio familiar de Ferrer Salat, en la calle Llúria, cuando de repente, el más alto de los dos se levantó de la silla, se situó a un palmo de la cara de Mas Cantí y, con un gesto cargado de trascendencia histórica, lo conminó a aceptar el cargo, apelando a su sentido de la responsabilidad. O, para ser más exactos, diciéndole que sería un irresponsable si no lo aceptaba. Dicho y hecho, ante argumentos de peso, Mas Cantí no acostumbra a tener dudas.
Dos bancos, dos partidos políticos
Curiosamente, la fundación del Banco de Europa y la fundación del partido Centre Català fueron dos iniciativas claramente diferenciadas del ámbito de influencia pujolista. En cuanto al banco, tanto Pujol, que participó en su génesis, como los gentlemans del Cercle pretendían dotar Catalunya de una herramienta financiera "propia" y moderna de apoyo a la industria del país. Pero llegado el momento, los Pujol, padre e hijo, optaron por comprar la ficha de la banca olotina Dorca, que tenía que ser el embrión de Banca Catalana.
La iniciativa, liderada por Florenci Pujol, Jordi Pujol y su yerno y cuñado Francesc Cabaña, acabó en manos del BBVA, donde ahora duerme su bello sueño. El Banco de Europa acabó en manos de CaixaBank, que todavía dispone de la marca, a pesar de que Mas Cantí (autor intelectual de la denominación) no entiende por qué no la usa. En cualquier caso, a pesar de partir de un mismo impulso constructivo, hay que advertir la diferente simbología de una denominación y la otra: las dos rehuyendo la connotación ibérica. Una mirando tierra adentro. La otra, mirando hacia el norte, donde según Espriu "dicen que la gente es culta, rica, libre, desvelada y feliz". La otra discrepancia notable es el hecho que la alta burguesía que dirigía el Cercle y la burguesía menestral que finalmente obtendría el poder en la Generalitat, se inscribe en el campo de los partidos políticos. Pujol fundó Convergència en 1974, un año antes de la muerte de Franco, en una asamblea celebrada en Montserrat, otro icono clásico de su proyecto.
Se entiende que Mas Cantí y sus colegas se dieran cuenta de que no había ningún partido político con quien se pudieran identificar
El antecedente del partido de los jóvenes giscardianos, que se quería "catalanista, federalista, europeísta y defensor de la economía social de mercado y de la iniciativa privada", tenía su sede en la Diagonal, muy cerca de las instalaciones del
Visto de este modo, se entiende que Mas Cantí y sus colegas se dieran cuenta de que no había ningún partido político con quien se pudieran identificar. Tal vez, la democristiana Unió Democràtica se habría acercado, pero su líder, Anton Cañellas, se decantó más por un pacto con el partido gubernamental de Adolfo Suárez, la Unión del Centro Democrático mientras el resto de Unió Democràtica, más adelante, se decantaba por el acuerdo con la pujolista Convergència.
Ninguna de las dos opciones acababa de convencer a los jóvenes giscardianos. Una por oficialista y demasiado vinculada al pasado franquista de Adolfo Suárez. La otra por ser abiertamente nacionalista, autodefinirse de centroizquierda y desprender un cierto aroma montserratino, que unido al estilo jerárquico y mandón de su líder, no les acababa de convencer. El Centre Català, presidido por Joan Mas Cantí, con Joaquim Molins Amat de secretario general y en Carles Ferrer Salat y Carles Güell de Sentmenat como vocales, tuvo dos años de vida, entre 1976 y 1978.
Es, tal vez la única espina clavada en la memoria de Mas Cantí, un hombre que se considera catalanista ("porque quiero lo mejor para los catalanes de ahora y del futuro), soberanista ("porque quiero para Catalunya la mayor soberanía posible que sea compatible con la eficiencia"), nacionalista ("porque Catalunya es una nación, pero no una nación como las otras naciones estado europeas") y federalista ("porque como decía Vicens Vives la solución solamente está en una futura federación europea con presencia de las regiones más potentes").
"Y moderación, sobre todo mucho realismo y mucha moderación". Y es que, como dijo Fabià Estapé un día que Mas Cantí se había perdido en la media parte de un partido del Barça, "cualquier día lo detendrán por ser tan extremadamente moderado".
¡Que sea por muchos años!