El inglés es una lengua rica en acrónimos. Entre los más populares y utilizados en redes sociales contamos los LOL, OMG o WTF . Pero la lengua de Shakespeare también da por siglas más poéticas, como Oopart, u out of place artifact, referido a los objetos que parecen fuera de lugar y de su tiempo. Un concepto que encaja a la perfección con el MiniDisc, la alternativa digital de Sony a los casete que ni consiguió superar a las cintas ni sobrevivió al encanto del iPod.
Un invento obsoleto desde el principio
Vamos atrás en el tiempo. El MiniDisc se popularizó a finales de los años '90 cómo al formato del futuro por la música, pero el primer aparato se puso a la venta el septiembre de 1992. Nueve años antes, los ingenieros e inventores Kees Schouhamer y Joseph Braat habían presentado el primer prototipo de disco óptico-magnético gravable del mercado.
El invento mejoraba en todos los sentidos a los dos grandes apoyos musicales del momento. Al contrario de los casete analógicos, permitía saltar de canción en canción sin necesidad de un lápiz y mejoraba al apenas aparecido CD en la posibilidad de grabar audio, además de reproducirlo.
Si sumamos a estas características una calidad de sonido muy superior a la del resto de formatos, se entiende la esperanza de Sony al convertir el MiniDisc en el formato del futuro de la música y enterrar así los Walkmans y Discmans que reinaban al mercado.
Pero la respuesta del público no fue la esperada. En su primer año a la venta, Sony sólo colocó 50.000 aparatos, la mayoría de ellos comprados por estudios de sonido y entusiastas de la tecnología fascinados por el nuevo sistema de compresión que ofrecía el invento.
La condena de Sony: precio y bits
Uno de los principales motivos por los cuales lo MiniDisc no se hizo un agujero en el mercado en este primer intento fue su precio, más propio de los artículos de lujo que no de un objeto con aspiraciones de ser universal. El primer modelo salió a la venta a unos 750 dólares. Una inversión imposible por los más jóvenes, el principal target del aparato, que no necesitaban gastar más de 30 dólares para tener un reproductor de casete o CDs medianamente decente.
Las cosas no fueron mucho mejor los años posteriores, pero Sony decidió tomarse la irrellevància de su producto como una oportunidad para un segundo intento. Un estudio de mercado de la marca indicaba que, seis años después de su lanzamiento, el 75% de los norteamericanos ni siquiera había sentido a hablar nunca del MiniDisc. La solución que encontraron fue una campaña de marketing de 30 millones de dólares y la declaración a todos los medios que el 1998 seria "el año del MiniDisc". Aquel año aparecería una nueva generación de MiniDiscs a un precio de 250 dólares, todavía muy elevado, pero mucho más accesible que las primeras versiones.
La realidad, pero, volvió a condenar el formado estrella de Sony. No sólo porque en aquellos seis años habían aparecido tanto el CD regravable como la casete digital, sino porque, desde la sombra, se estaba preparando la auténtica revolución digital que cambiaría por siempre jamás el mundo de la música.
El año 2000, Napster protagonizó la "revolución musical", ofreciendo una plataforma de descarga de archivos Mp3 gratuitos. Y mientras Sony, Panasonic y otros gigantes de la industria se peleaban para imponer y mejorar sus formatos, un fabricante de ordenadores como Apple investigaba cómo podía aprovechar todo aquel volumen de nuevos archivos musicales que los usuarios tenían entre manso a coste cero. El año 2001, la marca de la manzana sorprendía el mundo con el primero iPod, que ofrecía un diseño sexy, una capacidad de almacenamiento insuperable y una rueda de navegación con aquel sonido tan característico que hacía al girar y que ha quedado grabado por siempre jamás más al imaginario de los millones de usuarios de todo el mundo. Una innovación totalmente inesperada que acabó con el MiniDisc y con todos los formatos existentes hasta entonces. Oops...