Las pilas de libros que, durante el año, acumulamos junto a la mesita de noche (como si, por tenerlos más cerca, nos los leyeramos más deprisa) caen por su propio peso en verano. Cuando empezamos las vacaciones, las redes sociales se llenan de fotografías de portadas de libros que dicen "por fin, vacaciones" o "ahora sí que no hay excusa". Como si, por estar descansando en la playa, por no trabajar, automáticamente nos venga la energía, las ganas y la tranquilidad necesaria para sumergirnos de lleno en la lectura. Como si por el hecho de no trabajar todas las demás responsabilidades desaparecieran, por arte de magia, y disponemos de todo el tiempo del mundo.
El mito de relacionar no trabajar con placer, tiempo libre o ganas de hacer cosas es una de las mayores mentiras de este mundo. Cuando no trabajamos, en primer lugar, estamos cansados. Hay muchas personas que se ponen enfermas cuando rompen la rutina laboral de forma abrupta, ya otras muchas les cuesta esfuerzos gigantes desconectar de un proyecto al que, normalmente, destinan casi cada hora de la semana. Esto suponiendo que no tienen una familia a la que atender durante las vacaciones, sobre todo criaturas, que toman gran parte del tiempo que supuestamente se relaciona al descanso personal. Yo no soy madre, ahora mismo no tengo a nadie a cargo y vivo sola, pero no me imagino cómo alguien puede desconectar y sumergirse en el descanso con dos criaturas dando vueltas en el patio o en la playa o una familia extensa preguntando que quién ha hecho la reserva para comer oa qué hora quedamos por la noche para ir a dar una vuelta. Tampoco creo que los jóvenes estudiantes se pongan a leer plácidamente a sus autores de referencia con su día de vacaciones semanal después de largas jornadas de trabajo en la costa. Y, por supuesto, tampoco espero que aquellas personas que trabajan en condiciones durísimas se pongan a leer Foucault cuando acaben de trabajar o por tres días de vacaciones que tengan en verano. Esto que digo no es una apología a la no lectura, o una forma de excusar la baja importancia que muchas personas dan al hecho de leer, al contrario: por un lado, creo que culparnos de "leer poco" no tiene sentido en un mundo en el que las responsabilidades se multiplican de forma exponencial y cada vez se publican más libros. Por otro lado, creo que no debemos valorar tanto la cantidad de libros leídos como el gusto o el disfrute que nos han producido más placer, interés o conocimiento.
Como si por no trabajar todas las demás responsabilidades desaparecieran, por arte de magia
Leer no debe ser una obligación, una cuestión de reputación y, mucho menos, una presión social: leer debe ser un goce que pueda contribuir a nuestra felicidad, sea desconectando de la rutina, haciéndonos reír, aprendiendo sobre un tema que nos interesa o pegándonos a una buena historia de intriga. Leer debe ser un acto libre, que no nos agote. Ponernos presión por el número de libros que todavía quedan en la estantería, la mesita o la balda, esto del "tener que leer" las novedades editoriales o estar al día de las modas no tiene ni pies ni cabeza y sólo nos hace estar más frustrados y, así, mucho menos propensos a la lectura. Al contrario de lo que nos quieren decir todas estas instastories o tuits petulantes del número de lecturas logradas, debemos estar contentos si, a pesar de todo, hemos disfrutado algunas páginas en la playa, durant la hora de la siesta o antes de ir a dormir.