Òscar estaba cursando segundo de economía y se sentía bastante desencantado con la carrera. Un día, ordenando en casa de sus padres, encontró su pequeña locomotora eléctrica y, en un momento magníficamente proustiano, se vio sentado en el suelo de su habitación colocando las vías del tren, la estación en miniatura y el diminuto revisor, un puente, árboles y los vagones de aquel pequeño tren de mercancías. Al llegar la noche, Òscar tenía muy claro qué hacer con su vida... o eso pensaba. Una rápida búsqueda en Google le abrió aún más los ojos cuando vio un titular: "Si estás pensando en hacerte maquinista, ¡ahora es el momento!"
Meses después de aquella revelación, un sábado de febrero se presentó a las pruebas de acceso: un examen de matemáticas, uno de cultura general y poca cosa más. Con el título de bachillerato ya pensaba que casi tenía un pie dentro. En el exterior de la Facultad de Derecho de Bellaterra, donde se realizaba el examen, se agolpaban varios centenares de personas que querían optar a la prueba. "Vaya", pensó... "Sí que hay gente".
"¡Hay una jubilación masiva de maquinistas! ¡Es vuestro turno! ¡La profesión sin paro! ¡Un sueldo de más de 50.000 euros anuales!"
Dos o tres hombres ya jubilados iban sonriendo, bromeando y recordando aquellas anécdotas de la vida de maquinista: cuando eran dos en la cabina, cuando les daban bocadillos, cuando se quedaban a dormir fuera de casa... Era una vida de aventura y de servicio público. Òscar los imaginaba en blanco y negro, como Buster Keaton, pero en realidad no hacía tantos años de aquella vida que los viejos relataban.
Otros, claramente hijos e hijas de personal de Renfe, venían desde Huesca o desde Valencia, para continuar con esta pasión familiar. Mientras tanto, los examinadores sonreían: "¡Hay una jubilación masiva de maquinistas! ¡Es vuestro turno! ¡La profesión sin paro! ¡Un sueldo de más de 50.000 euros anuales!"
"Ya veremos", comentaban los más escépticos... "Dicen que hay salida laboral para todos los aspirantes, y que es un proceso rápido y sencillo, ya que hay un relevo generacional, pero yo creo que se ha publicitado demasiado y es un reclamo de estas academias, que hacen su negocio...". Òscar prestaba atención y por primera vez sintió que aquello era un regalo envenenado.
Pocos días después, y con un "APTO" bajo el brazo, pidió al banco los 21.200 euros que costaba la formación en uno de los 12 centros de España. Un total de 650 horas teóricas y 500 de prácticas debían otorgarle el título para conducir trenes de mercancías y de pasajeros. Le aseguraron que había un porcentaje enorme de aprobados, y que él no sería la excepción. Además, durante el primer año de trabajo, ya podría devolver el préstamo. Y listo, ¡a hacer camino!
Y con la licencia bajo el brazo (en aquel centro donde la calidad formativa brillaba por su ausencia) Òscar no tenía trabajo y, como él, otros 800 aspirantes
En aquella pequeña academia homologada había más de 400 inscritos, de los cuales solo el 50% pudieron terminar el curso. Clases masificadas, cuestiones académicas sin atender y simuladores de cabina de control que no funcionaban. Y claro que Òscar aprendió más de su tren de modelismo que de la realidad virtual. Y aun así, fue uno de los 200 que obtuvieron la licencia.
Al terminar ese año de estudio, y con la licencia bajo el brazo (en aquel centro donde la calidad formativa brillaba por su ausencia), Òscar no tenía trabajo y, como él, otros 800 aspirantes. Tuvieron que esperar a las oposiciones de Renfe, mientras los intereses del préstamo iban asfixiándole mes a mes. De aquel famoso relevo generacional, ya se había producido un 85%, por lo tanto, las plazas ya estaban cubiertas.
Ahora, Òscar está estudiando cursos y preparándose "sine die" para las próximas oposiciones de Renfe, mientras ve cómo otros cientos de maquinistas titulados salen de los centros homologados para competir por las mismas plazas.
¿Logrará nuestro amigo Òscar cumplir su sueño de ser maquinista? ¿Será una vida tan atractiva como pensaba? No te pierdas el próximo episodio de Òscar, el maquinista.