Las historias empresariales están llenas de casualidades. Bill Bowerman le debe de el éxito de sus Nike a la máquina de hacer gofres de su mujer, los Corn Flakes no son más que un descuido en el control de un horno y las chips son la reacción desesperada del chef George Crum a la impertinencia de un cliente que no paraba de volverle a la cocina sus patatas fritas tradicionales. A Mary Walton, la inspiración le dio su almohada. Era en 1880 y la ingeniera vivía a tocar de una de las vías elevadas por donde circulaba el tren de Nueva York. Cansada del ruido escandaloso de la máquina, aquella noche Walton se puso la almohada sobre la cabeza, tapándose las orejas. El que era un acto instintivo y desesperado se convirtió en el chispazo que encendería su lucha contra la contaminación acústica.
El ruido de la Revolución Industrial
Animados por el desarrollo constando que se vivía desde los inicios de la Revolución Industrial y por las novedades en transporte que se acumulaban, los neoyorquinos aplaudieron la construcción de una vía elevada por donde circularía un tren que uniría la mayor parte de la ciudad en un tiempo récord. La infraestructura se inauguró el 2 de julio de 1878 con grandes celebraciones.
Claro que, los vecinos de Nueva York no habían tenido en cuenta los inconvenientes de aquella construcción. A diferencia de los caballos, los trenes soltaban humo y ceniza que caía constantemente sobre las calles y, sobre todo, emitían un ruido insoportable durante las 24 horas que circulaban. La prensa de la época incluso hablaba del aumento de crisis nerviosas y trastornos psicológicos a la ciudad después de la apertura de la vía elevada.
Una de las afectadas fue la reconocida ingeniera Mary Walton. Las molestias causadas por el tren y aquella almohada la trajeron a buscar una solución que mejoraría la vida de los habitantes de Nueva York. En su propia casa construyó una maqueta de las vías sobre la que hizo varias pruebas hasta encontrar un sistema que minimizara el sonido emitido por los trenes. El invento consistía a recubrir las vías con una caja forrada con algodón y llena de arena capaz de eliminar el contacto directo del tren con los carriles. Un invento que vendió a la empresa del ferrocarril el 1881 por 10.000 dólares.
Inventos de sostenibilidad
Claro que en aquella época Walton ya era una ingeniera reconocida. Tal como le pasaría después con el tren, a la inventora le había tocado sufrir las molestias derivadas de la industrialización. Los Estados Unidos se estaba llenando de fábricas y, junto a todos los beneficios económicos y sociales que traerían, existían inconvenientes como la cantidad de residuos generados.
Walton se centró en todos los humos que surgían de las chimeneas industriales y buscó la manera de evitar esta fuente de contaminación. Su solución fue crear un sistema que desviaba las emisiones hacia depósitos de agua estancada, desde donde se derivaban al sistema de alcantarillado, donde desaparecían. Un invento nada casual que le dio renombre y riqueza.