Sergi Pàmies acude a la cita con La Milanesa de Messi coherente con la imagen que proyecta en público. En la distancia, asemeja un caracol de duro caparazón, impenetrable, que marca terreno y no permite aproximaciones. Confianzas, las justas. De cerca, como es costumbre cuando le plantas un micro delante, llega la transformación tópica del gusano en mariposa. Y de gusano, conste, nada de nada, que el hombre es un ventarrón huracanado de argumentos, de frases justas, de reflexiones meditadas que expresa en oratoria con la misma exactitud de orfebre que utiliza cuando ejerce como escritor. Milimétrico en la definición y lanzador de dados que acostumbran a clavarse en la diana, que ya son unos cuantos años de práctica diaria. Como confesó el mismo hace algún tiempo, lo aprovecha todo, absolutamente todo cuanto vive, pensando en clave literaria o periodística, en producción posterior plasmada en negro sobre blanco. Y cuando practica la oratoria, saca de paseo un afilado sentido del humor que te toca la fibra i activa forzosamente la inteligencia. Se recrea en la jugada, estira la suerte, baja al ruedo con el capote dialéctico y se moja casi tanto como se adorna con la palabra. Un cirujano quirúrgico de la observación, de los que procede sin que le tiemble el pulso, a pesar de su rechazo a la cátedra y el dogma. De hecho, Pàmies es un descreído, un agnóstico de la vida y del Barça que sólo cree en Johan Cruyff y con reparos, alejado de los incondicionales, también apodados talibanes.
Caracteriza a Pàmies la seguridad en la expresión. Parecería que lo ve todo claro como el agua, meditado, pero como corresponde a su coeficiente intelectual, no duda en dudar. Al fin y al cabo, tal como nos comentaba en la charla, cuanto más sabes, más ignoras, de ahí que aún le fascine la capacidad del barcelonismo para disgregarse en ismos imposibles de conciliar, posiciones antitéticas de trinchera cuando la lógica y el sentido común dictarían unanimidad. Sobre todo en momentos de extrema delicadeza y fragilidad como los actuales, que Pàmies define en la entrevista de modo casi genial: El Barça es un enfermo terminal que ha sido ya abandonado a su suerte por los mejores médicos, incapaces de hallarle remedio tras el descontrol económico vivido en otras gestiones, y se ha echado en brazos de un brujo alternativo conocido como Joan Laporta, última posibilidad, desesperada, de salvación. Como no vive de esto a pesar de dedicarse, como no necesita el fútbol más que para divertirse, Pàmies puede llamar a las cosas por su nombre, sin manías ni puñetas. Y los lectores o aquellos que gozan del placer de escucharle, lo agradecen. Duros son los tiempos en que abrazas a los espíritus libres como el náufrago se aferra al tablón tras el desastre. Del 'sectarismo chabacano’ que destilan algunas facciones del club ya hablaremos a fondo otro día. En cualquier caso, sólo desearíamos que este espíritu destroyer cuando toca señalar las lacras y defectos de tan peculiar club no le abandone nunca, que andamos muy huérfanos de teoría. Desde el adiós del gran Vázquez Montalbán, el hombre que puso cerebro y palabras al fenómeno deportivo de los catalanes, ¿quién nos queda? Él, Ramon Besa, David Carabén y pocos más. Qué pena. Y de propina, Sergi le pone salsa, pimienta, el condimento de chef repleto de estrellas Michelin que se le escapa por la sonrisa burlesca propia de quien no se cree nada, ni sus propios pensamientos, por muy acreditados que sean.
Sergi Pàmies és un sibarita, paladar avezado que mezcla sabores por puro sentimiento. Aún no ha digerido que Neeskens substituyera a Cholo Sotil
Ahora bien, tampoco nos engañemos. No hace falta ser una lumbrera ni aspirante al Nobel de cualquier disciplina para asegurar que una empresa empeñada en perder dinero cada día que levanta la persiana no tiene ningún futuro. Lógico, claro, pero nadie lo dice con esta fidelidad del pesimista que alcanza tales descripciones partiendo de ser un optimista bien informado. Independiente, con criterio propio, sin dejarse influir por corrientes interesadas, de los que ya no se encuentran en ningún orden vital y así nos va. Cuando rememora su fidelidad a la causa, la sitúa en los años del trofeo veraniego Gamper y de Martí-Filosia, sin un atisbo de ironía. De aquel delantero que la tocaba como un artista cuando le iluminaban los astros y se le exigía desde la grada del circo que hiciera aquello, demagógico y populista, de representar el papel que no le correspondía, el de abnegado luchador por la causa. En fútbol, Sergi Pàmies és un sibarita, paladar avezado que mezcla sabores por puro sentimiento. Aún no ha digerido que Neeskens substituyera a Cholo Sotil y tiene razón, que la química del plato, el excelente bouquet de aquella cosecha del 74 se fue al garete.
Ha dejado de ir al Estadi hace un par de años. Y no por veterano, no. Es que el fútbol moderno tolera unas chapuzas considerables
Con los pies firmes en el suelo, que nuestro hombre tampoco se permite ensoñaciones, dictamina que el fútbol ha terminado por acomodarse al tópico de las izquierdas caducas y caducadas: Es el opio del pueblo, un circo donde sólo vale ganar. Le parece que el relato eterno del Barça es mentira, un cuento legendario y compartido que hemos embellecido sin serlo gracias al combustible de recuerdos mitificados. En consecuencia, ha dejado de ir al Estadi hace un par de años. Y no por veterano, no. Es que el fútbol moderno tolera unas chapuzas considerables, escenificaciones que traicionan el espíritu identitario de esta maravillosa expresión de cultura popular. ¿Por qué motivo hay que soportar una megafonía ensordecedora, como si estuviéramos en una discoteca?. ¿Hay que aguantar a los locutores histéricos que gritan el gol y te dicen quién lo ha marcado? El ritual dictaba que, si te pillaba distraído o detrás de un espectador que se levantaba anunciando la suerte máxima, preguntaras quién lo había metido al compañero de localidad, aquella persona que también formaba parte de tu memoria sentimental en clave blaugrana. Ahora ya no, ahora tienes a un guiri sentado al lado que no para de hacerse selfies, lo ignora todo del ritual y no se preocupa más que de sus propias redes sociales.
Entre tantos y tantos detalles que el lector hallará en la conversación transcrita, y que le harán reflexionar, Sergi Pàmies apunta que, atención, ha cambiado la personalidad colectiva del Camp Nou, se ha convertido en joven y digital, capaz de animar al equipo en cualquier momento, rompiendo aquel dogma inamovible de exigir a tus futbolistas rendimiento, efectividad y belleza en el juego antes de otorgarles el premio del aplauso. Tal transformación no le parece mal, seguramente un ejemplo que confirma la evidencia: Los tiempos cambian y el Barça no escapa a las exigencias de la norma. Igual estamos asistiendo a un final de época y no nos damos cuenta. Pero cuando se confirme, tranquilos, allí estará Sergi Pàmies y nos lo argumentará con ese nivel de observación culé y literatura de la buena que necesitamos tanto como el aire que respiramos. O eso nos parece.