La mochila de las mujeres autónomas | Toni Galmés
La mochila de las mujeres autónomas | Toni Galmés

La mochila de las mujeres autónomas

La mochila de las mujeres autónomas | Toni Galmés
La mochila de las mujeres autónomas | Toni Galmés

Joana se ha despertado con 38 grados de fiebre. Este otoño es un caos: tan pronto suben las temperaturas como bajan en picado. Y ahora, está resfriada. Desde la cama, se plantea si ir o no a trabajar. No son ni las siete y su compañero ya se ha marchado hace un rato. Intenta despejarse la nariz sin mucho éxito. El cuerpo le duele y oye "¡Mamá!". El pequeño ya se ha despertado.

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Prepara una taza de leche para su hijo y una infusión para ella. Prepara el tupper y la mochila del colegio. Hoy toca psicomotricidad. Prepara la ropa y lo viste. Lucha contra la negativa del niño a ponerse los zapatos. Le quedan pequeños. Hoy, después del trabajo, irá a comprarle un número más. Después del trabajo, piensa... "¿y si no voy? Total, soy mi propia jefa". Se toma un paracetamol y salen los dos hacia la escuela. Son las 9.30 h y regresa a casa. Hace las camas y echa un vistazo al calendario. Drama a la vista: no recordaba que hoy tenía que llevar a sus padres a la revisión.

“Uy, qué cara, ¿no te encuentras bien, cariño?” Los dos mayores suben al coche. Sortean todos los atascos de las calles más transitadas de esta maldita ciudad y llegan al centro de salud. Toca esperar, y mientras, aprovechará para "hacer un poco de su trabajo". Nada, responde dos o tres correos electrónicos y contesta algunas llamadas. La cabeza le duele tanto que no puede mantener la mirada en la pantalla del móvil por mucho tiempo. Su padre, que siempre ha tenido la habilidad de sacarla de quicio, le suelta: "Pensaba que los autónomos no os poníais enfermos". La madre, que sabe muy bien lo que le pasa a su hija, la mira con compasión y le pasa un kleenex mientras sermonea al marido: "Ay, Sebastià, déjala en paz..." Pero él, que siempre ha tenido la última palabra en todo, puntualiza: "Si hubiera ido a trabajar a la empresa...". Por suerte, la enfermera los llama y el patriarca no puede terminar el sermón.

No solo está resfriada. También tiene un importante síndrome de la impostora

Salen de la consulta alrededor de la una. Deja a los padres en casa y se dirige a la escuela a recoger a su hijo. Comen y se pelea con el niño porque no quiere comerse la verdura. Deja la mesa preparada para su compañero, que llegará a las 15 h. Él sí que tiene un horario normal, piensa... y lo maldice un poco. Solo un poco, porque sabe que su marido, con su trabajo como asalariado y su sueldo, es el proveedor de la casa... y a Joana le entra el pánico. El corazón le late fuerte y comienza la ansiedad. No solo está resfriada. También tiene un importante síndrome de la impostora.

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A las 17 h toma otro paracetamol, coge un paquete de pañuelos, y el niño se va al baloncesto. Aprovechará la hora del deporte para ir al supermercado a comprar. Son las 19 h cuando vuelven a casa. Su compañero los espera, recién duchado después de una estimulante partida de pádel con los del trabajo. Es el gran momento en que el macho proveedor demostrará cuán comprometido está con la conciliación familiar: ¡primero lo bañará y luego jugarán un ratito en el sofá! A Joana ya le da absolutamente igual, porque por fin empieza su jornada laboral. Ah, la flexibilidad de la trabajadora autónoma. ¡La libertad del emprendedor!

Y, cuando lleva un ratito trabajando, justo cuando empezaba a concentrarse, justo cuando los paracetamoles comenzaban a hacer efecto, oye al panza contenta de su compañero que pregunta: "Cariño, ¿qué hacemos para cenar?"

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