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Un momento de lucidez. Sobre la depresión posvacacional

Un breve instante en el que nos damos cuenta de que estamos retomando un ritmo que a menudo nos embriaga y nos hace pasar los días sin pena ni gloria, practicando aquello tan catalán de "quien días pasa, años empuja"

Las redes sociales se han inundado de fotografías dramáticas de personas regresando a la oficina | iStock
Las redes sociales se han inundado de fotografías dramáticas de personas regresando a la oficina | iStock
Ariadna Romans
Politóloga y filósofa
Barcelona
27 de Agosto de 2024
Act. 27 de Agosto de 2024

Esta semana todo el mundo ha vuelto al trabajo. Para quienes trabajamos en agosto, es una remontada de ritmo, pero para los que han disfrutado de unas buenas vacaciones en la playa, en la montaña, en su casa o en un país remoto, es un regreso a la realidad que no suele estar acompañado de demasiada alegría. Las redes sociales se han inundado de fotografías dramáticas de personas volviendo a la oficina, así como de mensajes de "oh no, ya estamos de vuelta".

 

Creo que, en lugar de depresión posvacacional, de lo que se trata en realidad es de algo mucho más temible: un momento de lucidez

No es que estemos tristes cuando volvemos a la rutina. Es que lo hacemos de manera consciente, sabiendo que nos estamos metiendo de nuevo en un agujero que ahora quizás nos apetece, pero que en unos días nos volverá a tener refunfuñando todo el tiempo. Por eso, creo que, en lugar de depresión posvacacional, de lo que se trata en realidad es de algo mucho más temible: un momento de lucidez. Un breve instante en el que nos damos cuenta de que estamos retomando un ritmo que a menudo nos embriaga y nos hace pasar los días sin pena ni gloria, practicando aquello tan catalán de "quien días pasa, años empuja". Y saber que todos los finales de verano de tu vida serán esto, saber que siempre será una rueda hasta las siguientes vacaciones, hace que inevitablemente todo el mundo se ponga a reflexionar sobre qué ****** están haciendo con su vida.

 

Una primera solución ante esta tristeza es evitarla yéndose de vacaciones en otro momento. En casa nuestra hagamos vacaciones en verano porque hace mucho calor, pero en otros países más fríos, como por ejemplo en los Países Bajos, hay cada vez más personas que hacen las vacaciones en noviembre, en febrero o en marzo, para escapar del tortuoso frío y oscuridad de los meses de invierno. Si trabajas todo el agosto, la depresión posvacacional es solo de algún festivo o un fin de semana, cosa que no es tan trágica cómo después de tres semanas de vacaciones. Otros, aun así, aprovechamos para revisar todas aquellas cosas de la vida que no los acaban de hacer felices. Por algunos es la pareja, por otros el trabajo.

Algunas personas hacen eso que los casi jóvenes llamamos "una lloradita y a seguir existiendo"

Dejar ir cosas o cambiarlas radicalmente, sin embargo, no me parece una solución muy pertinente cuando uno está de bajón. Una segunda opción es establecer rituales anuales. Como si se tratara de un segundo Año Nuevo, muchas personas se marcan propósitos para el curso que empieza, se apuntan al gimnasio o empiezan a hacer algo que siempre queda en la lista de pendientes, como apuntarse a una actividad extraescolar o un curso de idiomas. Yo, que hace más de diez años que no tengo que hacer la compra de material escolar, ritualizo estos momentos de fragilidad existencial con cuadernos bonitos, postales cogidas en las librerías públicas o una nueva serie. Finalmente, siempre nos queda la opción de no hacer nada. Algunas personas hacen eso que los casi jóvenes llamamos "una lloradita y a seguir existiendo". No es que sea recomendable ignorar los problemas y esconderlos bajo la alfombra, pero a veces puede ser una buena estrategia para situaciones incómodas pero poco relevantes. En lugar de tomarse demasiado en serio estos cambios, puede ser positivo seguir adelante y no darle más vueltas. Al fin y al cabo, no deja de ser una consecuencia inevitable del descanso vacacional.