La publicación de Estudio en escarlata (1887), la primera novela de SherlockHolmes, cambió para siempre jamás la vida de Arthur Conan Doyle. Con una mediocre carrera como médico, Doyle dedica el tiempo a escribir historietas que pasan desapercibidas hasta la aparición del detective más famoso de la historia. Por aquel primer libro sólo recibirá 25 libras en concepto de derechos de autor, pero su éxito es tan contundente que tanto público como la propia editorial Ward Lock & Co obligan al escritor a crear nuevas historias para Holmes. Después de sólo cuatro novelas y 56 relatos cortos, que servían como caramelet por los fans, Doyle se declara harto de su héroe y decide lanzarlo por las cataratas de Reichenbach con su enemigo, James Moriarty. El personaje había muerto, pero el negocio sólo había empezado. Elemental...
Doyle había confesado a sus amigos más íntimos que la presión por sacar nuevas historietas sobre Holmes lo había obsesionado hasta el punto de tener la cabeza ocupada las 24 horas del día con posibles nuevas tramas para su héroe. El escritor necesitaba acabar con el detective por salud mental, pero ni esta justificación despertó un mínimo de comprensión entre los lectores. Pocos días después de la publicación del último capítulo de El problema final (1883), más de 20.000 lectores cancelaron su suscripción a la revista Strand Magazine –donde se publicaron las últimas dos novelas y decenas de historietas-. Un mensual que, gracias a Doyle, vendía 500.000 ejemplares mas detrás mes. Incluso la madre del escritor intentó prohibir a su hijo matar a Holmes, pero la decisión estaba tomada.
Doyle tardó 10 años en doblarse a la presión y escribir El perro de los Baskerville (1902), pero cuando en 1907 el escritor decidió dar un nuevo respiro a Holmes, el mundo dijo basta. No sólo los lectores estaban furiosos con las ganas de Doyle de acabar con su estrella. Editoriales de media Europa habían hecho fortuna importante traduciendo sus libros y no estaban dispuestos a renunciar al negocio. De golpe, empezaron a aparecer nuevos casos para Holmes sin que Doyle hubiera levantado la pluma.
Inventar nuevas historias
Quién más éxito consiguió con estos apócrifos de Sherlock Holmes fue la editora alemana Verlagshaus für Volksliteratur, que a partir de 1907 encarga a decenas de escritores desconocidos alemanes que inventen nuevas historias que se publicarán en una colección titulada Memorias íntimas de Sherlock Holmes. Estos nuevos libretos consiguen un éxito inmediato y se distribuyen en toda Europa, propiciando el enojo de Doyle, que decide llevar el caso a los tribunales.
Las historias se vuelven imposibles y los autores contratados empiezan situar a personajes como Freud, Oscar Wilde o Jack el Destripador en las aventuras de Holmes
El autor original de Sherlock Holmes gana el caso y la editorial acepta cambiar el título de su colección por Memorias íntimas del Rey de los Detectives, pero los alemanes se toman al pie de la letra la resolución judicial, por lo que siguen publicando las historias y mantienen el nombre original del detective por todas partes, excepto en la portada.
Las historias se vuelven imposibles, y los autores contratados empiezan situar a personajes como Freud, Oscar Wilde o Jack el Destripador en las aventuras de Holmes.
230 números después, en 1911 Doyle consigue que los alemanes dejen de jugar con su detective, pero esto no para la sangria de historias apócrifas. Incluso su hijo crea un nuevo relato sin permiso de su padre.
Después de las disputas legales, Doyle había perdido el control de su personaje y la editorial alemana su principal fuente de negocio, hasta que en 1925 publica la primera novela sobre Harry Dickson, que acabará conociéndose en toda Europa como el Sherlock Holmes americano. Este nuevo detective, que viviría más de 300 aventuras, tenía un ayudante, fumaba pipa y vivía a Bakerstreet. Elemental...