“¡Queremos poner un abeto de verdad!”, gritaron las niñas. Maite torció el cuello y esbozó una sonrisa a Ramón, que estaba poniendo la mesa. Podemos ir a buscarlo para el puente de diciembre.“¿Puente? ¿Qué puente? ¡Si solo es un fin de semana largo!”, protestó él.
En la cama, cuando las niñas ya dormían, Maite le dijo en voz baja que estaría bien hacer esa pequeña escapada como las de antes, que las niñas lo agradecerían. Pero ambos son conscientes de que las cosas ya no son como antes. Para empezar, han adelantado las compras de Navidad por el Black Friday, lo que significa que el viernes pasado ya gastaron bastante. Después, durante las fiestas, les toca invitar a la familia. Todo ha subido de precio, menos los sueldos, y ahora pasar un fin de semana fuera, a las puertas de la Navidad, no es la mejor decisión para la ajustada economía de esta modesta familia catalana.
La pequeña grita: “¡Vacaciones en familia!”, mientras Maite, paciente, sonríe y toca el brazo de su marido
“Tenemos que crear recuerdos, Ramón. Las niñas se pasan el día pegadas a las pantallas y, en nada, ya no querrán venir con nosotros. Lo único que nos queda es hacer cosas para que las recuerden toda la vida.” Ramon gruñe mientras mete las maletas en el coche. La pequeña vuelve a gritar: “¡Vacaciones en familia!”, y Maite, paciente, sonríe y le toca el brazo. Ella sabe que, si fuera por él, se ahorrarían el increíble gasto que supone pasar un fin de semana de pixapins en el Pirineo.
Están en las rondas. Resulta que todo el mundo ha decidido salir a la misma hora y, claro… ya están colapsadas. Las niñas, en el asiento de atrás, gritan (las niñas de Ramón y Maite siempre gritan). No han pasado ni 10 minutos desde que lograron incorporarse a la AP7 cuando la pequeña dice que quiere hacer pipí. Tendrán que parar en un área de servicio. “Está bien”, dice Ramón. Pondremos gasolina. De pie, junto al surtidor, espera mientras se llena el depósito y observa cómo Maite y las niñas están dentro comprando patatas fritas y otras porquerías. 80 euros de gasolina más 15 de comida chatarra. En esta primera parada ya han gastado un 20 % del presupuesto.
Maite explica que cada puente de la Inmaculada, años atrás, iban con toda la familia a tocar la nieve a Sant Pere dels Forcats... pero dejaron de hacerlo con la pandemia. Ella se consuela diciendo que es porque no hay nieve. Sin embargo, la verdad es que con la reducción de plantilla la despidieron. Las niñas eran pequeñas y el trabajo de Ramón no bastaba para mantenerlos a todos.
“Venga, dejémonos de miserias”, dice Ramón al volante. “¡Escuchemos villancicos!”. “¿Villancicos? ¡Pfff qué rollo! ¡Queremos a Mushkaa!”. Así, al ritmo de trap, llegan a ese hotelito cutre a poca distancia de Espinelves.
El sábado es un día de excursiones: visitar algún pueblecito, comer aquí y allá, una pequeña feria para comprar cuatro decoraciones navideñas y, en un abrir y cerrar de ojos, ya se han fundido el presupuesto del viaje. Y, sorpresa, aún no tienen abeto de Navidad.
“Venga, dejémonos de miserias”, dice Ramón al volante. “¡Escuchemos villancicos!”. “¿Villancicos? ¡Pfff qué rollo! ¡Queremos a Mushkaa!”
La feria de Espinelves es preciosa. Llena de gente, de espíritu navideño, de chocolate con melindros… “Venga niñas, elegid un árbol”. “¡El más grande! ¡El más grande!”, chillan ellas. “¿Y no os basta con ese?” “¡Nooo! ¡Queremos el grande!” Ramón, que se repite a sí mismo que estas experiencias crean recuerdos, pregunta el precio del árbol. “¡Coño!”, se le escapa. Se gira y mira a las niñas (¿cuándo se hicieron tan mayores?) y piensa que en pocos años ya no tendrán esa mirada tierna e inocente.
“¿Queréis recordar este puente el resto de vuestra vida?”, les dice en voz baja. Aprovecha un momento en que el vendedor se gira para agarrar ese enorme tronco. “¡Corred!”, grita Ramón. “¡Vamos, vamos!” En el trayecto hacia el coche, con el tronco del abeto arrastrando, se lleva por delante un puesto de figuras de belén. Caganers por el suelo. Niños llorando. Un Papá Noel arrollado por las ramas de ese abeto gigantesco.
Hace rato que lograron despistar a la patrulla de Mossos d’Esquadra que los perseguía. Están parados a la entrada de Barcelona. Ya ha anochecido y hay 15 kilómetros de retenciones. Las niñas duermen en el asiento trasero, seguramente soñando con la heroicidad de su padre, que con un presupuesto reducido ha conseguido unas vacaciones inolvidables. "Se trataba de crear buenos recuerdos, ¿no?”. Maite y Ramón se miran. Afuera, empieza a nevar.