El pincel

La forma de hacer frente a las crisis existenciales de las mujeres de veintisiete años es un caso de estudio que no entiendo cómo no está más cubierto entre la teoría del comportamiento

Los pinceles y la vida de artista | Ariadna Romans Los pinceles y la vida de artista | Ariadna Romans

"A mí, aunque no me seleccionen, me gusta fantasear con la vida que tendría si me contrataran en un trabajo", me dice un amigo en una terraza, en un día entre semana. Si algo es bueno de ser autónomo es que tienes fiesta casi todos los días que quieras, y eso compensa por los domingos que trabajas sin cesar. La verdad es que yo juego mucho, a construir castillos de nubes. Y me gustó ver que no era la única psicótica que, cada vez que conoce a alguien nuevo o envía un currículum por un nuevo trabajo se imagina en qué tipo de techo viviría, en este escenario hipotético. En mi mente, he sido amante de una escenógrafa de Bulgaria, me he casado sobre la Table Mountain un par de veces y he vivido en todas las capitales de Latinoamérica en un estudio azul y vistas a un bosque urbano.

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Hace unos fines de semana me compré unas acuarelas y un lienzo. Los pinceles ya los tenía en casa de otro arrebato que me había cogido hacía otros meses, cuando decidí que quería pintar en el parque romantizando mi vida con una amiga. La forma de hacer frente a las crisis existenciales de las mujeres de veintisiete años es un caso de estudio que no entiendo cómo no está más cubierto entre la teoría del comportamiento. Aquella noche coloqué el precioso lienzo en la primera pared libre que encontré, y no fue hasta un día, desvelada antes de acostarme, que empecé a pintar. Para dar un poco de contexto, mi pobre madre me intentó estimular de todas las formas posibles en las artes plásticas y escénicas a lo largo de mi infancia. Aunque nunca acabamos de encontrar ningún encaje perfecto, creo que el espíritu de la creatividad siempre ha permanecido presente. Con el pincel mojado con colores verdes, empecé a hacer líneas aleatorias, pensando en lo que resultaría de aquella extraña combinación. El color verde corría mezclado con agua y la viscosa mezcla que salía de los diferentes tubitos se iba difuminando en nuevos colores y tonalidades. Pensé en mi primer novio, que era y es artista, y también en todas las clases de trabajos manuales de dónde salía con las manos embarazadas de pintura, látex y mocos. También acabé pensando lo que habría sido de mí, si hubiera seguido el camino del arte.

"He empezado a imaginar y pintar futuros escenarios posibles, pensando en cómo sería, vivir como una artista, hacer exposiciones y generar conciencia sobre los retos globales a partir de modelar la belleza del mundo"

Curiosamente coincidentemente, han abierto una sala de exposiciones junto a casa desde hace unas semanas. Hace días que los observo indiscretamente desde la ventana mientras ellos fuman un piti entre pausas de creación. También me fijo cuidadosamente en las cosas que instalan y me hacen gracia: son como una tribu suburbana de modelos modernitos de una marca de pantalón de segunda mano que recaudan fondos para preservar una especie de alga submarina. El otro día, mientras esperaba a una amiga, fui a asomarme y preguntar qué hacen exactamente. Desde entonces he empezado a imaginar y pintar futuros escenarios posibles, pensando en cómo sería, vivir como una artista, hacer exposiciones y generar conciencia sobre los retos globales a partir de modelar la belleza del mundo. Después de una ausencia de la realidad, con mi pincel he continuado pintando (o quizá debería decir estropeando) el pobre lienzo que compré en una tienda de rebajas, haciendo que lo que primero eran rayas ahora se convierta en una flor o un planeta, aún no lo sé. Por el momento, la imaginación aún corre dentro de los pinceles.

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