Desde pequeña he estado rodeada de libros. En la estantería de mi madre, en la mesita de noche, en las librerías que visitábamos semanalmente, en la biblioteca de la escuela. En cualquier lugar donde mirara, encontraba un conjunto de páginas y palabras que guardaban una historia o un aprendizaje diferente. Hace unos meses (o quizás unos años), leí un estudio realizado a 160,000 adultos de 31 países que afirmaba que crecer en una casa llena de libros mejora significativamente la alfabetización y la capacidad numérica. El estudio mostraba, entre algunas conclusiones, cómo la presencia de al menos 80 libros estaba altamente correlacionada con el acceso a una educación superior. ¡Y ni siquiera se valoraba si los libros eran leídos o no por los niños!
Me pareció un dato fascinante y un síntoma de que, una vez más, somos mucho más interdependientes de nuestros ecosistemas de lo que estamos dispuestos a admitir. He tenido la suerte de crecer en una casa llena de libros, pero no creo que haya sido eso lo que me ha moldeado como lectora y como estudiante a lo largo de mi vida. Lo que realmente me ha moldeado es aquella persona que cada día, estuviera cansada o agotada, hubiera tenido un día largo o muy emocionante, se sentaba al lado de la cama y nos leía en voz alta. Miento. Mi madre no solo leía, sino que se sumergía en el relato y nos representaba toda una historia que nos hacía reír, preguntar, escuchar atentamente, enfadarnos o llorar. En los veranos, nos leía en la playa después de cenar, o en las literas de la casa de verano, donde pasábamos los meses de calor. A veces se nos unían amigas u otros niños que rondaban por la playa, y cuando durante los inviernos teníamos invitados, siempre acababa contando un cuento, leyendo un poema o explicándonos la vida de Cleopatra, John Lennon, Albert Einstein o Marie Curie. La curiosidad, la escucha activa, el tiempo consciente y la dedicación, más que los libros en sí, fueron lo que hicieron que tanto mi hermana como yo fuéramos ávidas lectoras.
Las bibliotecas expansivas te permiten que después de un libro venga otro, y que los puedas recuperar siempre que lo necesites
Unos años o pocas décadas más tarde, por la noche, todas leemos. Ya no leemos juntas, porque cada una ha desarrollado su propio gusto por la lectura, pero leemos al lado. El hecho de tener a alguien al lado mientras lees te hace sentir acompañada. Mi hermana es más reservada, mi madre y yo nos contamos lo que leemos y nos recomendamos lecturas. La biblioteca de casa ha pasado a otro lugar, pero sigue teniendo muchos libros y problemas para ponerlos en su sitio. Supongo que es parte de nuestra dinámica de leer mucho y acumular aún más. Séneca afirmaba que una biblioteca personal siempre debe tener una mitad de libros que has leído y otra mitad que no, para asegurar que la lectura siempre tenga una parte de experiencia y una parte de asignatura pendiente.
Las bibliotecas expansivas te permiten que después de un libro venga otro, y que los puedas recuperar siempre que lo necesites. Mi madre los ordena por orden alfabético, pero a mí me gusta más separarlos entre leídos y no leídos, o por temática si tengo muchos de cada tipo. Mi hermana, como es disléxica y necesita cambiar la letra a menudo, prefiere leer con la tablet y tiene una gran colección de títulos descargados. Si algo es rico en la lectura es que ofrece infinitas posibilidades y permite que cada uno se adapte a lo que le funciona mejor. Es cierto que los libros son caros y que leer es una actividad para la que se necesita tiempo y la mente despejada, que el papel contamina, aunque la electricidad también. Pero mi vida ha estado nutrida en torno a la lectura, del objeto como canal para compartir sabiduría y experiencias. Y es por eso que, a estas alturas, no podría imaginar cómo sería mi vida sin estar rodeada de libros.