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'The Insider': ¿qué precio tiene la responsabilidad social corporativa?

El drama de Michael Mann, nominado a siete Oscars, cuestiona la ética de empresas controvertidas como las tabacaleras o las grandes cadenas de televisión

The Insider still 1 Marta Fiolic
The Insider still 1 Marta Fiolic
Carlos Rojas | VIA Empresa
Periodista
27 de Julio de 2024
Act. 14 de Agosto de 2024

¿Cuánto cuesta la ética? ¿Y la verdad? Estos interrogantes, con respuesta abierta, quedan plasmados a la perfección en The Insider (1999), la película de Michael Mann considerada por parte de la crítica como una de las últimas obras maestras del pasado siglo. Con siete nominaciones a los Oscars (y cero estatuillas, todo sea dicho), la cinta es un drama periodístico, aunque tiene mucho de thriller. Explica la historia de cómo la tabacalera Brown & Williamson introdujo productos químicos como el amoníaco en los cigarrillos para aumentar la nicotina e incrementar la adicción de los consumidores. Por el camino, miles de muertos, un científico casi secuestrado y una prestigiosa cadena de televisión como la CBS  contra las cuerdas.

 



Con todos estos ingredientes, podemos imaginar que la verdad no es nada barata. Pero lo que muestra Mann (dramatizaciones a un lado), sucedió de verdad en Estados Unidos a partir del 1993, una vez el protagonista, Jeffrey Wigand, científico y vicepresidente de R+D de la famosa tabacalera Brown & Williamson, fue despedido de su trabajo sin ninguna justificación. El personaje, interpretado por un brillante Russell Crowe (nominado al Oscar), es un hombre que temía por la incertidumbre del futuro. Como nos pasaría a todos si nos echaran de un día para el otro. En este caso, sin embargo, con una cláusula de confidencialidad impuesta y una hija con problemas de salud. Y aún peor: estos dos últimos hechos estaban interrelacionados. Es decir, romper esta cláusula suponía renunciar a su derecho a la cobertura médica, además de la indemnización y la posibilidad de una demanda judicial.

Conviene entender el contexto. Meses antes, la industria tabacalera había sido sometida a un gran juicio en el país, por el cual se investigó los efectos de la nicotina. Entonces, los siete dirigentes de Big Tobacco, la entidad que aglutinaba a las empresas más destacadas del sector, declararon bajo juramento que la nicotina no creaba adicción. Un hecho que hoy sabemos que es rotundamente falso. Así pues, con el objetivo de evitar problemas futuros, las compañías pidieron a sus departamentos de innovación alternativas para poder paliar potenciales problemáticas.

Wigand fue despedido por estar en contra del uso del amoníaco y de la cumarina en los productos de tabaco de Brown & Williamson

En el caso de Brown & Williamson, se encontraron con un científico de raza en el cargo de vicepresidente. Wigand no estaba dispuesto a mirar hacia otro lado, y al ver que su firma estaba usando amoníaco para potenciar los efectos de la nicotina al cerebro, presentó una queja formal. En realidad, no fue la primera ni la última: el vicepresidente de R+D también estaba en contra de la cumarina, un componente cancerígeno que la tabacaluera decidió mantener en sus productos una vez concluyeron que no existía una alternativa más sana en el mercado químico. En resumen, Brown & Williamson puso el dinero por delante todo. Ni la ética, ni la responsabilidad social corporativa, ni la salud, ni cualquiera otro concepto relacionado con la moralidad los frenó. Y, evidentemente, Wigand se había convertido en un problema. Por eso le echaron.

Es aquí donde entra el personaje de Al Pacino, que interpreta a Lowell Bergman, productor del famosísimo programa 60 Minutes de la CBS. El espacio ocupaba la franja de los sábados por la noche, destapaba escándalos y casos sonados en el país y estaba presentado por Mike Wallace (interpretado por Christopher Plummer). Con su talante y espíritu periodístico, Bergman consiguió convencer a Wigand de ignorar las amenazas de la tabacalera y explicar toda la verdad en antena. Pero todo se fue a pique una vez apareció la dirección de la CBS. En aquel momento, el canal estaba inmerso en un proceso de venta, y sacar un caso como aquél, que era el escándalo empresarial más grande de la historia de los EE.UU, podía traer consecuencias. Con todo, Bergman vio cómo el cuarto poder también fue silenciado y cómo muchos de quienes creía colegas le dejaron solo. El primero de ellos, y el más doloroso, Wallace.

 
Michael Mann, Al Pacino i Russell Crowe, al set de 'The Insider' | Espectador Errante
Michael Mann, Al Pacino y Russell Crowe, en el set de 'The Insider' | Espectador Errante

Paralelamente, se construyó un relato en la opinión pública que pintó a Wigand como un loco. Después de testificar en un juicio en Kentucky contra las tabacaleras, casualmente los medios empezaron a sacar controversias de su pasado. Salió todo: desde cuando abandonó a su primera esposa después de que le diagnosticaran una enfermedad grave hasta cuando robó un artículo un día aleatorio en un supermercado. Aquella lucha, más allá de la immundícia de algunos de sus actos pretéritos, puso de manifiesto que el aplastamiento mediático sí tenía un precio. Por lo tanto, era evidente que los medios de comunicación no estaban cumpliendo el papel imparcial que les correspondía.

'The Insider', el hijo estético de 'Heat'

Construir un clima tan tenso y de acoso en una película de estas características requiere de un nivel cinematográfico primoroso. En aquel momento de su carrera, Mann acababa de hacer Heat (1995), seguramente su film más reconocido, y recurrió a muchas técnicas que tan bien funcionaron en aquel thriller. De hecho, por eso decíamos al principio que esta película podía entrar tangencialmente en aquella categoría. A la hora de mostrar el escenario, predominan las sombras y los colores oscuros, como el negro, el gris y el tan característico azul intenso de Heat. Este último aparece en la primera mitad de la cinta, cuando Wigand empieza a notar que Brown & Williamson le estaba persiguiendo.

Llama la atención cómo casi nunca vemos el peligro, pero sí que lo percibimos en todas partes, desde un espacio abierto de la ciudad hasta el sótano de la casa de Wigand, con un también espectacular uso de la música (a cargo de Lisa Gerrard). En cuanto a la utilización de la cámara, se observan muchos primerísimos primeros planos y algunos planos detalle, que provocan que prácticamente nos ahoguemos con el protagonista.



En este sentido, hay dos escenas a rescatar: la primera se produce más o menos en el ecuador de la película, una vez el fiscal y su abogado le comunican a Wigand que testificar en contra de las tabacaleras en el estado de Kentucky puede comportar la prisión por romper un dictamen judicial y la propia cláusula de confidencialidad de su exempresa. Entonces, vemos el rostro desencajado del protagonista, de espaldas a los dos letrados, y casi aplastado en la esquina derecha de la pantalla. No hay aire. No hay espacio. Detrás de él, los únicos salvavidas legales que tenía le acaban de dar la espalda (irónicamente). Su sentimiento es de abandono total. En aquel momento, Mann cambia en varias ocasiones el foco, jugando con los roles.

La otra escena tiene que ver con Bergman, casi coprotagonista de la película. Precisamente, los primerísimos primeros planos los copa él una vez descubre que el comité directivo de la CBS quería tumbar su pieza. La tensión pasa a su personaje. Aun así, hay una escena que brilla por encima de todas: el momento en el que llama por teléfono al hotel de Wigand intentando salvar su vida. Entonces, el científico atravesaba su peor momento: su pareja le había dejado y se había llevado a sus hijos, estaba en el ojo del huracán mediático y no había casi ninguna posibilidad de ver publicado su testimonio en la televisión.

La relación amistad-odio entre los personajes de Crowe y Pacino funciona muy bien por la química entre los dos actores

Detrás de la puerta entreabierta, Mann captura su postura hieràtica, sentado en una silla sin hacer ningún movimiento físico. No responde a los gritos de los empleados del hotel. En medio del plano podemos ver inmobiliario que el científico ha usado para bloquear el acceso e impedir el paso de cualquier persona. Por unos instantes, le creemos muerto. O desquiciado. Pero después de vacilar un momento, responde a un "coge el p... teléfono" que reproduce un trabajador de parte de Bergman.

La relación amistad-odio entre los dos personajes funciona muy bien, gracias a dos actuaciones legendarias de Crowe y Pacino. Incluso en aquel momento, vemos a Bergman en una playa y, en un intento desesperado de encontrar cobertura, meterse adentro del mar para poder decirle a Wigand lo que cree que necesita escuchar. Es una forma metafórica de expresar que el periodista va con todo, independientemente de las condiciones, el escenario y los oponentes. Esta implicación de Bergman contrasta con la desconfianza que Wigand le profesa en todo momento.

Un desenlace tan agridulce como la vida real

Encapçalament del famós reportatge 'The Man Who Knew Too Much' | Vanity Fair
Encabezamiento del famoso reportaje 'The Man Who Knew Too Much' | Vanity Fair

El resto es historia. Finalmente, el reportaje vio la luz después de una filtración de Bergman a otros compañeros de prensa donde reproducía palabra por palabra lo que dijo Wigand en la polémica entrevista no emitida. Fue una jugada arriesgada, donde el periodista se jugó su prestigio, pero salió bien. Todo ello desembocó en el famoso artículo The Man Who Knew Too Much, en Vanity Fair. Las tabacaleras perdieron, Brown & Williamson acabó desapareciendo, Jeffrey Wigand recuperó su prestigio y Lowell Bergman dimitió de su cargo (consideraba que la CBS y 60 Minutes quedarían manchados para siempre por su inacción). Unos años después, fichó por The New York Times y fue recompensado por su gran labor.

Los 157 minutos que dura la película de Mann sirven para homenajear la esencia periodística y recordar las prácticas inmorales (e ilegales) que están dispuestas a aplicar algunas empresas a cambio de dinero. Y no hablamos solo de las tabacaleras, sino de algunos medios de comunicación que se aprovechan de su fama para hacer y deshacer según sus intereses. Nadie, ni siquiera Wigand, se muestra como una persona íntegra en The Insider. Un hecho que subraya el mensaje que Mann quiere enviar: la responsabilidad social, igual que la ética y la verdad, son conceptos que no tienen precio.