Se sabe que ha dejado sin respuestas a un eclesiástico cuando su interlocutor soltar la frase: "Los caminos del señor son inescrutables". Pasa como una fuga adelante por carencia de respuestas, pero no deja de evidenciar la bufonesca aleatorietat del futuro. El best-sellerJohn Grisham habría seguido con su vida de exitós abogado si no se hubiera entretenido especulando con que habría pasado si el padre de una víctima de violación de sólo 12 años a la que defendía hubiera optado para planear el asesinato de los agresores. De aquel giro de guion surgió su primera obra Tiempo de matar. La vida de Bette Nesmith también estuvo marcada por un cambio. El que la llevó de ser ama de casa a creadora del típex, el invento que permitió a los escritores tapar sus errores. Y que la hizo multimillonaria.
Guerra y ventanas
La biografía de Nesmith estaba escrita desde el mismo día en qué nació. Estudiante modélica y cristiana ejemplar, se casó con Audrey Nesmith a los 18 años, justo antes de que su marido fuera reclutado para luchar a la II Guerra Mundial. Aquel mismo 1942, con apenas 18 años, tuvo su primer hijo.
Sustentada económicamente por su marido y con apoyo emocional de su familia, el trabajo de Nesmith se limitaba a tener cura de su hijo, mantener la casa y esperar el regreso del militar. Nohabía perspectivas de cambio a su vida, hasta finales de los años 50. El regreso de las trincheras de Audrey no fue precisamente pacífico y la pareja se separó a los pocos meses. Pocos años después, su padre moriría repentinamente, dejando como herencia una casa en la que, desde entonces, vivirían la propia Bette, su hijo, su madre y sano germana.
Nesmith era ahora la cabe de una familia sin mucho recursos y con un menor al que alimentar, por el que se vio obligada a dejar su vida de ama de casa para empezar a trabajar como secretaria en el Texas Bank.
Su nueva jornada laboral consistía, básicamente, al mecanografiar todo tipo de textos. Y de este trabajo surgió una profunda frustración para no poder corregir los errores que cometía. La solución la encontró en un trabajo de verano que consiguió para ganarse un sobresou. La contrataron para pintar las ventanas del banco. Una tarea que no dominaba del todo, pero en la que podía disimular los errores pasando una simple capa de pintura blanca.
Y aquel descubrimiento fue su particular "eureka". Al retorno al trabajo empezó a utilizar a escondidas una solución de pintura blanca y agua que fue mejorando desde la cocina de casa suya con la ayuda del profesor de química de su hijo. Cinco año después, Nesmith había conseguido un producto que se camuflaba a la perfección con el papel, eliminaba los errores y se secaba en el momento.
Papel líquido
A las cabezas de Nesmith no los hacía mucho el peso que su administrativa utilizara aquella pintura, pero sus compañeros de oficina no paraban de pedirle nuevos potets de su producto. Visto el éxito, se decidió a comercializar su invento bajo la marca Mistake Out, que poco después rebautizaría como Liquid Papel.
En pocos años, el producto se convirtió en un elemento indispensable en cualquier oficina. El negocio crecía, pero Nesmith seguía preparando sus pedidos desde el garaje de casa suya.
Convertida en empresaria de éxito, Nesmith vio una oportunidad para dejar su marca personal en la gestión. Los estatutos de la empresa hablaban de decisiones descentralizadas y de un modelo humanista, en el que la dirección femenina podía cambiar el rumbo de un mundo empresarial manegat por hombres. Una filosofía que se tradujo en la creación de una biblioteca para sus trabajadores y una guardería a la sede de Liquid Papel, entre otras medidas.
Al año 1979, la empresa contaba con 200 trabajadores y vendía más de 25 millones de botellas al año. Cifras que le valieron una oferta de 47,5 millones de dólares por parte de Gillette. El futuro aleatorio del típex quedaba entonces en manso de la multinacional.