Lo esencial es invisible a los ojos, decía El Principito. Hasta que llega una pandemia y te lo pone todo delante de las narices.
No era esencial para la cadena irlandesa Primark tener un canal de venta digital. Le iban tan bien las cosas, que cometieron el grave error de dejar de explorar cuando todo les iba viento en popa. Desde que cerraron sus tiendas el 22 de marzo, han dejado de ingresar 740 millones mensuales y dan por perdidos 325 millones de 'stock'.
Ahora, en plena crisis, activar un canal online para una empresa de la envergadura de Primark es prácticamente imposible así que, según ha informado recientemente Associated British Food (ABF), empresa propietaria de la cadena de moda, se están centrando en tomar medidas para reforzar su liquidez. Y aunque encuentro informaciones contradictorias sobre su posible suspensión de pagos en la red, la empresa afirma que Primark podría resistir incluso si el cierre de las tiendas se extiende hasta mayo de 2021, un escenario extremo.
Ahora la ropa no es esencial. No necesitamos comprarnos una camiseta o unos zapatos. Y aunque la mayoría de las grandes cadenas de retail sí venden online, no son bienes esenciales para el momento actual.
No necesitamos poner gasolina al coche, no necesitamos movernos. Por primera vez el valor de venta del crudo estadounidense, que funciona como referencia para los mercados en el mundo, cerró su cotización en Bolsa con un valor negativo (-US$35,22). El combustible no es esencial ahora. Y los países están pagando para que alguien se lleve los barriles físicos de petróleo que tienen acumulados en sus territorios, leo en bbc.com. Insólito.
Ahora, sin ser urgentes o vitales, se vuelven esenciales otras cosas que nos ayudan a llevar mejor el confinamiento. La consultora Sibilare recogía en imágenes esta semana cómo hacer deporte en casa, tintarnos el pelo o hacer pan, se ponen por las nubes en las búsquedas de Google frente a las caídas de búsquedas de “vuelos baratos”, “dónde comer cerca de mí” o la cartelera de cine.
Arreglar ese desconchado que lleva meses en la cocina, cambiar una lámpara fundida, comprar una silla para que Julia haga los deberes porque la que tenemos se ha roto o un ordenador para Álex porque los otros equipos de casa los usamos para trabajar y ha de entregar sus tareas al instituto. Son nuestros nuevos esenciales.
Sin embargo, no dejo de pensar en que nada material es esencial. Obviamente, sí hay cosas, como la tecnología que me permite escribir y enviar telemáticamente este artículo, pero nos olvidamos de lo más importante. Las personas.
Las personas que son ahora esenciales, han sido invisibles siempre. Sí, siempre. Transportistas, reponedoras, cajeros de supermercado, farmacéuticos, productores agrícolas, ingenieras informáticas, mensajeros y tantas otras profesiones que no han dejado de trabajar mientras el resto estamos en casa. No hemos considerado esencial su actividad. Hasta ahora.
Los profesionales sanitarios no han sido esenciales para las administraciones. Han sido repetidamente maltratados por recortes que ahora estamos pagando con muertes. La educación, impulsada por maestros y maestras, ha sufrido el desdén de las administraciones que no ha preparado tecnológicamente al sistema educativo, ni en formación ni en dotación.
Son las 8 de la tarde. Mientras termino este artículo, mi vecino del tercero pone “Resistiré” a todo volumen; los vecinos, desde sus balcones aplauden a aquellos y aquellas que ahora son esenciales. Pero lo han sido siempre.