A riesgo de ser tachada de “malamadre”, como diría mi amiga Boticaría García, he decidido dejar dormir a mis hijos hasta más allá de las 11 de la mañana. Sí, de las 11. Total, van a pasar el día entero en casa y no tienen clase en streaming. Disponen de tiempo de sobra para hacer las tareas que les han mandado del instituto. ¡Qué manía con establecer una rutina como medida de éxito para sobrellevar el confinamiento! Os aseguro que cuando son adolescentes, la rutina se las trae al pairo. O al menos, a los míos les da igual. Y a mí, acostumbrada a hacer de cada día una rutina diferente, también.
Podría plantearme cierta rutina si estuviéramos preparados para trasladar las clases de las aulas a las aulas virtuales, pero si algo ha demostrado esta crisis sanitaria es que, salvo en contadísimas excepciones, la gran mayoría de colegios e institutos no están preparados para la educación en remoto. Jordi Adell, profesor de tecnología educativa de la UJI y un gran referente para todas las que nos preocupamos por la educación digital, decía ayer en Twitter que estaba “pensando en los estudiantes de Magisterio de hace unos años, ahora maestros/as, que "no le veían" la utilidad a todo aquello de la Internet en Primaria”.
Ahora necesitan, en tiempo récord, incorporar en su día a día herramientas como Aules, Aula Virtual, Google Classroom, Edmodo, ClassDojo, por citar algunas, cuando lo que recomiendan los expertos, como la catedrática de la Universitat Roger i Vigili, Mercè Gisbert, es que ahora “hay que parar máquinas y dedicar dos o tres días a pensar qué queremos hacer, plantearnos los objetivos de aprendizaje, cómo los queremos conseguir y cuál ha de ser nuestro papel como docentes”. Quizás es el momento de darse cuenta de que lo importante no son las herramientas sino la formación en tecnología educativa como una de las disciplinas fundamentales para los maestros del futuro.
Durante los últimos años hemos visto repetidas veces al político de turno haciéndose la foto con las flamantes pizarras digitales en colegios e institutos, pero este embiste vírico ha dejado en evidencia que la inversión en tecnología no era suficiente y que la estrategia eran las personas, los profesores y profesoras.
Mientras el Instituto de Educación Secundaria de mis hijos trata de solventar los problemas que tienen para que los alumnos puedan acceder a Aules, previsto para el martes 24 de marzo, mi hijo mayor que cursa 4º de la ESO, se levanta a las 11:20. Sus primeras palabras del día, con el vaso de leche en mano son “Mamá, ¿sabes que yo vivo en una videollamada? Mira, nada más levantarme, entro en Instagram y lanzo una llamada en vídeo a todo el grupo de amigos, y los primeros 5 que se conectan –límite de Instagram para videollamada colectiva-, nos quedamos de charreta. Y así, todo el día”.
Comentan las dudas de los deberes –poca cosa de momento-, juegan al parchís online, se pasan los vídeos más virales y memes del día. Y poco más.
Porque no solo los profesores van escasos de competencia digital –que no se me enfade el colectivo, que ya sé que no todos. Los mal llamados nativos digitales se están cubriendo de gloria estos días de cuarentena en los que puedo pasarme horas leyendo tuits de profesores que no dan crédito a lo que están viviendo.
Ignacio Maté, profesor de Secundaria y Bachillerato, se lamentaba en voz alta en Twitter: “perdonad, pero me resulta muy chocante que alumnos de 15-16 años no sepan hacer words ni pdfs, ni que el asunto de un email no es donde deben escribir un texto, ni pasar el corrector, ni cambiar de idioma en el word, ni tantas otras cosas…” No pude evitar responder que aquello que trató de explicar Marc Prensky en 2001 sobre los nativos digitales se nos ha ido completamente de las manos.
¿Sabéis cuando te ponen un examen sorpresa y no lo llevabas preparado? Pues esa es la realidad de la competencia digital de muchos profesores y alumnos pese a las advertencias de muchos expertos en educación de que esto entraba a examen y no íbamos a estar preparados.