Cuando la normalidad se reencuentra, dejamos de percibir que llevamos casi dos meses confinados. Nos hemos acostumbrado. Creemos que todo está a punto de pasar. Y no somos conscientes del esfuerzo físico, laboral y sobre todo psicológico que hemos tenido que afrontar. Lo mejor de esto es que los humanos somos capaces de olvidar rápidamente aquello que nos desagrada. Una parte esencial de nosotros para mirar adelante sin tener que hacerlo atrás. Pero, como todas las cosas, hay una perversión entre tanta felicidad: la de quitarle valor a aquello conseguido en ese tránsito. Aunque haya tenido que ser traumático.
El país se prepara para volver a los bares, sí, pero por encima de todo a las oficinas. Y todo por una razón muy sencilla: que el teletrabajo haya salvado (muchas) compañías y (gran parte) de la economía española no es suficiente. Porque, a pesar de hablar de sus excelencias (y los muchos problemas que supone en estas circunstancias), la realidad es que si el porcentaje de remoters antes de pararse todo era del 4%, esa es la cifra real de creyentes. A pesar de que un informe de Randstad señalaba que más del 60% de la gente quería probar de teletreballar.
La perversión del informe IVIE
Si hablamos de cifras, uno de cada tres trabajadores ha tenido que continuar su trabajo desde su domicilio particular. Pero, como reflejábamos antes, la mayoría no lo han hecho por convicción, sinò a la fuerza mayor.
Tanto es así que el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) es aclaratorio con la nueva situación. "La incorporación de esta modalidad de manera sobrevenida y sin preparación previa impide que, de momento, consiga los niveles de eficacia, eficiencia y productividad que podría alcanzar". Aún así, señala un punto al cual no se le ha dado demasiada importancia los últimos 60 días: que gracias a esta modalidad muchas empresas han podido continuar su actividad y han contribuit a reducir los contagios.
Aunque ya lo sabiem, ahora tenemos números que lo certifican. Una cuarta parte del sector servicios puede acogerse al teletrabajo. Una tercera parte de la Administración Pública. Y, a pesar de que sólo se da un 4% a la agricultura, posiblement venga más de la no digitalización del sector que de impedimentos reales. De hecho, ya se estudian maneras de automatizar los riegos Y controlarlos en distancia.
Los autores del informe mantienen que para conseguir un rendimiento óptimo "tiene que estar muy diseñado por la empresa, soportado por tecnologías adecuadas y entendimiento en recursos humanos y las tareas de dirección tendrán que adaptarse a las nuevas circunstancias".
Podemos confiar en políticos, sindicatos y directivos?
Pero como podemos confiar en una clase política que desconoce el que significa la palabra emprender? Con esta base, es imposible que se pueda legislar nada de sentido, porque nunca han sentido en sus carnes el calor interno que te llego un recibo de autónomo que no puedas pagar porque no has cobrado el que te deben de desde hace dos meses.
"Pero como podemos confiar en una clase política que desconoce el que significa la palabra emprender?"
Posiblemente por eso han decidido que si un padre teletreballa, los niños no puedan ir a la escuela. Debe de ser que hay varios escalones en función de si te tienes que poner trage para ir a tu despacho o si puedes hacer tu trabajo cómodamente en casa. Y que, por lo visto, a los niños se entrenan sólo.
Curiosa es también la irrupción indignada de los sindicatos en defensa de la regulación de un colectivo (los freelance) a quienes han hecho de lado históricamente. Pero ahora, como que sus afiliados los apreten, de repent se han dado cuenta que hay que regular el trabajo a distancia. Que los horarios y las condiciones no son las adecuadas. Si mi generación ya no creía en ellos, esta 'cobertura' de gloria seguramente ha supuesto la punteta definitiva.
Pero, en realidad, quien no cree en el modelo son los empresarios. Y no quiero generalizar ni satanizarlos. Respete mucho a la gente que durante cuarenta años ha fundado empresas, pagado un sueldo a centenares o miles de personas y adaptado su oferta a crisis, guerras y revoluciones tecnológicas. Pero su generación es la de la desconfianza. La de que trabajan con miedo que si no los echan en la calle. La de pensar que como paga, manda, sin dar margen al hecho que él (o ella) no es capaz de hacer aquello y por eso debe de contratar un perfil determinado. La de haber sacrificado la familia por la empresa y querer que los otros lo hagan también (el porcentaje de grandes empresarios separados, infelices, que no han visto crecer sus hijos o las tres cosas juntas es demasiado numeroso). Y, por encima de todo, la de fichar gente en la cual no confía, porque si lo hiciera, qué sentido tendría vigilarlos haciendo un trabajo en la cual son expertos y que hoy en día es medible? Para no hablar que la mayoría de las cabezas no dan órdenes claras a sus equipos del que tienen que hacer a corto, medio y largo plazo, el que desemboca en jornadas largas, infructuosas y cremadores.
Muchos pensadores dicen que de esta crisis saldremos más humanos. Yo también lo creo. Pero si hablamos de humanidad como de aquella especie que cae dos veces con la misma piedra. El mundo ha cambiado, a todos los niveles, pero sólo volver a una 'nueva normalidad' estamos pensando como lo hacíamos dos meses atrás. Cuando, en realidad, ya no podremos volver de ninguna forma a ser los que éramos. Ni a trabajar como trabajábamos.
PD.- El Real decreto de 2019 cambió el artículo 34.8 del Estatuto de los Trabajadores, señalando que si un asalariado quiere teletreballar y se dan las circunstancias para hacerlo, la empresa debe de facilitarle esa opción. Con esto se busca evitar reducciones de jornada que no son necesarias con la tecnología disponible hoy en día. Atención porque podemos empezar a asistir a numerosas demandas de gente que sí que quiere continuar trabajando desde casa.