Después de sacar la nariz una vez por semana por la ventana del VIA Empresa, hemos llegado ya al artículo número ciento, que es precisamente el que están leyendo. A estas alturas no es ningún secreto que la voluntad que tenemos es explicar hechos del mundo económico y empresarial que a menudo pasan por delante nuestro sin que nadie nos los explique con suficiente detenimiento. Por estas páginas han desfilado los amos del arroz, de la leche, del agua mineral, del petróleo y de otros muchos productos, pero también los grandes fondos de inversión, las multinacionales de aquí y de allá, el Vaticano, la familia Sackler, las pensiones, las grandes infraestructuras y, por supuesto, aquella sitcom tan exitosa y de guion inigualable denominada FC Barcelona.
Sabemos que el periodismo de investigación no pasa sus mejores momentos, pero todavía en los últimos tiempos hemos podido disfrutar de la tarea de Albert Llimós desenmascarando pederastas y abusadores en general, y del tándem formado por Adrià Soldevila y Sergi Escudero poniendo sobre la mesa las miserias azulgranas que otros medios habían contribuido a ocultar. Pero estamos convencidos de que el periodismo de investigación no es solo sacar a la luz los trapos sucios de alguien, sino que también consiste en explicar todo aquello que a menudo pasa ante nuestros ojos pero que nadie nos explica suficientemente bien: cómo funcionan los mercados financieros, cómo se organizan las multinacionales o en qué se gastan el dinero las instituciones públicas. Esta vertiente del periodismo de investigación no implica desvelar secretos ni recibir filtraciones de insiders porque se basa en información pública (también llamada "fuentes abiertas"), que no por el hecho de de estar disponible implica que esté al alcance de todo el mundo; me explico: a menudo el poder -encarnado tanto por altos ejecutivos de multinacionales como por funcionarios de la administración- pone a disposición de los ciudadanos informaciones que están obligados a hacer públicas, pero lo hacen de una manera tramposa, estableciendo verdaderos laberintos formales, físicos o virtuales que dificultan el acceso en los datos en cuestión. En este sentido, vale mucho la pena seguir el trabajo que hace el ingeniero Jaime Gómez-Obregón (@JaimeObregon en Twitter), que ha desarrollado toda una serie de herramientas informáticas para esquivar las trampas que protegen la información pública y que le permite de llegar a conclusiones muy interesantes. La barreras de estos tipos no son las únicas que alejan a la población general de la información útil, porque existe un segundo nivel de ocultación que se basa en la complejidad de conceptos y lenguaje, un recurso empleado especialmente en el mundo financiero y empresarial.
El periodismo de investigación no es solo sacar a la luz los trapos sucios de alguien, sino que también consiste en explicar todo aquello que a menudo pasa ante nuestros ojos pero que nadie nos explica suficientemente bien
En consecuencia, llevar a cabo esta tarea de encontrar, desbrozar y explicar toda aquella información que el poder -público o privado- quiere ocultar es un trabajo necesario y debe ser valorado como es debido. Pero esto no es todo. La manera como se explica esta información también es clave si se quiere construir un relato basado en la transparencia y en el derecho de los ciudadanos a saber qué se hace con su dinero (impuestos) o con el dinero que se gastan en bienes básicos (consumo). La exposición del relato pasa por la neutralidad del discurso, y creo que resulta bastante claro que aquí siempre hemos huido de hooliganismos y de trincheras, porque en nuestro relato no partimos de la dicotomía amigo-enemigo, sino que el motor que lo pone en marcha todo es la investigación de la verdad. Esto no quiere decir que no tengamos preferencias: somos catalanistas, culers y queremos ocupar la brecha raquítica que hoy en día queda entre liberales y estatistas, pero de esto último ya hablaremos más adelante. Esta visión personal de las cosas no nos limita a la hora de sobre poner la tabla los problemas de la sociedad: se puede ser culer y al mismo tiempo muy crítico con la gestión del club; se puede ser catalanista (e independentista) y en poner entredicho los liderazgos y estrategias (si hay) del país. En otras palabras, la búsqueda de la verdad no se puede parar en beneficio de las convicciones propias, que es algo que se ve demasiado a menudo en este país, donde muchos opinadores públicos se muestran estrictos hasta el límite con sus rivales políticos, pero dócilmente tolerantes con los errores de los compañeros de ideología. Dicho esto, también es cierto que hay que respetar el principio de proporcionalidad en la crítica, que vendría a significar que de ninguna forma podemos tratar igual a un gestor -sea público o privado- que comete algunos errores durante sus primeros meses de gestión que a un predecesor suyo que ha cometido incontables barrabasadas con la anuencia de medios y opinión pública. Una muestra de esto último es el tratamiento que creemos que hay que dar a las juntas directivas que gestionan el Barça.
En contra de lo que puede parecer razonable, redactar artículos con información veraz y contrastada que es de carácter público no te exime de recibir presiones del Poder. Hemos vivido casos donde alguna corporación privada ha montado en cólera por un texto donde nos hacíamos eco de datos que ellos mismos habían hecho públicas... señal que el trabajo estaba bien hecho (habíamos tocado algo sensible) y también que ellos confían mucho en las barreras sutiles que antes mencionábamos.
A buen seguro que todas las generaciones que nos han precedido han tenido la sensación que el mundo se iba a pique y que cualquier tiempo pasado era mejor y más ordenado. Que esto sea una percepción intrínseca del ser humano ( tenemos un buen ejemplo a la película Midnight in Paris, de Woody Allen) no quiere decir que alguna vez no pueda ser cierto. Es decir, tan aceptable es que la percepción que el mundo o un mundo determinado llega a su fin es del todo subjetiva, como que la historia de las civilizaciones sigue ciclos y altibajos y que, en efecto, de vez en cuando hay imperios que caen. En este sentido, la situación actual del país se parece bastante a un cambio de era; no creo que se pueda tildar de exageración manllevar aquella expresión que hizo fortuna durante la invasión de Kuwait por parte de la Iraq, allá por el verano del 1990, que hacía referencia a la administración kuwaitiana como "gobierno títere", dado que el gobierno legítimo fue destituido y en su lugar se instauró uno que representaba a los intereses de la potencia invasora. El gobierno que tenemos ahora en Catalunya podría adaptarse fácilmente a este concepto, si tenemos en cuenta la hoja de ruta que ha seguido en los últimos tiempos (mucho más Esquerra Republicana que el espacio heterogéneo Junts). Si el Gobierno español deseaba algo, esta era apaciguar el fuego independentista y es precisamente esto lo que han estado haciendo los líderes del partido republicano. Habría que ser muy ingenuo para pensar que la alineación de intereses con España es pura coincidencia, más todavía cuando por el medio se ha aprobado el indulto del líder espiritual de los republicanos. Que la antigua Convergencia se haya transformado en un porridge imposible de digerir por parte de los electores, tampoco ha contribuido mucho a mantener viva la llama independentista.
En contra de lo que puede parecer razonable, redactar artículos con información veraz y contrastada que es de carácter público no te exime de recibir presiones del Poder
Otro problema muy grave que arrastra el país es el tipo de gente que se ha apropiado del flanco izquierdo de la política, con perfiles ideológicos que poco tienen que ver con la izquierda tradicional del país. Que conste que aquí estamos convencidos que el eje izquierda-derecha es un esquema cada vez más desfasado y que está quedando como una simple caricatura funcional a un poder que quiere mantener sus privilegios; pero que los movimientos de izquierda, que tendrían que ser progresistas por definición, se hayan convertido en un ejército totalitario que imposibilita el debate sobre la mayoría de cuestiones candentes es una verdadera tragedia. Las actitudes de carácter totalitario que a menudo muestran tienen como consecuencia inmediata que no se puedan poner sobre la mesa problemas que existen y afectan los ciudadanos, hasta el punto que su intolerancia empuja, muy probablemente, a determinados grupos de electores hacia formaciones políticas de extrema derecha, por el simple hecho que estas sí que proponen eventuales soluciones a problemas muy reales y palpables. Es una dinámica que ya hemos visto en otros países.
No parece que todo esto que explicamos esté desconectado de este clima del elogio de la mediocridad en que estamos inmersos. Cuando las cosas dejan de ser por, simplemente, hacer ver que son, quiere decir que nos encontramos en el preámbulo de la catástrofe. Hemos entrado en un bucle perverso y esclerótico donde unos ríen las gracias a los otros mientras el país recula como los cangrejos. Tiene toda la pinta que ya ha llegado a primera línea de la sociedad una generación de niños consentidos que piensan que todas sus ideas, a menudo absurdas, son geniales y que tienen derecho a imponerlas a todos, todas, todes, todo el mundo. Que al talento cada vez le cueste más abrirse paso, es la principal derivada de este clima inmovilista que se esparce por el país, donde reina la consigna de "más vale cretino y gandul conocido, que genio que nos pueda joder la silla y la paga". Salir de este estercolero no será fácil porque las dinámicas viciadas ya están muy consolidadas y cualquier voz discrepante que se levante en público será trinchada de raíz. Por lo tanto, parece que el único camino es que las partes saludables de la sociedad -que todavía son muchas- se empiecen a organizar de manera subterránea para remover los cimientos de esta sociedad decadente. Hay que ir tirando red prescindiendo de políticos, burócratas, grandes medios de comunicación, comisarios políticos y apparatchiks en general, que son los encargados de procurar que nada cambie.
Estamos inmersos en el elogio de la mediocridad. Cuando las cosas dejan de ser por, simplemente, hacer ver que son, quiere decir que nos encontramos al preámbulo de la catástrofe. Hay que ir haciendo red prescindiendo de políticos, burócratas, grandes medios de comunicación, comisarios políticos y apparatchiks en general, que son los encargados de procurar que nada cambie
Antes, cuando mencionábamos la dualidad asfixiante entre liberales y estatistas, hemos tocado un melón que no hemos llegado a abrir. Ahora es el momento. No hay que rascar mucho profundo en las bases ideológicas de buena parte de la izquierda del país para ser consciente que hay un problema muy grave en su concepción de la sociedad. Considerar la empresa privada y los empresarios como un mal a combatir es no haber entendido cómo funciona todo ello y, sobre todo, implica no tener claro de dónde salen el dinero de los presupuestos públicos. Culpar sistemáticamente de todos los males del mundo al capitalismo, además, indica saber muy poco de historia. Con todo, lo más preocupante es que parece que los únicos dispuestos a quejarse de los abusos crecientes de las administraciones públicas sobre los ciudadanos son los colectivos autodenominados liberales, que a menudo basan sus verdades inmutables en falacias solo aptas para legos en economía, dile Curva de Laffer, dile auto-regulación del mercado. La batalla campal entre los dos bandos -estatistas y liberales- deja una brecha demasiado fina entremedias, donde solo se puede vivir atormentado.
El mundo está al borde del abismo (cambio climático, escasez creciente de fuentes de energía, problemas de suministro de materias primeras, envejecimiento de la población) y a los catalanes nos coge con el paso cambiado. Hay que organizarse, dinamitar estructuras viciadas y ponerse a trabajar a partir de los cimientos más exitosos y confiables del país.
Cada uno de los temas esbozados en este artículo en forma de sábana daría para una larga disertación con el subsecuente debate, pero ya son bastante las lágrimas derramadas por hoy, que además es mi cumpleaños y tendría que estar feliz.