Comenzaremos el año con la toma de posesión de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Veremos qué efectos tendrán los anuncios más llamativos con los que nos obsequió durante la campaña. Pero es bastante probable que, por un lado o por otro, su actuación abra un nuevo escenario en la vida política y económica mundial y europea.
El cisne negro
En el argot económico, se denomina cisne negro a la aparición de un fenómeno negativo inesperado, ya sea una guerra, una pandemia o cualquier otro conflicto que impacte de forma intensa en la actividad habitual. No podemos decir que sea del todo inesperado, porque lo ha venido anunciando, pero una eventual escalada de los aranceles estadounidenses como forma de presionar a los vecinos o socios comerciales podría marcar un punto de inflexión en la dinámica de libre comercio, acelerada sobre todo a partir de 2001 con la plena entrada de mercancías chinas en los mercados occidentales.
Podría acelerarse un fenómeno cada vez más relevante: la conversión del Mediterráneo europeo en una nueva Florida ampliada estadounidense
Quizás, más que inesperado, podríamos hablar de un aumento disruptivo, generalizado y continuado en el tiempo. Los ejemplos catastróficos que algunos señalan, basados en las políticas arancelarias estadounidenses de los años 30, podrían reproducirse. O no. No lo sabemos con certeza, pero un escenario de guerra comercial generalizada entre Estados Unidos, Canadá y México –sus vecinos y principales socios comerciales– y China, el tercer socio, repercutiría inevitablemente sobre Europa, el cuarto socio estadounidense. Y entraríamos en una dimensión económica desconocida en la que los catalanes, como europeos, tenemos mucho más que perder que ganar.
Quizás solo ganaríamos algo: turistas y expatriados. Un aumento generalizado de los aranceles estadounidenses puede reactivar la inflación que, unida a las prometidas rebajas impositivas, estimule la revalorización del dólar en los mercados mundiales. Si el turismo estadounidense se ha duplicado desde la COVID-19 hasta ahora, podría crecer mucho más. Y el fenómeno de buscar retiros dorados –y baratos– fuera de su país podría acelerar un fenómeno cada vez más relevante: la conversión del Mediterráneo europeo en una nueva Florida ampliada estadounidense.
El cisne blanco
En contrapartida, podríamos hablar también de cisnes blancos, situaciones inesperadas de signo positivo. La finalización de las guerras en Oriente Medio y, especialmente en Ucrania, que Trump aseguró que lograría de inmediato, podría conllevar un cierto retorno a los escenarios tradicionales de energía rusa –sobre todo gas– barata, lo que beneficiaría especialmente a la industria alemana, que está fatigada.
Una eventual guerra arancelaria entre Estados Unidos y Rusia también podría favorecer los intercambios y acuerdos con China, especialmente relevantes también para la industria europea y alemana. Y ya sabemos de la dependencia económica europea de la locomotora alemana. En todos estos posibles eventos, positivos o negativos, debemos recordar que, aunque en primera instancia no afecten directamente a la economía catalana, el impacto llega siempre a través de los avatares de nuestros socios europeos, ya sea en términos de exportaciones manufactureras, importaciones energéticas o inversiones y desinversiones extranjeras. Y también en turismo.
La piedra de toque de la financiación
La unanimidad social, política y mediática sobre una mejora de la financiación de Cataluña es prácticamente total desde hace décadas. Ahora tenemos un acuerdo formal entre el PSC y ERC, avalado por el PSOE, en este sentido. Ya comentamos en estas páginas las posibilidades de que se cumpla lo pactado. Desde entonces, la principal novedad son los compromisos económicos que el nuevo ejecutivo socialista catalán ha ido adquiriendo aquí y allá. Desde nuevas infraestructuras –carreteras, líneas de metro– hasta una inversión sin precedentes en vivienda. Pasando, por supuesto, por la mejora de los recursos destinados a sanidad y educación que, a pesar de las mejoras logradas con el anterior ejecutivo, todavía están lejos de prestar los servicios con la solvencia requerida a una población disparada y, al mismo tiempo, cada vez más envejecida. Por tanto, debemos pensar que las previsiones del ejecutivo catalán para conseguir mejoras sustanciales en la financiación son lo suficientemente sólidas como para cumplir los compromisos de gasto e inversión que está adquiriendo.
Los alemanes ya están pagando un precio elevado por la bajada inversora de las últimas décadas
Aquí no podemos dejar de mencionar cómo la falta continuada de inversión pública termina repercutiendo en la competitividad de un país o territorio. Ahora mismo, los alemanes ya están pagando un precio elevado por la caída de la inversión en las últimas décadas, fruto del paroxismo ante cualquier eventual déficit en las cuentas públicas, consagrado hace veinte años en una enmienda constitucional.
Los retos estratégicos pendientes
“No se hace un largo camino sin un primer paso”, dice la sabiduría oriental. Es necesario abordar los retos estratégicos de forma urgente, aunque durante el próximo año, y los siguientes, sea difícil ver muchos frutos a corto plazo. La primera dificultad, en todo caso, reside en enumerar, concatenar y jerarquizar estos retos estratégicos. Probemos:
1. Vivienda: El agravamiento de la situación y las crecientes protestas han llevado al gobierno catalán a convertirlo en una bandera estratégica. La vivienda, como tantos otros, es un problema multifactorial, y por ello no tiene solución ni mágica ni única. Es un problema que afecta a todas las grandes ciudades europeas y estadounidenses. La inversión en vivienda es un valor seguro en esta época de turbulencias mundiales y grandes volúmenes de capital buscando la mayor rentabilidad. Esto condiciona decisivamente el mercado. Está muy bien prometer –veremos si es cierto– 50.000 nuevas viviendas, pero entran en juego muchos otros factores: desde un transporte y servicios que realmente amplíen la ciudad metropolitana hasta el crecimiento exponencial de la población derivado de la inmigración y, ahora también, de los expatriados, pasando por los sueldos mínimos de grandes capas de jóvenes que quieren emanciparse y no pueden hacerlo.
La vivienda, como tantos otros, es un problema multifactorial, y por eso no hay ninguna solución ni mágica ni única
2. Competitividad: Una competitividad escasa y basada en salarios bajos puede generar empresas exitosas o la supervivencia artificial de otras, pero comporta deseconomías externas que pagamos entre todos. Si los nuevos trabajadores obtienen salarios muy bajos, se convierten en receptores netos del estado del bienestar. Los bajos salarios implican una recaudación muy baja por IRPF e IVA, ya que el consumo se centra solo en productos de primera necesidad. Y si además se trata de inmigrantes, las salidas netas de recursos hacia los países de origen fácilmente pueden representar el 15 o 20% de sus ingresos netos. Hay que cambiar radicalmente este paradigma aplicando la ley a quienes la incumplen descaradamente –como Glovo– y aumentando el salario mínimo hasta estándares europeos.
3. Inversión, investigación e innovación: La inversión productiva crece a ritmos inferiores al crecimiento general de la producción. La investigación destaca en determinados ámbitos, como el biomédico, pero en general tiene dificultades para llegar a las empresas y convertirse en factor de diferenciación y competitividad. La innovación, como comentábamos en el caso del reparto a domicilio, a menudo aprovecha los vacíos normativos para obtener ventajas competitivas a costa de terceros. Es necesario afinar las medidas fiscales existentes –el reciente pacto sobre fiscalidad va en buena dirección– para fomentar la verdadera investigación e inversión productiva. Y evitar continuar prestando tratos de favor fiscal a quienes solo se dedican a la inversión con fuertes componentes especulativos, como las socimis.
Los bajos salarios implican una recaudación muy baja por IRPF e iVA, puesto que el consumo se centra solo en productos de primera necesidad
4. Formación: Este es el apartado en el que el gobierno catalán tiene la mayoría de competencias, aunque hay elementos externos que lo condicionan fuertemente y están fuera de su alcance, como los salarios de los jóvenes. Además de poner más recursos y hacerlos rendir mejor, quizás sea necesario revisar los continuos cambios e innovaciones educativas que nos llevan a graves crisis de resultados, como se ha evidenciado recientemente con las matemáticas. Una vez abandonado el criterio de que los universitarios deben pagar una parte más importante de los costes que generan a través de matrículas más elevadas, nos encontramos ahora con que son los másteres y posgrados los que actúan como filtros económicos de carácter privado, aunque parece que a menudo no aportan muchos conocimientos diferenciales. La incorporación de los jóvenes, más o menos formados, al mundo laboral es más compleja que nunca. La formación dual no termina de arrancar y las habilidades y actitudes de los jóvenes a menudo chocan con las exigencias de las empresas. Hay mucho que mejorar por ambas partes.