La palabra inclinación tiene muchas acepciones en nuestro idioma. Algunas lo entienden como una tendencia hacia, pero otras como una forma de deformar nuestra esencia hacia nuevas ideas o identidades, de romper con lo establecido. Sea como fuere, no es un concepto fácil, como tampoco lo es comprender a Adriana Cavarero, una de las mayores filósofas feministas de la Europa contemporánea. Nació en 1947 y actualmente es Catedrática de Filosofía Política en la Universidad de Verona. Su trayectoria es ampliamente conocida en Italia pero también a escala europea, por sus contribuciones al feminismo y la teoría de la diferencia sexual y por sus reflexiones en la intersección entre la filosofía política, la literatura y las luchas sociales.
Cavarero es una gran pensadora digna de su época, y mantiene un diálogo muy coetáneo con algunas de las mayores tendencias del momento a partir de un característico análisis filosófico que, si bien más disperso que otras compañeras de profesión, se desarrolla en una especie de desorden que acaba teniendo sentido al final. Hace unas semanas Fragmenta Editorial publicaba la adaptación de una de sus obras más conocidas al catalán: Inclinacions. Crítica de la rectitud, traducida por Anna Carreras i Aubets con prólogo de la filósofa Begonya Saez Tajafuerce. Con una preciosa combinación de grandes clásicos de la filosofía y reflexiones sobre las relaciones, la atracción, el amor o el deseo, la autora desarrolla algunas de las ideas más primordiales de su pensamiento: el cuerpo como fundamento de la subjetividad y la experiencia humana, las relaciones humanas como espacios filosóficos, la diferencia entre géneros como factor explicativo de nuestras vivencias y acciones, los cuidados relacionales y la ética del cuidado como grandes pilares del feminismo contemporáneo.
No hay autores fáciles o difíciles, pero sí hay autores que te lo ponen fácil, que son divulgativos, y otros que te dejan que te escojas en las rendijas de su pensamiento y saques lo que puedas
Cavarero ha sido una autora de referencia por la academia y círculos activistas por la rigurosidad y la poderosa voz de una apasionada defensora de todos los retos relacionados con la justicia social. Si somos sinceras, encontraremos que no es fácil comprender el mensaje de Cavarero. En Inclinaciones comparte algunas de las trazas de este pensamiento que, si bien se encuentra muy bien arraigado a sus tiempos, cuesta masticar porque no está digerido. No hay autores fáciles o difíciles, pero sí que hay autores que te lo ponen fácil, que son divulgativos, y otros que te dejan que te escojas en las rendijas de su pensamiento y saques lo que puedas. No por falta de claridad, sino por voluntad expresa de que la persona lectora haga, en la misma lectura, un ejercicio filosófico.
Cavarero no se puede leer en el metro, caminando por la calle o en la parada del autobús. Hay otras filósofas o escritoras que son perfectas para estas actividades, pero no ella. Ella requiere una cabeza fresca y una voluntad de trazar, y por eso no la puedes leer en un día de trabajo o con dolor de cabeza. Esto genera barreras pero también una profundidad amable en la finalización de la lectura. Y es aquí donde reside lo que llaman alta filosofía, no por elitista, no por inaccesible, sino porque las circunstancias que pide son exigentes. Porque la inclinación, el desafío de la rectitud, necesita un lugar donde caer para que no se convierta en quiebra. Y ese equilibrio, aunque excitante, no se perfecciona en un día ni de cualquier manera.